Cultura

Sentido y oportunidad de la ficción

Cinco metros cuadrados. España, 2011. Drama. Dirección: Max Lemcke. Guión: Pablo Remón yDaniel Remón. Intérpretes: Fernando Tejero, Malena Alterio, Manuel Morón, Secun de la Rosa, Emilio Gutiérrez Caba, Jorge Bosch.

En su desmedido afán por representar al españolito medio, el cine patrio se detiene, claro, en la especulación inmobiliaria y sus fatales consecuencias. Un asunto del que seguramente se habrán hecho más de mil reportajes televisivos tipo Callejeros y que ha hecho correr ríos de tinta. ¿Qué aporta al respecto Cinco metros cuadrados? Nada. Absolutamente nada. ¿Qué sentido tenía entonces hacer esta película? Ninguno, salvo, claro, el de trasladar a la gran pantalla una historia de este tipo pero con rostros populares. Disfrazar de ficción el trabajo periodístico que todo el mundo ha visto en su casa. Porque no es lo mismo que se quede sin casa Fernando Tejero que se desahucie al más anónimo de los contribuyentes. Está bien hacer cine social, pero entiendo que el género, sea ficción o no (sea Ken Loach o Michael Moore), tiene su principal sentido en contar algo que el público, al menos en su mayor parte, desconoce. Algo que implica de manera directa a gente que de otro modo saldría de rositas. Aquí no hay nada de eso. Se cargan mucho las tintas dramáticas, se insiste en la responsabilidad de las inmobiliarias, pero cuando hay que tocar la los políticos y los bancos se pasa más bien de puntillas (de algún lado habrá que sacar financiación). Quien pretenda ilustrarse sobre la burbuja, mejor acuda a otras fuentes.

En lo puramente cinematográfico, la narración es tan previsible que bastan diez minutos para adivinar con éxito las conductas de todos los personajes, llevados a un estereotipo caricaturesco (me dolió ahí sobre todo Gutiérrez Caba). Se cometen errores imperdonables, como una elipsis incomprensible (la que transcurre desde el secuestro hasta la mañana siguiente) en la que debían ocurrir cosas que no se le pueden negar al espectador. Pero luego todo se estira lo indecible para que el invento dure 80 minutos. Lo peor no es el flequillo de Tejero, sino el tiempo perdido.

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