“En el flamenco, la personalidad se ha perdido: ya no va a salir ningún Terremoto”
Amparo Heredia 'La Repompilla' | Cantaora
La Lámpara Minera obtenida en la ultima edición del Festival de La Unión reconoce a una artista única que reflexiona en esta entrevista sobre el futuro de la disciplina a la que decidió consagrarse
Málaga/Muchos se refieren a ella como La Repompilla de Granada, pero Amparo Heredia Reyes vino al mundo en Málaga en 1970. Hija de Rafael Reyes La Repompa, objeto de homenaje en la corriente Bienal de Arte Flamenco de Málaga, y sobrina de la legendaria Enriqueta Reyes La Repompa de Málaga, debutó a los 16 años en un tablao de Miami y desarrolló buena parte de su carrera en Estados Unidos y en México. Debutó en España en la madrileña Casa Patas y muy pronto comenzó a ser requerida con frecuencia para actuar en espectáculos de baile, lo que se tradujo en una especialización abultada: a lo largo de su trayectoria, Amparo Heredia ha compartido escenario con prácticamente todas las estrellas del baile flamenco, pero también ha ganado un creciente carisma como líder protagonista del cante que se vio recompensado hace unas semanas con La Lámpara Minera del Festival de La Unión. Artista única, curtida a sí misma y de una intución aplastante de la que saben bien todos los que ha tenido ocasión de verla en un escenario, La Repompilla tiene ideas muy claras respecto al futuro de la disciplina a la que aceptó consagrarse en su manifestación más libre y gitana.
-¿Se ha traducido ya su éxito en La Unión en más trabajo?
-Sí, afortunadamente sí, poco a poco van llamando y tenemos ya algunas actuaciones por delante. Hay que tener en cuenta que veníamos de un año muy difícil en el que se ha sufrido mucho y en el que se ha perdido mucho trabajo. Ahora parece que la situación empieza a estabilizarse. Y los premios siempre ayudan, claro.
-¿Cómo le ha afectado esta crisis, ha tenido que hacer frente a muchas cancelaciones?
-Sí, desde luego. Piensa que los festivales en los que actuamos habitualmente se cancelaron, todos. Ha habido trances bastante duros. Pero quizá lo más difícil, más que mi propia situación personal, ha sido verme en un momento en el que todo el mundo lo pasaba mal. Empezó siendo un tiempo muy negro para la hostelería, y a partir de ahí fuimos cayendo todos los demás. Lo que pasa es que la cultura siempre se lleva la peor parte. Cuando sucede una crisis, la cultura es la menos protegida y la que más sufre. Siempre.
-¿Y el flamenco?
-El flamenco tiene su particular crisis desde hace tiempo, desde mucho antes de la epidemia. Cada vez hay menos tablaos y menos teatros interesados en programar flamenco. Los que vivimos de esto estamos, de alguna forma, acostumbrados. Aunque no hemos dejado de pasarlo mal.
-¿La Lámpara Minera que le ha otorgado el Festival de La Unión es también un reconocimiento a una manera concreta de hacer y sentir el flamenco?
-Puede ser. Ten en cuenta que, de entrada, lo que el festival busca es la protección y divulgación del cante de las minas, que está ahí, que existe, por más que fuera de este festival se haga muy poco. Me parece importante reivindicar que hay otros palos y otros cantes más allá de la soleá, los tangos y las bulerías que conoce todo el mundo. No sé por qué esos otros cantes se hacen tan poco, hasta el punto de que muchos de ellos están olvidados. Supongo que muchos piensan que el público se va a aburrir con ellos. Pero yo procuro cantar siempre una variedad grande de palos y siento que el público los disfruta. No se puede estar siempre arriba, cuanto cantas hay que ir variando las emociones.
-¿Alguna vez le han llegado exigencias o, al menos, sugerencias en ese sentido?
-Sí, alguna vez me han pedido que no cante tan apretá. Pero me resisto a ser la cantaora que no soy. A ver, es que estas cosas son complicadas. Por una parte, cada artista quiere expresar lo que siente, actuar tal y como es. Yo quiero ser lo más honesta conmigo misma. Ahora bien, está claro que en este trabajo nos debemos al público y hay que darle lo que pide. Lo que yo reivindico es que una variedad más amplia de cantes no va a hacer, como piensan algunos, que la gente se aburra. Pienso que es más fácil que la gente se aburra cuando va a un festival con tres o cuatro cantaores y hacen todos lo mismo.
-¿Qué debe usted como cantaora a su tradición familiar? ¿Se ha salido mucho del tiesto?
-No. He hecho ya muchas cosas, pero siempre he terminado volviendo a mi casa. Es algo muy importante para mí. Luego, eso sí, cada uno sigue su camino, su propia historia. Porque también soy una persona con una vida además de dedicarme al flamenco. Empecé cantando para bailaores y lo hago todavía. De hecho, es lo que más me gusta. Cuando cantas dando la cara tienes una oportunidad única para expresarte, pero a veces también está bien que den la cara otros mientras tú cantas. El cante para el baile no es menos creativo, tienes que saber dialogar con quien está bailando, estar muy atenta y responder siempre a la altura.
-¿Cómo recuerda hoy sus años en Estados Unidos? ¿Con nostalgia, con distancia?
-Los recuerdo con cariño. Al principio no quería cantar, era muy vergonzosa. Y fue allí donde empecé a soltarme. He tenido mi historia, claro, pero lo que más me interesa es cantar. Para mí es algo que va más allá de lo artístico, es como un desahogo. Aunque esto nos pasa a todos los flamencos. En vez de pelearnos en casa, lo soltamos todo en el escenario.
-¿Está hoy el flamenco donde usted pensaba que llegaría a estar?
-No, para nada. La declaración de Patrimonio de la Humanidad se quedó ahí, en unas letras escritas. No se le da el reconocimiento que tiene. Cuando canto en otros países y siento que me reconocen como artista, más que aquí, me siento contenta y halagada por una parte pero triste por otra. El arte no tiene nada que hacer aquí.
-¿Le preocupa que no haya un relevo en la afición?
-Cuando voy a actuar a festivales y veo al público más joven, por lo general muy entendido y con muy buena afición, comprendo que esos jóvenes aman el flamenco porque lo han aprendido en su casa. Y ésa es la clave para mí del futuro del flamenco: el respeto a la cultura pero, más todavía, la educación. Hay que saber distinguir el flamenco del flamenquito.
-Poco después de que inauguraran en Málaga el Museo Picasso, entrevisté a su madre y ella me dijo que el museo era una maravilla, pero que Málaga también necesitaba un tablao. Curiosamente, después han llegado muchos más museos que tablaos.
-Así es. Tablaos en Málaga hay muy pocos. Y los pocos que hay sobreviven con muchísimas dificultades. Desde hace mucho tiempo el turismo que viene a Málaga no busca flamenco. Busca otras cosas. Los que buscan flamenco van a Granada o a Sevilla. Pero creo que si la ciudad apoyara a sus tablaos atraería a otro tipo de visitantes. Podría ganar a cambio.
-¿Ha quedado el cante gitano fuera de los principales escaparates del flamenco?
-Sí. El problema es que el filtro con el que nos han medido tradicionalmente es demasiado estrecho. Los gitanos cantamos con el corazón, hacemos lo que nos nace, lo que nos sale, aunque a veces ni siquiera sepamos lo que estamos haciendo. Los payos, en su mayoría, cantan sin embargo muy pegados a los modelos, muy según la reglas y los cánones que dictaron los maestros. Y cuando se valora la calidad de un cante, lo que se mide es la fidelidad a esos modelos, de manera que si hace alguien una malagueña tal y como lo hacía este cantaor o este otro, lo tendrá más fácil para ser reconocido. Por eso, cuando cantas, sabes que muchos te están midiendo hasta la respiración. Pero los gitanos no somos así, cantamos lo que nos dicta el corazón, no lo que nos dicta un molde. Y digo yo que no hace falta ser tan fiel a lo que hicieron otros para cantar bien una malagueña. Es otra cosa. Por eso pienso que en el flamenco se ha perdido la personalidad. Ya no va a salir ningún Manolo Caracol ni ningún Terremoto. Ya no.
-También porque la vida es hoy muy distinta.
-Así es. Lola Flores me dijo una vez que para llegar a cantar bien se tiene que haber pasado hambre. Y, conforme pasa el tiempo, más me doy cuenta de la razón que tenía.
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