Alicia Guerrero, la ceramista malagueña que llena de color el Museo Picasso y El Pimpi
La Junta de Andalucía le ha otorgado la Carta de Maestra Artesanal
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El horno encendido a toda máquina se mezcla con el aroma del barro. Alicia Guerrero trabaja concentrada en su taller de Málaga. Sus manos parecen moverse en una coreografía perfectamente estudiada en la que cada pincelada de esmalte esconde historias que se cuentan con delicadeza. "Soy muy meticulosa con absolutamente todas las partes del proceso", confiesa en una entrevista con este periódico. La ceramista malagueña se encuentra en su taller, en el nido de creaciones que la han acompañado durante tres décadas.
La cerámica no fue un camino planeado, pero no dudó en poner todos sus esfuerzos. Lo aprendió como hobby. "Yo estudié diseño y moda, diseño gráfico, patronaje industrial, incluso diseño textil en un centro de investigación, pero cuando volví y estaba haciendo prácticas, empecé con la cerámica y me gustaba tantísimo y ya tenía trabajo así que lo abandoné todo", recuerda. Su voz se llena de orgullo al rememorar ese momento decisivo, cuando su padre, empresario, la animó a dar el salto: "Él me impulsó y me apoyó al principio, y gracias a eso empecé. Monté el taller en el 96, con apenas 28 años".
Hoy, casi 30 años después, sus piezas están presentes en lugares icónicos: "El Museo Picasso, El Pimpi, el Mesón Ibérico… también muchos colegios y bares de Málaga". Pero lo que más valora Guerrero es la relación con sus clientes: "Lo que intento siempre es captar la esencia de lo que quiere el cliente". Suele preparar uno, dos o hasta tres bocetos y los envía con presupuesto. Sobre eso casi siempre hay alguna variación: el tipo de letra, el color, la distribución… Y sigue hasta que el cliente está satisfecho con la idea.
La ceramista entiende a quien encarga una pieza porque casi siempre hay historias personales detrás. Eso es algo que lleva viviendo durante toda su trayectoria, por lo que cada encargo lo trabaja dedicada en alma y tiempo: “Me preocupo mucho de captar la idea y de adaptarme a la necesidad y al gusto del cliente, sea el estilo que sea". Renuncia a mantenerse firme en un estilo. Se adapta. Lo comenta con la convicción de quien sabe que la artesanía luce más desde la escucha y el diálogo.
El reconocimiento oficial a su oficio llegó hace apenas tres meses, aunque el proceso fue largo y algo "accidentado", pero, por fin, tiene la Carta de Maestro Artesanal. "Me sentí muy contenta, porque no es fácil que te la den, no es algo que tú lo solicites, lo tiene que pedir una asociación. Y la asociación en la que yo estaba desapareció y me dejó el trámite a la mitad", explica. Al final, la Junta de Andalucía siguió para adelante con el trámite: "Conseguimos que saliera todo bien".
El nombramiento como Maestra Artesana no solo conmemora su obra, sino también su papel como formadora. Ha dado clases en institutos, cursos de formación y talleres ocupacionales, pero, sobre todo, se ha dedicado a formar a formadores. "La artesanía está en peligro de extinción", lamenta. Y añade con sinceridad: "La artesanía es algo que la gente no está dispuesta a pagar, porque hoy en día todo se hace de manera más económica, solo las personas que aprecian lo que está hecho a mano son las que compran nuestros productos".
Entre sus proyectos favoritos, destaca uno que combina arte y arquitectura: La escalera del Pasaje Cantón de Mijas. "Hice todas las tabicas con una perspectiva focalizada que fue un reto para mí, porque nunca había trabajado con perspectivas", confiesa. El resultado, comparte, es "espectacular, con flores que recuerdan a las que llenan el pueblo": "La gente se hace fotos ahí, se ha convertido en un punto turístico".
Guerrero sonríe mientras explica cómo cada placa y mural es un pedacito de la identidad de quien los encarga. En su taller realizan "muchísimas placas" con nombres de casas, murales decorativos, rotulaciones para comercio o ayuntamientos. Lo que más le gusta es cuando algo refleja la esencia de las personas que lo encargan: "Si les gusta el mar, hacemos una placa marina; si lo más importante es la familia, algo que la simbolice. Siempre hay algo que los identifica".
Su taller es un lugar donde el tiempo parece detenerse, donde el fuego, el barro y la imaginación se dan la mano para crear piezas únicas. Y en cada una de ellas, queda reflejada la pasión de una mujer que convirtió su hobby en oficio y su vocación en legado. "No vendo pan, no vendo ropa; vendo algo que es muy difícil que necesites, pero la gente que me encarga algo, aunque a veces no vuelvan en 20 años, lo hace con cariño. Y eso es lo que me hace seguir adelante", comparte la malagueña con la misma ilusión que la llevó a dar forma a sus primeros azulejos.
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