Teatro en Málaga

Pata Teatro: una escena picaresca

  • La compañía confía a ‘Lázaro de Tormes’ la octava edición de su ciclo de Clásicos en Verano, que se celebrará en el patio del CEIP Prácticas Número 1 del 1 de julio al 3 de agosto como celebración gozosa de la escena

Miguel A. Martín, Macarena Pérez Bravo, Josemi Rodríguez y Carlos Cuadros, durante un ensayo de ‘Lázaro de Tormes’.

Miguel A. Martín, Macarena Pérez Bravo, Josemi Rodríguez y Carlos Cuadros, durante un ensayo de ‘Lázaro de Tormes’. / Javier Albiñana (Málaga)

Publicada a mediados del siglo XVI, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades ha mantenido desde siempre bien álgida su condición de clásico. No sólo por su categoría fundacional de la novela picaresca, sino por un alcance humanista universal sin mucho parangón en la historia de la literatura: el relato del muchacho que va pasando de amo en amo para convertirse en víctima de los distintos estamentos del poder de la época, civiles y religiosos, en un mundo rebosante de corrupción y miseria, ofreció un cristalino manual de pedagogía en negativo, forjado a base de antimodelos, tal y como supieron ver críticos y exégetas de distintas épocas. En este contexto, que el autor decidiese permanecer en el anonimato no resultaba ni mucho menos extraño: en pleno frenesí de la Contrarreforma, el Lazarillo reproducía de manera fiel los ideales erasmistas hasta consolidar un arquetipo que reunía todo este caudal humanista, como un tratado sobre todo lo que socialmente se debe evitar. De modo que la mejor manera de meterse en problemas era firmar el libro, lo que de ningún modo hizo su autor, al que se ha relacionado con frailes como Juan Ortega, el dramaturgo Lope de Rueda, humanistas como Diego Hurtado de Mendoza, Juan Luis Vives y los hermanos Valdés y hasta con Fernando de Rojas, padre de La Celestina. En cualquier caso, el Lazarillo ha servido durante los últimos cuatro siglos y medio de símbolo de la propia España, la más oscura y también la más capaz de sobreponerse a la fatalidad, con una historia de composición sencilla, que sigue la estela de los viejos ejemplos medievales aunque con cotas de emoción extrañas para su época. Contrariamente a la opinión común, sin embargo, el Lazarillo no ha contado con demasiadas adaptaciones teatrales ni cinematográficas, si bien su influencia en cualquier maquinaria de índole narrativa en todo el mundo ha sido enorme (en las últimas décadas, la cumbre corresponde a la versión escénica de Fernando Fernán Gómez que todavía hoy sigue representando en los escenarios Rafael Álvarez El Brujo). Pero si hacía falta un testigo, una mano que devolviera al Lazarillo a los tenebrosos dislates del siglo XXI, quien ha decidido levantar la mano es la compañía malagueña Pata Teatro, que representará su propia versión, Lázaro de Tormes, en la octava edición de su ciclo de Clásicos en Verano, del 1 de julio al 3 de agosto (con funciones de lunes a sábado y con entradas ya a la venta) en la misma sede que ha acogido el certamen en sus dos pasadas convocatorias, el hermoso patio del CEIP Prácticas Número 1, en plena Plaza de la Constitución.

"Nos apetecía presentar una propuesta distinta, más parecida a nuestra esencia de compañía", afirma el actor y director de Pata Teatro Josemi Rodríguez

Para la composición de ‘Lázaro de Tormes’, Pata Teatro ha prestado especial atención al trabajo corporal para una mayor conexión con el público. Para la composición de ‘Lázaro de Tormes’, Pata Teatro ha prestado especial atención al trabajo corporal para una mayor conexión con el público.

Para la composición de ‘Lázaro de Tormes’, Pata Teatro ha prestado especial atención al trabajo corporal para una mayor conexión con el público. / Javier Albiñana (Málaga)

Si habitualmente la veterana agrupación malagueña, con más de veinte años de trayectoria, suele echar mano de un amplio ramillete de intérpretes de la ciudad para sus clásicos veraniegos, en esta ocasión el público encontrará un montaje distinto, que presenta a la compañía en su misma esencia: sus fundadores, Josemi Rodríguez y Macarena Pérez Bravo, así como Carlos Cuadros, un estrecho aliado de Pata Teatro desde hace ya un largo trecho, se reparten todos los papeles de una producción que apunta a una resolución más artesanal para la puesta en escena de las desventuras del pobre Lázaro. Pérez Bravo firma la adaptación, mientras que Josemi Rodríguez vuelve a hacerse cargo de la dirección, esta vez con la colaboración de Miguel A. Martín dada su presencia continua bajo los focos. De esta forma, Lázaro de Tormes nace del mismo equipo que ha facturado en los últimos años los aclamados espectáculos familiares de Pata Teatro, como El árbol de la vida, Frankenstein. Yo no soy un monstruo y Debajo del tejado; y, de hecho, la adaptación del clásico respira ahora de manera más evidente el sello que Pata Teatro imprime a sus montajes generales, en una confluencia harto significativa. “Por una parte nos apetecía cambiar el enfoque del ciclo de clásicos, presentar una propuesta distinta, más parecida a lo que hacemos habitualmente; y, por otra, la verdad es que el Lazarillo se ajusta muy bien a un trabajo con tres actores, porque casi todas las escenas se corresponden con diálogos que el protagonista mantiene con sus sucesivos amos”, explica Rodríguez al respecto. Pérez Bravo admite por su parte que, más allá de lo formal, deseaba hincarle el diente a Lázaro de Tormes desde hace ya varios años “porque me apetecía recuperar esa crítica tan rotunda que hace a todas las autoridades del poder político y religioso de su época y porque, a pesar de la amargura de algunas escenas, destila un humor que conecta muy bien con el público”. Carlos Cuadros destaca por su parte que la versión de Pérez Bravo “es tan fiel y tan completa, aprovecha tanto todas las posibilidades del texto, que de alguna forma éste ya te viene dado, así que puedes prestar mucha atención al trabajo con la voz y el cuerpo, ejercitarlos al mismo tiempo que memorizas los diálogos”. En este sentido, como apunta también el actor, “nuestra propuesta toma prestadas muchas cosas de la comedia del arte”; tanto, que todos y cada uno de los elementos del espectáculo, incluidos los tres intérpretes, permanecen en escena desde el principio hasta el final de la función, en una desnudez extrema que permite ir construyendo la obra a la vez que se va representando.

“Esta forma de trabajar se parece un poco a la de los cómicos de la legua: actuamos con todo lo que llevamos encima, sin trampa ni cartón”, añade Pérez Bravo, mientras que Miguel A. Martín sugiere que “por mucho que investigues cómo hacer una obra como el Lazarillo, por mucho que indagues y se te ocurran ideas, al final siempre vuelves al texto como punto de partida, porque ahí está todo. No hace falta más. Ése es el poder de los clásicos”. Ahora, corresponde disfrutarlo al fresquito.

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