El amigo Dioniso

El Jardín de los Monos

Del vino voy a escribir. Del vino en la literatura, en la música y en las artes plásticas

El artista trapero

'La bottiglia di vino' (1925) de Pablo picasso.
'La bottiglia di vino' (1925) de Pablo picasso.
Juan López Cohard

18 de junio 2022 - 07:18

Amigo lector. Si te dispones a leer estas letras, escritas para dar solaz, te recomiendo que lo hagas con una buena copa del vino que más te apetezca. Beber es un placer, si leyendo, aún mayor.

Son muchas las veces en las que uno se propone hacer una cosa y termina haciendo cualquier otra. Ya le pasó al santo Emiliòn que peregrinaba a Compostela y se quedó en una cueva del pueblo que lleva su nombre. Yo me disponía a relatar las peripecias que me acaecieron siguiendo la ruta del Garona, desde su nacimiento por el Valle de Aran, hasta su desembocadura en Burdeos. Pero como quiera que el Garona se une con el río Dordoña para desembocar, ambos, en el Estuario de Gironda, y el Dordoña recibe las aguas del río Isle en la ciudad de Liburne, y junto a ésta se encuentra Saint-Emilion, pues vine a quedarme, como el santo, en dicho pueblo que por algo se le tiene como la cuna de los mejores vinos del mundo. Y del vino voy a escribir. Del vino en la literatura, en la música y en las artes plásticas.

Comenzaré diciendo que el poeta, escritor, erudito, político, y algo pedante, Ausonio (Burdeos, 310-395), cónsul con el emperador Graciano, fue el primer propagandista de los vinos de Saint-Emilion y del Mosela. Precisamente su obra más conocida, “Mosella”, es un poema que describe el viaje que hizo desde Burdeos hasta la desembocadura en el Rin del río Mosela.

Cuando probé, en Saint-Emilión, una copa de Château Ausone, un Burdeos de esa D.O., no pude hacer más que lo que hizo Sancho Panza ante un vino auténtico, sin adulterar: Quedar mirando durante un cuarto de hora las estrellas y exclamar: “¡Oh, hideputa, bellaco y cómo es católico!”. Los andaluces sabemos muy bien que un improperio bien puede ser alabatorio.

Tendremos que remontarnos a la Antigüedad para comprobar el agradecimiento que siempre tuvieron los hombres al dios Dioniso (Baco en la mitología romana) por regalarles el vino. Ya Homero (s.VIII a.C.) fue un gran bebedor. Horacio (s. I a.C.) le llamó “Vinosus Homerus”. Claro que, el poeta latino, afirmaba que: “Las musas huelen a vino” y estaba convencido de que todos los poetas, desde Homero, descendían del dios Baco. También le daba al trago Hipócrates (s. V-IV), el médico más célebre de la Historia, el del juramento. El vino, según él, tenía propiedades curativas. Así, lo recetaba a sus pacientes como desinfectante para las heridas, bebida nutritiva, antipirético, purgante y diurético. Si hubiese vivido en nuestro tiempo lo hubiese recetado para prevenir el contagio del Covid-19, ya que el vino pone ácido el ph de la sangre y en un medio ácido no puede vivir ningún virus. (Eso me dijo mi médico y he seguido una dieta rica en alcohol con un resultado excelente).

Ateneo (s.III d.C.), escritor y gourmet, es de los primeros gastrónomos que nos da cuenta de los vinos preferidos en Roma. Escribió una obra llamada “El banquete de los sofistas” que relata el ágape, con recetas y conversaciones, de 23 comensales, entre los que se encontraban el médico Galeno y el abogado Ulpiano de Tiro. En el banquete se comenta que el vino más apreciado es el “falerno” del que ya nos da señas Plinio el Viejo (s. I d.C.), gran experto en vinos.

Si Cervantes hace abundante mención al néctar de los dioses, tanto en el Quijote como en sus Novelas Ejemplares, Shakespeare no se le quedó atrás. Por ejemplo, en su drama “Antonio y Cleopatra” le hace al dios Baco el siguiente homenaje:

“Ven, oh tú, monarca del vino, / Gordito Baco de rosados ojos! / ¡Que nuestras preocupaciones se ahoguen en tus cubas! / ¡Que tus racimos coronen nuestros cabellos! / ¡Viértenos hasta que el mundo gire!”

También Baudelaire es un gran amante del vino y tacha de hipócritas a los abstemios. Por ello le escribió poemas como: “El alma del vino”, “El vino de los traperos”, “El vino del asesino”, “El vino del solitario” o “El vino de los amantes”. En el primero canta: “En ti yo caeré, vegetal ambrosía, / preciado grano del eterno sembrador, / para que del amor emerja la poesía / que saltará hasta Dios como una rara flor.” Y Rouseau, en “La Nueva Heloisa”, dice que “los que no beben son pérfidos o tienen algún secreto que ocultar”. No se queda atrás nuestro Camilo José Cela llamando a los que no beben “los capones del paladar” o “los eunucos del gusto”. Bueno, ya ven que hay para todos los gustos. Pocos escritores hay que no canten al vino: Desde Omar Khayyam, (¡Bebe vino! Largo tiempo has de dormir bajo la tierra sin mujer y sin amigo.), hasta Lord Byron, en su Don Juan, (Tengamos vino, mujeres, risa y alegría, pues ya vendrán el sifón y las homilías). Ya decía Dante Alighieri que “El vino siembra poesía en los corazones”.

Curiosa es la historia del champagne y su descubridor el monje Dom Perignón que, al probarlo por vez primera, gritó a los demás monjes de la abadía la preciosa frase: “Venid pronto, hermanos, estoy bebiendo las estrellas”.

En la música también están presentes los cantos al vino. No hay más que escuchar el brindis de la ópera de Pietro Mascagni, “Caballería Rusticana”: “Viva el vino espumante, / en la copa chispeante / ¡Como la risa de la amante!”, y no digamos del brindis de “La Traviata” de Verdi: “Bebamos porque el vino avivará los besos del amor”. O en la “Marina” de Arrieta: “A beber, a beber y apurar / la copa del licor”. Son innumerables las composiciones y cantos hechos en loor del vino.

Y no digamos en las artes plásticas. Desde los frescos egipcios de Luxor y Sagqarah hasta las numerosas esculturas representando a Dioniso o Baco, como el “Dioniso” del Louvre con copa y apoyado en una vid, del siglo II d.C., o el “Baco ebrio” de Miguel Ángel que se encuentra en el Museo Nacional de Bargello en Florencia. La lista de obras pictóricas que dan culto al vino es interminable: “La bacanal” de Tiziano, “El triunfo de Baco” (Los borrachos) de Velázquez, “Baco” de Caravaggio, otro de Rubens, “La vendimia” de Goya, “El viñedo de Arlés” de Van Gogh o “Bouteille de vin” de Picasso, etc., etc. Como para emborracharse de arte.

Aquí termino, lector, con la esperanza de que te haya gustado lo escrito y la copa acompañante. Tan solo un consejo que te daría el amigo Dioniso: bebe, pero bebe bien, y ten siempre presente que el agua, con especial moderación, tampoco tiene por qué hacerte daño. Y, otro consejo, para saber de vinos es imprescindible tener a mano el “Diccionario cultural del vino en cinco idiomas” de Serafín Quero Toribio. Benedito Editores. Málaga 2002.

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