Tribuna | Sanz Irles

Nostalgia del soberano

  • Apuntes de Sanz Irles, escritor y presidente del Consejo Asesor de la Asociación Internacional de Áreas de Innovación (IASP), al nuevo libro de Manuel Arias Maldonado

El escritor y profesor de ciencia política Manuel Arias Maldonado.

El escritor y profesor de ciencia política Manuel Arias Maldonado. / Javier Albiñana (Málaga)

Acaba de salir el último libro de Manuel Arias Maldonado, profesor de ciencia política, que está a punto de acceder a la categoría de autor prolífico. Lo ha publicado Editorial Catarata y se titula Nostalgia del soberano, que en otros tiempos habría podido ser un anuncio de coñac; hoy, sin embargo, plantea un asunto candente, entre la psicología y la política, que viene de lejos y nos afecta grandemente.Para entender lo que está pasando hay que disponer de claves que permitan desenredar la maraña de ideas, consignas, actitudes y decisiones en la que nos coloca la convulsa vida política que nos toca soportar. Lo que hace Arias Maldonado es darnos esas claves con suma habilidad, porque el libro consigue fundir el rigor académico con la pedagogía apta para el lector interesado, pero no especialista. No es fácil ofrecer una ingente recopilación de ideas y autores, y evitar cualquier atisbo de pesadez, mientras se despliega tanta y tan pertinente erudición.

Tal vez la gran virtud de Nostalgia del soberano sea que, incluso cuando nos lleva al siglo XVI para informarnos de cómo se gestaron unas ideas políticas sobre la naturaleza del poder que llegan hasta hoy, su lectura nos mantiene en todo momento atornillados al presente: cada episodio de esta fascinante historia de ideas nos lleva a intentar aplicar su lectura a nuestra actual situación política y enciende un potente foco de luz, dolorosa a veces, sobre las causas que han traído el resurgimiento del aborrecible populismo, y de su variante folklórica, el nacionalismo. Un entretenido ejemplo lo encontramos en la parte dedicada a explicar qué cosa sea la noción de pueblo, porque resulta paradójicamente evidente lo que muchos se obstinan en no ver: que para sus ideólogos y sus vociferantes tribunos, no todos somos pueblo. ¿Quién lo es y quién no? Muchos de nosotros, oyendo las incendiarias proclamas diarias mientras desayunamos, nos preguntamos dónde está la línea divisoria: ¿el nivel salarial? ¿Hasta cuál se es pueblo? ¿Tener un pisito o ser inquilino? ¿O más bien, como sospecho, depende de con quién se simpatice y a quién se vote? Es la farsa monea de la volonté générale.

Buena parte de los logros de este libro se asientan en un recurso muy del autor: la ironía

Arias nos propone una navegación fluvial a través de los ríos más caudalosos de la noción de soberanía: Bodin, Hobbes, Rousseau, Kant, Hegel…, y cuando conviene nos desvía por afluentes que no por serlo interesan menos: Locke, Constant, Burke, Sieyès. Después llegamos a un nuevo despliegue, eficaz y conciso, de las ideas y los autores ya más próximos a nosotros, que ustedes descubrirán sin que tenga yo que enumerárselos ahora.

El autor consigue que los no especialistas en historia de las ideas políticas podamos unir muchos de los puntos de conocimiento, dispersos y quizá superficiales, que podamos tener sobre este asunto. Al trazar esas líneas sale un dibujo fascinante. Los libros como este por un lado nos descubren cosas que ignorábamos y por otro ponen en medidas palabras ideas que ya nos rondaban por la cabeza: una doble bendición. “No se trata de que el futuro no pueda producir acontecimientos –dice Manuel Arias–, sino que ya no podemos decidir cuáles son. La historia ya no es un molde de arcilla sobre el que nos inclinamos a trabajar, sino una jaula que nos constriñe". De optimistas alfareros hemos pasado a ser apesadumbrados galeotes en un devaluado presente, y estamos dando manotazos en la mar bravía, para seguir a flote.Buena parte de los logros de este libro se asienta en un recurso muy del autor: la ironía con la que cierra y resume muchos párrafos densos. Así tras explicar el desencanto ante las incumplidas promesas de la filosofía de la historia –ese gran mito de la ilustración–, nos dice: “Al fin y al cabo, también en la sociedad sin clases acaba uno por morirse”. En otra página nos cuenta que el escritor Ballard creyó atisbar un desolador futuro al atravesar una ciudad alemana sin alma, y entonces resume: “¡El fin de la historia es un suburbio de Düsseldorf!”

Los capítulos finales se titulan El aprendizaje de la frustración y Hacia una soberanía para escépticos. Podría parecer que reflejan un libro sombrío. No lo es, en realidad, o no más que pueda serlo la crepuscular actualidad, y además deja varias ventanas abiertas hacia un optimismo posible y fundado en datos, pero siempre que lleguemos a una sano redimensionamiento de lo que entendemos por política: una actividad que no es omnipotente. Por eso dice el autor que la política “no tiene por objeto hacernos felices ni es responsable de nuestras frustraciones personales”. En realidad este libro es una fabulosa guía para añadir muchas y muy profundas capas de reflexión a los telediarios que nos atrevamos a oír o los periódicos que vayamos a leer.

Horacianamente, Nostalgia del soberano enseña deleitando. Un estupendo y recomendable libro.

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