Reencuentro con el maestro

J. M. Cabra Apalategui

25 de noviembre 2012 - 05:00

Teatro Cervantes. Fecha: 23 de noviembre. Programa: 'Rapsodia rumana nº1 en La mayor', de I. Enesco; 'Rapsodia sinfónica, Op. 66', de J. Turina; 'Rapsodia española (para piano y orquesta)', de I. Albéniz; y 'Sinfonía nº3 en Mi bemol mayor, Op. 55 (Eroica)' de L. v. Beethoven. Director invitado: Octav Calleya. Solista: Raluca Ouatu (piano). Aforo: Casi lleno.

Con motivo de su próximo septuagésimo cumpleaños, quien fuera promotor y primer director titular de la OFM (entonces Orquesta Ciudad de Málaga), el maestro Octav Calleya, volvía a tomar la batuta en el Teatro Cervantes en el cuarto concierto de la temporada de abono. Además, Calleya -poseedor de una sólida formación musical, adquirida junto a figuras de la talla de Swarowski, Celibidache o Ferrara- ha venido impartiendo su magisterio en el Conservatorio Superior de nuestra ciudad, hasta su reciente jubilación. La ocasión, por tanto, estaba doblemente justificada.

No es casualidad el predominio absoluto de la rapsodia -quizás la forma más propicia para la adaptación de la música popular- en la primera parte del programa, que tenía un evidente sentido biográfico. Las obras de Enesco, Turina y Albéniz evocaban las dos patrias de Octav Calleya. Había ambiente de reencuentro y la comunicación con la orquesta fue una constante durante el concierto, que comenzó con una interpretación plena de luminosidad y dinamismo de la Rapsodia Rumana de Enesco. La joven pianista Raluca Ontaru tuvo una actuación desigual en las obras de Turina y Albéniz; o, más bien, habría que decir que sus formas suaves, acaso algo escasas de expresividad, encajaban de manera natural con la composición de Turina, que es de un gusto exquisito, pero, en cambio, naufragaron clamorosamente en la orquestación (de Enesco, precisamente) de la Rapsodia española de Albéniz. De hecho, el público -cosa rara- ni siquiera pidió propina. En la segunda parte, Calleya hizo todo un despliegue de veteranía y oficio (en el sentido más noble del término) con la Heroica de Beethoven, en la que hubo más sustancia que épica, más razón que instinto, sin que ello le restara un ápice de intensidad a la interpretación.

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