Cultura

Recuéntame un cuento

  • Libros, cómics, series y películas acometen desde nuevas perspectivas tramas y personajes de las historias tradicionales En enero, Disney estrenará en España 'Into the Woods'

Digamos que estamos ante un enorme caldero. Un caldero viejo ya cuando nuestras tatarabuelas. Nadie sabe con exactitud quién prendió el primer fuego de la marmita, que bulle desde entonces. Lo único cierto es que la esencia del brebaje sigue intacta y, a su mezcla, hemos ido añadiendo los más diversos ingredientes. Su sabor es tan rico que golpea.

Digamos que los cuentos tradicionales son ese caldero burbujeante. Y nosotros somos las brujas que, de tanto en tanto, pasan por su lado y remueven con la cuchara. Lo sazonamos un poco, lo probamos y seguimos removiendo.

En los últimos tiempos, los cuentos de siempre están experimentando un "recuentamiento": distintas propuestas narrativas, sacuden los personajes y tramas convencionales. Las más populares son las que llegan a través de la televisión -Érase una vez, Grimm o Cuéntame un cuento-, pero hay más, por supuesto: Wicked (novela y musical) nos trajo hace años la versión de la Malvada Bruja del Oeste. Sexto Piso ha reeditado La cámara sangrienta, y hasta Lucía Etxebarría ha escrito, a cuatro manos con su hija, Cuentos clásicos para chicas modernas. Incluso una major como Disney, tradicionalmente demonizada por el rodillo inevitable de sus versiones, ha tomado el camino de las perspectivas inusuales. Primero, con Maléfica. Y, estas Navidades, con Into the Woods: una mirada insidiosa a lo que sucede cuando se cumplen los sueños en los cuentos de hadas.

El fenómeno del recuentamiento, evidentemente, no es nuevo: "Al fin y al cabo, todas las obras de Shakespeare, por ejemplo, provienen de mitos anteriores -comenta Ana Cristina Herreros-. Los cuentos cuentan historias que llevan en la tradición oral miles de años, cosas simbólicamente muy profundas que no conocen de países o épocas. Propp decía que los cuentos hunden sus raíces en cuando hombres y mujeres empezaron a reconocerse como tales, en el Paleolítico". Experta en literatura tradicional y autora de títulos como Libro de monstruos españoles o Cuentos populares del Mediterráneo, Ana Cristina Herreros es Ana Griott cuando cuenta. Habla desde Canarias, donde se encuentra recopilando historias tradicionales. "En la factoría Disney -dice- han sabido sacar partido a estas historias y presentarlas como historias para niños, pero todos sabemos que las antiguas versiones de los cuentos no son precisamente infantiles. En su adaptación, perdieron todo lo que tenían de erótico, de violento, los tabús..." Sin embargo, "como ocurre siempre en literatura -continúa la especialista-, a un movimiento sucede otro hacia otro extremo, se tiende al equilibro. Y hemos banalizado tanto estas historias que existe una necesidad de recuperar su esencia".

La necesidad de volver a las viejas historias, de adaptarlas al nuevo público, de ver qué hay en ellas más allá de lo aparente o qué pueden enseñarnos, va de la mano de los cambios que experimenta la propia sociedad en que viven. La Bella y la Bestia fue creada como una fábula aleccionadora para las jovencitas casaderas, que debían aprender a ver el encanto oculto en sus futuros (y puede que muy convenientes) maridos. "En los primeros cuentos tradicionales nunca había padres -apunta Ana Cristina Herreros-. No estaban. Cuando se incorpora el padre a la vida familiar, empiezan a aparecer en los cuentos populares. Todas las transformaciones sociales dejan su impronta en los cuentos".

Los nuevos acercamientos no suponen, en absoluto, "que las viejas historias se queden obsoletas, porque esconden verdades profundas que tienen que ver con quién es el ser humano: tenemos los mismos miedos en todas partes, y por eso funcionan en todas partes", desarrolla Herreros. No es cuestión, como se llegó a decir, de prohibir las antiguas versiones; en la tradición había historias de todo tipo, incluso con protagonistas femeninas fuertes: "Ocurre que los grandes recopiladores de la tradición oral fueron curas -prosigue la experta-. Por ejemplo, yo he tratado una versión de La ratita presumida en la que se encuentra una moneda y, con ella, termina comprándose una casa. Por eso le salen pretendientes y se la comen, no por ser presumida, sino por elegir mal, como se nos comen a todas. En 1850 se secularizó la enseñanza en Francia, y sus órdenes religiosas vinieron a enseñar aquí. Venían imbuidas por el romanticismo alemán de los cuentos populares, pero los convirtieron a su ideología, adaptándolos al modelo de mujer 'honesta', recatada".

Ana Cristina Herreros destaca, por último, un valor presente en las narraciones tradicionales que el mundo moderno ha tendido a obviar: la solidaridad. "Figuras como el donante muestran que el otro no es el enemigo, sino que te ayuda a tender redes para conseguir lo inalcanzable. Curiosamente, ahora vivimos un momento en el que las redes son un valor en alza... -señala-. Hay una teoría que dice que los cuentos tradicionales surgieron cuando alguien tomó la palabra y contó una de esas historias de solidaridad, y se aprendió a confiar en el otro y a cazar juntos. Gracias a esa confianza, al valor de la cohesión, nos perpetuamos como especie. Los cuentos nos recuerdan esa capacidad para crear redes: nos dicen que si el miedo a algo es compartido, se minimiza".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios