Artes escénicas

Todos los caminos para la danza

  • Daniel Abreu y Cristina Hoyos comparten claves, confidencias y argumentos en un fecundo diálogo dentro del ciclo Danza Málaga

Encuentro celebrado este miércoles en el Teatro Echegaray con Daniel Abreu, Norberto Rizzo y Cristina Hoyos.

Encuentro celebrado este miércoles en el Teatro Echegaray con Daniel Abreu, Norberto Rizzo y Cristina Hoyos. / Javier Albiñana (Málaga)

Entre el público, mayoritariamente joven, se adivinaban estudiantes, artistas en ciernes, los futuros valores de la danza de los que habrá que hablar en el porvenir inmediato. En esta ocasión, sin embargo, el Teatro Echegaray no acogía una función; y es que a veces también conviene pensar la danza, contarla, llevarla al discurso y a las ideas, no sólo representarla. El escenario acogió este miércoles un diálogo entre dos bailarines y coreógrafos de distintas generaciones y distintas adscripciones artísticas, Daniel Abreu y Cristina Hoyos, en el que ambos compartieron buena parte de sus claves creativas, sus inquietudes y algunas confidencias en una meritoria ocasión para la confluencia de la danza contemporánea y el flamenco. El encuentro, organizado por el Teatro Cervantes y la Academia de las Artes Escénicas de España, contó con el actor y director Norberto Rizzo como moderador y se inscribió dentro de la programación del Ciclo Danza Málaga, que celebra estos días su nueva edición. El tinerfeño Daniel Abreu (que precisamente presenta este jueves en el Teatro Cervantes, dentro de Danza Málaga, su espectáculo La desnudez) y la sevillana Cristina Hoyos partían de posiciones bien distintas, ya no sólo por la disparidad de géneros sino por las tradiciones, contextos y grados de madurez desde los que cada uno desarrolla su trabajo. La conclusión fue clara: a pesar de estas particularidades, la danza ofrece, como actividad artística, un espejo fundamental para las emociones humanas. Sea cual sea el apellido con el que se considere.

Cristina Hoyos, durante su intervención. Cristina Hoyos, durante su intervención.

Cristina Hoyos, durante su intervención. / Javier Albiñana (Málaga)

Preguntados, precisamente, por sus respectivos puntos de partida a la hora de crear, Cristina Hoyos recordó su etapa junto a Antonio Gades, con quien bailó en espectáculos como El amor brujo y Bodas de sangre, “aunque llegó un momento en que me apeteció bailar sin argumento, hacer algo más pegado al espíritu mismo del flamenco. A través de sus distintos palos, el flamenco refleja todos los aspectos de la vida, los más alegres y los más tristes. Y yo quería atenerme a eso, no necesitaba contar una historia. De alguna forma, la emoción es desde entonces el punto de partida de todo lo que hago”. Abreu, por su parte, señaló que su primer paso viene siempre dado “por el cuerpo de los intérpretes: llevamos el cuerpo a ciertos límites y a partir de ahí vamos trazando caminos, sin ideas preconcebidas; tanto que, por lo general, el final tiene poco que ver con lo que planteábamos al comienzo”. Reveló Abreu de hecho que prefiere trabajar sin músicas marcadas de antemano, “empleamos algunos ritmos y empezamos a crear desde ahí, probando cosas distintas. La música definitiva puede no estar escogida hasta el día antes del estreno. Y tan tranquilos”.

En cuanto al público, Daniel Abreu se refirió al mismo como “el narrador, el que cuenta la historia a partir del trabajo de los intérpretes. Por eso dejamos siempre la dramaturgia abierta, para que cada espectador aporte lo que considere”. Para Cristina Hoyos, el público es “el primer destinatario de la emoción. No se trata de hacer algo que sabes de entrada que va a gustar al público, pero sí de dirigir todo lo que haces, hasta el mínimo detalle, a despertar una emoción. En el fondo, una nunca está segura de si un espectáculo va a gustar a la gente o no hasta que lo estrenas”. Se refirió Daniel Abreu a la creación como “un artículo de fe: la obra sigue su propio camino, es un organismo vivo que se manifiesta a su manera, y yo eso lo respeto siempre”. Por su parte, Cristina Hoyos defendió que en el flamenco “la técnica debe estar al servicio del sentimiento”, antes de afirmar que, de poder vivir otra vida, “pediría reencarnarme en una bailaora. No hay nada más bonito en el mundo”. Y tanto.

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