Rogelio López Cuenca | Artista

“En Málaga se va a ver arte como si fuera un cordero con cinco patas”

  • El creador malagueño inaugura el próximo 3 de abril en el Museo Reina Sofía de Madrid su considerada primera retrospectiva, ‘Yendo leyendo, dando lugar’, en cartel hasta el 26 de agosto

Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959), en una imagen reciente.

Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959), en una imagen reciente. / Javier Albiñana (Málaga)

La resistencia ante la tentación hegemónica del poder político, económico y cultural, así como la mirada crítica a la institucionalización y deshumanización del arte han centrado el quehacer de Rogelio López Cuenca (Nerja, 1959) desde los tiempos del Agustín Parejo School, la Peña Wagneriana y Uníos Hermanos Proletarios. Convertido, a su manera, en referente de la poesía visual y creador de un corpus único y proteico, en continua metamorfosis, el artista es ahora objeto de su llamada “primera retrospectiva” en el Museo Reino Sofía de Madrid con Yendo leyendo, dando lugar, que, comisariada por el propio director del centro, Manuel Borja-Villel, se inaugura el próximo 3 de abril y podrá verse hasta el 26 de agosto.

-Entonces, ¿aceptamos el término retrospectiva para referirnos a esta exposición?

-Sí, bueno, es cierto que ya habíamos presentado algunas experiencias parecidas en sitios como el CAAC, donde jugábamos a hacer una exposición de exposiciones, con materiales ya mostrados anteriormente y reunidos con un criterio distinto. Es inevitable que, pasado el tiempo, un mismo material te sirva para desarrollar otro discurso. Por otra parte, lo que he hecho siempre es justamente esto: tomar el legado que nos precede y completarlo, prolongarlo, impugnarlo o rebatirlo, volviendo a menudo a obras anteriores con otra intención. Así que no veo muchas diferencias entre esta exposición y las anteriores. Lo que pasa es que en un sistema que sostiene unas nociones de autoría y producción tan particulares, parece que la idea de retrospectiva encaja bastante bien, como si uno estuviera despidiéndose del mundo. La gran novedad, eso sí, ha sido que en esta ocasión ha habido un trabajo curatorial muy importante. Si habitualmente soy yo quien hila el discurso echando mano de mi obra, esta vez he abierto el archivo y he dejado que la lectura y la selección las hicieran otros. Y ha sido un trabajo minucioso. De hecho, en la exposición sólo hay una instalación creada expresamente para la muestra, Islas, que a su vez parte de algunos discursos previos.

-¿Y cómo resultó la experiencia?

-Muy gratificante, tanto por la conexión a nivel conceptual como por el trabajo alucinante con un equipo tan eficaz. En muchos sentidos la experiencia ha sido verdaderamente extraordinaria, también por la posibilidad de ver desde dentro el trabajo que hace un museo con la obra del artista, especialmente ahora que los museos se ven amenazados y corren el peligro de acabar disueltos en el mercado del arte. Ya ves lo que ha pasado en Andalucía: la gestión de todos los museos, y de la mayor parte de la actividad cultural, ha acabado en manos de Fernando Francés. Cuando el sistema sanitario peligra de forma seria, ves cómo los trabajadores del sector salen a la calle a denunciarlo. Pero a los trabajadores de la cultura les cuesta bastante más movilizarse. Es curioso, porque en mi juventud el museo representaba para muchos de nosotros el enemigo a batir. La vanguardia pasaba por mearse en los museos. Ahora podemos verlos incluso como elementos de resistencia.

-Pero, ¿no es una paradoja ver los museos fuera del discurso hegemónico del mercado del arte?

-A ver, ese discurso hegemónico existe y perdura, desde luego. Mi obra mantiene su carácter de crítica frontal contra la institución del arte, contra un sistema dirigido al estrellato, a la admiración y el reconocimiento de los grandes genios, a la interpretación de la Historia del Arte como una verticalidad dominante, como una pirámide en la que no hay más remedio que darse codazos para ascender porque en lo más alto sólo hay sitio para uno. Pero sí es cierto que se dan alternativas, y que a veces estas otras opciones pueden venir, también, de los propios museos. Así ha sucedido, por ejemplo con la perspectiva feminista en la crítica de la historia del arte. El objetivo último no es, como sostienen algunos, que se programen a más mujeres artistas en los museos, sino que deje de estar basado todo en la competencia, que se abran los cauces para que esto no consista en admirar a quien está arriba e ignorar al que está abajo.

-¿Es optimista, entonces, respecto a la posibilidad de que las alternativas críticas ganen espacio en un futuro próximo?

-Sí, por qué no. Es cierto que hay un campo muy grande en el que trabajar, pero es igual de grande en prácticamente cualquier otro ámbito. Es fundamental insistir en que el arte es otra cosa. Si sales a la calle y preguntas al primero que pasa qué piensa del arte, lo más probable es que te responda que se trata de un asunto de ricos, de gente con mucho dinero, de millonarios que van a las subastas y se dejan allí mucho dinero. Eso es una enajenación de la idea esencial del arte. En Málaga, en este sentido, se ha maleducado demasiado a la gente. Se va a ver arte a los museos como si se tratase de un cordero de cinco patas, de algo extraordinario, inalcanzable, o al alcance sólo de una cierta élite. Es una percepción terrible del arte y la cultura. Pero si miras en los márgenes del mainstream hay otras poéticas, otros lazos posibles, inquietudes que no se acaban de asentar ni de materializar sino que están en continuo tránsito. Y es ahí donde hay que prestar más atención.

-Pero, ¿en qué medida la evolución del sistema del arte desde los tiempos del Agustín Parejo School ha significado para usted una frustración, o quizá una derrota? ¿Había una utopía que ya es del todo inalcanzable?

-La verdad es que nunca he tomado distancias en ese sentido.

-Igual le estoy pidiendo un balance que no le corresponde aún.

-Hay una cuestión que me parece significativa: en la selección de las obras para este exposición hemos evitado el criterio cronológico por razones obvias. Si te fijas, no obstante, las más antiguas eran más colaborativas, estaban hechas dentro de un sentido, digamos colectivo; pero es que las últimas también lo son. Es decir, hay continuidades en las que uno no repara siempre. Esa noción biográfica de la vida, en la que todo consiste en dar un paso después de otro, es una mentira. Lo que hay es una transformación de los deseos y las inquietudes, a veces por circunstancias tan prosaicas como la tecnología disponible en cada época. Hoy día es mucho más fácil presentar obras no terminadas, exponerlas de forma abierta, sin acabar, gracias a que la tecnología te lo permite. Tenemos al alcance recursos fabulosos.

"Nuestro trabajo como artistas es la resistencia a la interpretación, igual que en la poesía"

-¿Hasta qué punto es posible hacer arte sin hacer marketing?

-No sólo es posible, es que antes no había más remedio que hacerlo fuera del marketing. Cuando hacíamos cosas con el Agustín Parejo School no había ningún centro de arte contemporáneo. El primero, el IVAM, no abrió hasta 1989. Después llegaron todos los demás centros e impusieron las pirámides, pero hasta entonces habíamos trabajado sin necesidad de darnos de codazos para llegar el primero. Sobre el marketing, piensa que en España hay una sola referencia para el arte contemporáneo, que es ARCO. No hay nada más, ni una bienal, ni nada mínimamente parecido a una Documenta. Nada. Sólo ARCO. Es el único escaparate. Y esto significa que hay muchísimo arte que se crea en España y no llega a verse, queda inadvertido, sencillamente porque no todo el arte que se crea en España cabe en ARCO, y a ARCO el arte le importa un pimiento.

-A vueltas con el marketing y con ARCO, ¿qué lectura hace usted de la dependencia de la polémica que parece acusar el arte?

'Desaparecido' (2014), obra incluido en la muestra del Reina Sofía. 'Desaparecido' (2014), obra incluido en la muestra del Reina Sofía.

'Desaparecido' (2014), obra incluido en la muestra del Reina Sofía. / Museo Nacional Reina Sofía

-La mayor parte del arte contemporáneo que se produce hoy día utiliza las mismas herramientas que la publicidad. Y su recorrido es exactamente el mismo. Por eso abundan tanto los chistes con sal gruesa en un mundo que debería aspirar a otra cosa. Y es patético que eso sea así. Pero lo más grave de que el arte imite a la publicidad es que la publicidad siempre va a formularse en mensajes claros, cristalinos, de asimilación inmediata. Que un anuncio funcione depende de que su sentido sea interpretado de inmediato, de manera limpia. Pues bien, el arte funciona en una dirección radicalmente distinta. Nuestro trabajo es la resistencia a la interpretación. La opacidad. La poesía aporta, en esencia, un extrañamiento. Nos invita a preguntarnos qué quiere decir. Y eso se da lo mismo en Ezra Pound que en las letras más antiguas del flamenco.

-En ese sentido, ¿en qué medida considera usted que su obra es una escritura?

-La selección de trabajos para la exposición del Reina Sofía me ha permitido distinguir un elemento recurrente en los últimos treinta años que es la presencia del texto escrito en las obras. Y eso me hace pensar mucho en la lectura como acto creativo. Si trabajo con textos no me preocupo tanto por el sujeto escritor, ni por el espectador de imágenes, sino por el lector. Creo que es importante hacer la reflexión de que la lectura es una escritura. A partir de aquí, entiendo que en mi obra hay un trasvase que invita a ver las letras como imágenes y las imágenes como letras, siempre bajo el compromiso de retrasar la interpretación, de favorecer el extrañamiento, por más que trabajemos con signos. Me gusta pensar en mi obra, por tanto, como un punto de encuentro.

-Si cabía entender su proyecto Málaga 2026 como un relato de ciencia-ficción, ¿al final el realismo va siempre más allá?

-Sí, bueno leí que el alcalde había presentado en Fitur un plan llamado Málaga 2036, así que definitivamente él ha ido más lejos. En el fondo, si pensamos en el futuro, las claves son muy sencillas: todo consiste en la explotación máxima de los recursos y en la conversión de la ciudad en mera mercancía. Se trata de aplicar la industria de extracción de las minas a las ciudades hasta que ya no quede nada que extraer. El capitalismo no se preocupa por el futuro, porque el futuro consistirá sin más en que se agoten los recursos con la consecuente degradación y la lógica low cost. Por eso es tan fundamental que seamos capaces de hacer relecturas oportunas de la Historia. Si viajas hoy en carretera desde Nerja por todo el litoral, encuentras muchas fábricas de caña de azúcar abandonadas. Esas fábricas aportaron mucha riqueza en su momento, pero seguro que cuando funcionaban nadie pensó que un día se acabarían. Entonces, ¿qué nos espera, que alternativa tendremos cuando todo se vaya a la mierda? Vivimos el presente absoluto, sin memoria ni pensamiento, sin un relato que nos diga de dónde venimos, qué hubo antes de nosotros. Y sin el pasado no hay posibilidad de meditación. El futuro, entonces, es evidente

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios