Ruidosa nada con pretensiones
Thriller, ciencia ficción, Francia, 2014, 90 min. Dirección: Luc Besson. Guión: Luc Besson. Intérpretes: Scarlett Johansson, Morgan Freeman, Choi Min-sik, Amr Waked, Yvonne Gradelet, Jan Oliver Schroeder, Julian Rhind-Tutt, Pilou Asbæk, Analeigh Tipton, Nicolas Phongpheth, Luca Angeletti. Cines: Málaga Nostrum, Vialia, Rosaleda, Plaza Mayor, La Verónica, Alfil, Miramar, La Cañada, Gran Marbella, Rincón de la Victoria, Ronda, El Ingenio.
El privilegio de los nuevos ricos horteras es poder comprarse también, junto al habitual lujo grosero y caro que les gusta, objetos hermosos que convierten en horrorosos al darles mal uso o colocarlos junto a los brillantes caprichos caros que amontonan. Es el caso de Luc Besson, productor y director tan decisivo en la historia comercial del cine francés como irrelevante en su historia creativa o siquiera de entretenimiento digno. Desde que explotó en 1988 con el taquillazo de El gran azul se ha convertido en uno de los popes del cine industrial francés con títulos como Nikita, dura de matar, León, El quinto elemento (su única película apreciable), Juana de Arco (la peor versión de la historia del cine) o Adele y el misterio de la momia. A la vez que se ha forrado aún más produciendo cosillas como Taxi Express, Revólver, Staten Island o Tres días para matar. El pope culminó su carrera creando sus propios estudios, la gigantesca Cité du Cinéma en Saint Denis.
En Lucy se permite el lujo de nuevo rico hortera de desperdiciar a esa a veces buena actriz y siempre hermosa criatura que es Scarlett Johansson, y a ese grandísimo actor que es Morgan Freeman, en una historia tan estúpida, tan estúpida que nadie puede dudar que la haya escrito él. Puesta en imágenes con un estilo tan eficazmente vulgar a la vez que pretencioso que tampoco nadie puede dudar que la haya dirigido él. A su manera este hombre hace cine de autor. Besson representa como pocos la muerte del cine francés autodestruyéndose para triunfar ante los públicos cinematográficamente analfabetos de su propio país, esa mayoría que no tiene ni puñetera idea que quienes fueron Vigo, Renoir, Becker, Bresson o Melville, y ante los públicos de la internacional palomitera.
Con Lucy ha vuelto a lograrlo. Taquillazo en USA, en Francia y presumiblemente en el resto del mundo. El argumento es el que Besson ha explotado tantas veces: chica maciza y hábil matarife perseguida por malísimos. Todo inflado porque la chica maciza es Scarlett Johansson y sus habilidades para matar se multiplican hasta el infinito, convirtiéndola en una súper heroína tipo Marvel, gracias a los poderes que le otorga la potente droga experimental que absorbe al romperse la bolsa en la que la transporta dentro de su cuerpo (porque la chica hacía, a la fuerza, de eso que tan crudamente los narcotraficantes llaman mula).
No esperen más sutilezas que empezar en plan 2001 con unos simios prehistóricos [Lucy, ¿lo cogen? Pues no se preocupen. Como Besson conoce a su público, lo explica] o hacer de Eisenstein de todo a un euro insertando planos de gacelas acechadas por felinos cuando la protagonista empieza a caer en la trampa, fieros felinos cuando aparecen los malos y gacelita devorada cuando se hacen con ella. Sutil, ¿verdad? Pues así es todo. Tal vez sea una broma. O tal vez no. Desde luego tiene su gracia que una película tan elemental -otro ejemplo de la regresión de la visión, del retorno al barracón- se base en lo que pasaría si, como le sucede a la señorita Johansson, utilizáramos toda nuestra capacidad cerebral en vez del 10% (seguro que en este caso nadie vería las películas de Besson). Tampoco deja de ser una humorada que sea Scarlett Johansson la actriz elegida para interpretar esta explosión atómica de inteligencia. Nadie ha viajado en el tiempo (la traca final) con una cara más inexpresiva y aburrida.
Cuando la película se pone bestia es vulgar. Cuando se pone filosófica es grotesca. Y cuando las dos cosas se unen -como en el ataque en cámara lenta al capo coreano con fondo del Réquiem de Mozart- la tentación de mandar la película al cuerno es irresistible. Así se ahorrarían la fusión entre la Sixtina y 2001 que marca el punto culminante de la estupidez con pretensiones de esta cosilla.
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