Cultura

Pura épica del rock

  • Ángel Stanich y su banda se dejan la piel en el concierto de la sala marbellí La Catarina

Un momento de la actuación.

Un momento de la actuación.

A la música le sienta bien bajar al barro. En plena época dorada de festivales, de conciertos de una hora y quita que viene el siguiente, las salas tienen mucho que decir. Y los músicos, claro. A Ángel Stanich le sentó bien el escenario a ras de suelo, el público a un palmo de distancia. El ruido y el calor. Acompañado de su banda, su rock sonó certero. Sus canciones se mueven ahí como peces en el agua. Un cuerpo a cuerpo musical que es tan necesario como apagar los móviles. Dejen girar al mundo un rato y disfruten del momento.

Durante la noche del viernes tampoco faltó la cerveza. Para algo el concierto se celebraba en La Catarina, una fábrica de exquisitas variedades locales donde también sirven hamburguesas y nachos con guacamole. Y que en cinco minutos deja de ser restaurante para meterse en la piel de sala de música en directo. Unas mesas por aquí, unos micros por allá y todo arreglado. Bajo ese aspecto de eremita, Stanich necesitó apenas un par de canciones para hacer vibrar un público tan variopinto como ruidoso. Pocas veces se ha visto que un cantante pida silencio con tanto ímpetu, que solicite a esa parte del respetable poco respetable que, "por favor, calle la puta boca". Por supuesto, se llevó el aplauso de una mayoría entre la que se encontraba una fiel legión de seguidores llegados de la Serranía de Ronda.

Las dos horas y pico de música pasaron voladas. Figúrese la velocidad de este tipo nacido en Santander con botas de cowboy, pantalones pitillo y rock circulando por sus venas. Cosecha del 87, parece enfadado con el mundo. Especialmente con esa España en la que, como bien dice su canción, con la camiseta ya te dan la pandereta. Un territorio que, insiste, se puede cruzar de tertuliano en tertuliano. Letras que disparan a la realidad y que se entremezclan con otras que dan rienda suelta a la imaginación, a accidentes en un Opel Kadett, a pueblos elegidos a los que le sobran nueve mandamientos. A caminos ácidos, turgentes camaradas, entrevistas por Skype, cruces de caminos y ciclistas que sudan su éxito en el pelotón.

También Stanich suda lo suyo en cada concierto. En Marbella se dejó la piel mientras bailaba el Hula Hula y montó una fiesta en cada rincón de sus guitarras. Se atrevió incluso con una letra flamenca que ya cantaba Camarón. Y cerró la noche un bis con tres tiros que derribaron al público y a él mismo, que acabó en el suelo para cerrar el concierto. Y resucitó para despedirse al son del Nuevo día de Lole y Manuel y una larga ovación. Otro día épico en su carrera.

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