Cultura

Vuelve Pitingo

  • El quinto disco del artista es el mejor y el más flamenco

Pitingo. Producido por J. M. Gamboa. Guit.: Alfredo Lagos. Universal

Antonio Álvarez Velez Pitingo (Ayamonte, Huelva, 1980) es un superdotado. Las condiciones naturales que tiene para el cante a veces le han jugado en contra. Estaba tan pasado de belleza tímbrica y de compás que se salió del flamenco tradicional a la búsqueda de nuevos públicos. Y lo logró. Aunque ello supuso una cierta desconsideración en el ámbito jondo. Ahora vuelve a sus orígenes, que son el flamenco tradicional. Sin estar cerrado a otras experiencias. Lo que Pitingo hizo en sus tres discos anteriores (Soulería, 2008, Olé y Amén, 2010, Malecón Street, 2011) no es exactamente experimentación sino un mero cambio de repertorio. Un repertorio popular, a la búsqueda de un público mayor que el estrictamente flamenco. Pero eso no es experimentación. Lo del las soulerías no nos lo podemos tomar en serio: digamos que es una gracia ingeniosa. Tampoco sé muy bien que es el soul latino, otra de las etiquetas que se le ha asignado. Eso no era experimentar, más bien lo contrario: jugar con un valor seguro, un repertorio que se ha visto coronado de popularidad en múltiples ocasiones. Supongo que Pitingo pensó: "Si puede El Cigala, si pueden Estrella Morente y Niña Pastori … ¿por qué yo no?". En todo caso, vuelve a sus orígenes jondos y vuelve al productor de su primer y mejor disco hasta la fecha, Pitingo con Habichuelas (2006).

Y no vuelve con los Habichuelas pero sí con otra guitarra poderosa, la de Alfredo Lagos. Cambio de tercio, el quinto disco de Pintigo, es un buen ramillete de cantes estrictamente flamencos y alguna colaboración exitosa extrajonda, la de Farah Siraj, que ya cantó en Olé y Amén. Y así, la sonanta grave, austera pero lujosa de Lagos, nos presenta una impresionante colombiana de Morente. Una colombiana que nos remite, claro está, a Pepe Marchena, el creador de este género musical. Y si hablamos de Morente, aquí está la voz dulce de Estrella. Íntima, recogida, sedosa, un verdadero merengue. Y otro morentiano de pro: Arcángel. Más gustosos los trabalenguas morentianos que los coritos que, en el final, sí resultan resultones.

Y tras el dulce, más merengue: fandangos marcheneros. Anárquicos y de melismas imposibles. Juguetones porque Marchena y Pitingo pueden, porque hay que tener una voz prodigiosa para cantar, en música y letra, estos fandangos personales. Íntimos, delicados, casi femeninos, y al mismo tiempo zumbones. Más delicadeza no se puede. La demostración de que las estéticas del flamenco son muchas y no necesariamente contradictorias. Marchena contra el pensamiento único del flamenco. En los tanguillos sigue el juego, en forma de gracia gaditana: los pitos del carnaval, la voz melódica de Merche y el coro en forma de comparsa, nada menos. El tango del carnaval, un resto de aquel tango americano, tango de negros, antes de hacerse flamenco por obra y gracia, según Faustino Núñez, de Curro Dulce. Así que la temática saharaui del cante nos viene que ni pintada. Tango, que en el flamenco se llama tanguillo, para distinguirlo del tango estrictamente flamenco, con estribillo, flauta y todos sus avíos. Es una canción de Mestisay.

La caña: solemnidad y ¡qué voz tan flamenca la de este Pitingo! La guitarra de Lagos toda tierra y la concepción clásica, es decir del gran Rafael Romero, de este cante, con sus paseíllos sentenciosos y todo. Un cante moroso, como dicen los cánones, que parece que no arranca nunca, que no acaba nunca: tiempo detenido en la voz oscura de este cantaor superdotado que puede cantarlo todo, a poco que se lo proponga. Y para colmo, el baile de Sara Baras. Un baile que se aleja de las concepciones tradicionales de este estilo. No estamos ante Rosa Durán sino ante el torbellino de San Fernando. La segunda copla, por rondeñas, va a dos voces en sus tres primeras frases musicales: ole la inteligencia. Sin etiquetas.

La copla de las dos pes del flamenco: Poveda y Pitingo. A la manera tradicional, con orquesta de cámara y vientos. Si pudo Caracol, si pudo Pinto, si pudo Valderrama (¡Eso sí que era soul latino!), ¿porque ellos no? Zambra con ecos caribeños, gracias al contrabajo y la percusión poderosa. Y, sin más énfasis, se acaba la zambra, porque esto es copla, no ópera flamenca.

Cambio de tercio por seguiriyas trianeras. Pitingo canta roto, entregado, y Lagos lo secunda con un mimo y una entrega brutal. Sobrecogedor. Lo mejor de un disco muy bueno.

Ya sabíamos por Mercé, Niña Pastori o Carmen Linares lo bien que suena de canción de autor en las voces flamencas. Aquí no son Vainica Doble ni Serrat los homenajeados sino, como en el caso de Mercé, Aute: De alguna manera. Si entregada está la voz de Soleá Morente, no le va a la zaga el de Ayamonte, al que da la réplica José Enrique Morente. Voces plenas de colores. Y bellos y sentimentales estribillos a ritmo de fandangos.

¡Qué bien suena la guitarra de Lagos en este disco! Romance lorquiano por soleá. Un dúo con Carmen Linares. Cada uno dice la mitad de la copla. Y Lagos, otro morentiano al cabo, los secunda con una sensibilidad y contundencia asombrosas. Pitingo plantea y Linares resuelve.

Otra colaboración de lujo: el gran Rafael Riqueni con toda la dulzura de que su guitarra es capaz para cantar la Canción de la alegría de Ríos/Beethoven. Porque el Pitingo flamenco puede ser un Pitingo para todos los públicos. Así lo demuestra la falseta tremolada de Riqueni. Pitingo hace suya la pieza transformando en intimidad lo que en Ríos era marcialidad. Eso sí, no faltan los guiños a la versión del granadino, sobre todo en la dicción. La pieza se cierra con el coro góspel favorito de Pitingo. Y más alegría aún, porque ahora le toca el turno a los tangos flamencos, en su versión más gitana, canasteros, con estribillo y todo. Tangos portugueses. Brillantes trabalenguas y buenos coros. La guitarra de Juan Habichuela El Camborio y la fiesta infinita de la familia Saavedra. La canción sentimental en forma de balada del disco se llama 'Leilah' y es un dúo con Farah Sijaj y el piano de Dorantes. Pitingo sabe que el trabajo flamenco está hecho. Por eso se puede permitir este respiro, este lujo, en el corte 11 del disco. Y es que la canción es directa y bellísima. A estas alturas entendemos que Pitingo lo que quiere hacer en esta vida es cantar. La voz fresca, casi infantil, de Sijaj, contrasta amablemente con el chorro oscuro de Pitingo. Y todo, espoleado por el piano múltiple de Dorantes.

Bulerías para Moraíto con el soniquete de Jerez. Impresionante, siempre, el soniquete. Una letra sentida para uno de los flamencos más llorados. Eso sí, recordando la alegría que Morao repartió en su paso por este mundo. Pura bulería de Jerez: "El universo, universal, llorando está a Morao y a su compás". La cosa acaba con una nueva canción, en este caso dedicada al hijo del cantaor. En el fin de fiesta Pitingo ejerce, con buen oficio, todo hay que decirlo, y hasta la emoción más profunda, de padre, ese rol en vías de extinción.

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