Teatro Cervantes

Pepe Viyuela: “El teatro es una mentira que ayuda a iluminar zonas más oscuras de la realidad”

  • El actor regresa al Teatro Cervantes este domingo con ‘Tartufo’, una revisión del clásico de Molière de Ernesto Caballero

  • El juego de la mentira servirá para decir verdades como puños

Pepe Viyuela caracterizado como Tartufo.

Pepe Viyuela caracterizado como Tartufo.

En tiempos difíciles, el talento marca la diferencia. Por eso, el actor Pepe Viyuela ha mantenido su actividad sin descanso, tanto en los escenarios como en cine y televisión. “Es cierto que ya se nota que hay una cierta reanimación, pero también que hay compañeros que todavía no han vuelto a trabajar. Soy consciente de la suerte que tengo”, comenta. Este domingo regresa al Teatro Cervantes con Tartufo, una revisión del clásico de Molière dirigida por Ernesto Caballero.

–Tartufo es un estafador, un charlatán, es todo mentira, ¿es el ingenio frente a la ingenuidad?

–Tartufo es un arquetipo que dibuja perfectamente Molière y que, en mayor o menor medida, todos tenemos cierta dosis de Tartufo. Todos nos podemos reconocer en lo que tiene que ver con la hipocresía, con el engaño. Quién no lo hace y quién no intenta a través de artes no demasiado recomendables engañar. Tartufo lo lleva al extremo superlativo. Pero tenemos ejemplos claros, no solo de personas, también de entidades, empresas, corporaciones que se dedican a mentirnos sistemáticamente para llevarnos al huerto.

–¿La inteligencia gana siempre a la bondad?

–Bueno, yo creo que no. Estamos compuestos de inteligencia, pero también de emociones. La inteligencia va siendo cada vez más ocupada por las máquinas, pero quiero pensar que los seres humanos poseemos un valor que todavía no ha sido alcanzado que son los sentimientos, ese mundo en el que seguimos siendo superiores y nos caracteriza como humanos. Lamentablemente asistimos a muchos ejemplos en los que los seres taimados y carentes de escrúpulos vencen a aquellos que tienen principios, pero quiero pensar que el ser humano todavía tiene camino.

–¿Hay esperanza, entonces?

–Sí, creo que todavía hay esperanzas de seguir plantando cara a través de los sentimientos a la maldad inteligente. Como a todos, me han engañado muchas veces, he sentido que no merecía la pena seguir apostando por determinadas cosas. Pero tarde o temprano recupero esa esperanza, porque la necesito para vivir. Necesito creer que el mundo puede ser un lugar mejor y que hay que trabajar para que sea así.

–¿Qué es lo que más le atrae de la obra de Molière, su vigencia quizás?

–Es que Molières, Shakespeares y Cervantes nacen muy pocos, hay muy pocos genios que tenían esa capacidad para contar las cosas como lo hacen. Se podría hablar de la hipocresía y la mentira en contextos más nuevos. Pero el hacerlo con Molière demuestra que los humanos hemos aprendido poco y, también, que el propio autor no ha envejecido, que su talento continúa vigente, que su inteligencia está siempre presente, sin fecha de caducidad. El Quijote, dentro de 100 años, seguirá teniendo la misma fuerza de sugestión y la capacidad para hacernos soñar o imaginar. Con Molière pasa lo mismo. Abres sus obras y tienes una ventana al presente, son plenamente actuales.

–¿Cómo ha enfocado su personaje en esta versión de Ernesto Caballero?

–Hemos trabajado siempre desde la verdad, aunque resulte genérico. A pesar de que haya algo falsesco, hemos intentado que el personaje sea muy creíble, que no parezca un muñeco, que tenga visos de ser humano más que una caricatura. Que sea posible para el público que no lo vean venir. Los Tartufos peligrosos los tenemos a diario a nuestro alrededor y muchas veces no nos damos cuenta hasta que no es demasiado tarde. Es como una llamada de atención a ese hecho, cuidado que están agazapados y conviene andar con pies de plomo.

–¿Cómo está de pegada a la actualidad la obra?

–El director ha querido hacer una lectura muy contemporánea, el vestuario y todo lo que tiene que ver con lo visual en la función no es de época. El público va a ver un vestuario contemporáneo, ausencia de escenografía, todo muy limpio, y en el lenguaje, aunque está basada en una traducción en verso de José Marchena del siglo XIX, hay partes de la función que se han contemporaneizado y el lenguaje es plenamente actual. El personaje de Dorina, la criada, es una joven de hoy en día, lo que mantiene la acción ligada al presente aunque aparentemente estemos hablando de otra época. Se ha jugado a no hacer arqueología teatral sino a traer la savia que contiene la obra de Molière hasta el momento presente.

–El director dice que este Tartufo se presenta sin trampa ni cartón ante el público porque precisamente el teatro es todo trampa y cartón...

–El teatro es una de las mentiras más maravillosas que hemos inventado los seres humanos. Lo que pasa que en el teatro se miente advirtiéndolo antes. Uno cuando entra a un teatro sabe que le vamos a contar una mentira, un cuento, una historia, que, curiosamente, ayuda a iluminar parte de la realidad que está a oscuras. Es una mentira que no esconde que lo es y que ilumina zonas de la realidad oscuras y más peligrosas. Jugamos a que nos mientan sabiendo que a través de esas mentiras vamos a poder aprender cosas de otras verdades que nos esperan fuera, en la calle.

–Dijo que el teatro constituye un fenómeno de vanguardia. ¿Por qué?

–Ahora no hay nada más atrevido que jugar con la realidad y la presencialidad. En este momento en el que todo es virtual, desde la administración electrónica a las redes sociales, en el teatro necesitamos de la presencialidad. Siendo lo aparentemente más arcaico y antiguo es lo más moderno del mundo. No hay nada que pueda sustituirlo. El teatro hay que vivirlo, es un ceremonia que tiene mucho que ver con nuestros ancestros y nuestra necesidad de escuchar historias, de sentir las emociones al momento, necesita que estemos ahí para verlo. Es lo más conmovedoramente humano que hay, no se puede sustituir ni pervertir.

–No se imagina entonces haciendo teatro en el metaverso, ¿no?

–La idea del metaverso me parece muy perversa. Es dar la vuelta de tuerca definitiva a la vida al natural, pretender sustituir el aire puro, un paseo por la naturaleza o tu casa por lo que se vive a través de una pantalla me parece una aberración. Me da mucho miedo. Creo que vivimos desdoblados y pendientes de algo que no es la realidad y que lo que intenta es captar quiénes somos para ser manipulados más facilmente aún.

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