El año de la kábila

En la región del Rif este término se refiere a una comunidad o tribu bereber, cada una con su propio sistema de organización social, sus costumbres y aldeas pequeñas

La magia de los recuerdos

Escuela de Telata Beni Ahmed
Escuela de Telata Beni Ahmed / M. H.

Mientras tomábamos unos vinos en el “Chipirón colorao”, sentados frente al paleño mar de la bahía, Lucio sacó a relucir los recuerdos del año que pasó en Telata Beni Ahmed. Según me dijo tenía tatuada en la mente la fisonomía de dicha kábila del Rif marroquí, donde fue destinado su padre de maestro. Antes, como era su costumbre, Lucio me puso en situación: Mi padre era un franquista fijo discontinuo −comenzó diciéndome−, o sea que, desde el día 20 de cada mes y hasta el 1 del mes siguiente, que cobraba, juraba y perjuraba contra Franco, ya que el sueldo no daba para más. Ya sabes que por entonces era común la frase “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Decidió solicitar plaza en el protectorado de Marruecos, ya que el sueldo era mucho mayor, y le destinaron a Telata. En la región del Rif el término "kábila" se refiere a una comunidad o tribu bereber. Cada kábila tiene su propio sistema de organización social y sus costumbres, y puede incluir varias aldeas o pueblos pequeños. Telata Beni Ahmed −continuó Lucio− se encuentra dentro de la comarca de Beni Ahmed, que es una subregión de la provincia de Al Hoceima, a unos 50 Km de la ciudad homónima. La localidad está enclavada en las montañas del Rif, lo que significa que tiene una geografía abrupta y es parte de un sistema montañoso que se extiende por el noreste de Marruecos, además de otros países. La zona, como muchas otras en el Rif, está relativamente aislada debido a su terreno montañoso, lo que ha permitido que su lengua (el tamazight o rifano), tradiciones y costumbres se hayan mantenido vivas a lo largo de los siglos. Telata Beni Ahmed está rodeada de pueblos y aldeas pequeñas que forman parte de la misma kábila. Telata es el zoco y el punto de encuentro de todas ellas.

Recordaba Lucio como un día, junto a sus padres y hermano más pequeño, volaron desde Málaga a Tetuán, allí cogieron un autobús que, pasando por Chaouen, les dejó en Bab Taza, donde les esperaba un vehículo militar que, por caminos de tierra, fueron haciendo kilómetros a través de montañas escarpadas, valles profundos, y áreas de vegetación exuberantes. Un viaje bastante serpenteante debido al terreno montañoso.

Lucio, siguió contando su llegada a Telata y el impacto que le causó aquél desconocido mundo. Una gran explanada de tierra, con un largo edificio de dos plantas, era el centro de reunión de todos los habitantes de la kábila. Era el zoco, el mercado donde acudían todos los martes los habitantes de las aldeas a vender o intercambiar sus productos La planta baja del edificio era el colegio. En él estudiábamos juntos los niños bereberes y españoles. Mi padre era el maestro y un ulema nos daba clase de Corán y de árabe; en sus clases usábamos tablillas enceradas para escribir. La planta superior era la vivienda del maestro. Era enorme, tan grande que mi madre decidió usar tan solo la mitad. Tenía una cocina de hierro con tiradores dorados, de las llamadas “cocinas económicas”, de grandes dimensiones. No tenía agua corriente. De ella nos abastecía un bereber que cada dos o tres días venía con dos tonelitos de madera llenos de agua potable. En época de nevadas nos abastecíamos derritiendo la nieve.

Telata Beni Ahmed estaba dividida en dos zonas, el poblado donde vivían los bereberes y la parte alta, alejada del zoco, donde estaba la mejania, que era un cuartel de soldados nativos bajo mando español, y las casas unifamiliares de los militares españoles. Te aclaro −me dijo Lucio− que "mejanía" significa zona agrícola de cultivo comunal, vinculada a los territorios bereberes y gestionada de forma colectiva. Las mejanías, aunque no eran exclusivamente militares, tenían un importante componente de control social y territorial por parte de la administración colonial española. Frente al cuartel, formando una avenida con arboleda, estaban las casas unifamiliares (no habría más de 6 ó 7) de los militares españoles. Al mando había un capitán que vivía en el primer, y más grande, chalet del conjunto. De todos los oficiales, al que más recuerdo es al teniente veterinario. Era muy joven, pamplonica y muy alto, al contrario que su esposa que era muy bajita. Recuerdo que nos enseñó una canción (por lo visto navarrica) cuya letra decía: “Entre las angulicas, había un pez gordo, así de grande, y así de gordo. Arrimamos el farol, y era un mocordo, así de grande y así de gordo”, con la que nos divertíamos mucho gesticulándola con las manos.

En Telata −continuó− había también un molino de trigo y una almazara. Un pequeño borriquillo trabajaba haciendo girar la cónica muela de piedra, de gran peso, que iba machacando las aceitunas para extraer el aceite. Es curioso lo pequeñitos que son los burros en Marruecos, de hecho, fuese quién fuese el jinete que los montara, siempre le arrastraban las babuchas por el suelo. Algo más alejado del poblado había un cafetín o un bar que era de un griego, único extranjero en la zona.

Un día, por orden del capitán, nos trasladamos a un chalet de la avenida, justo enfrente de su casa, que era la residencia del oficial de farmacia que estaba desocupada. El traslado fue obligado por motivos de seguridad, ya que se preveían revueltas y una gran concentración de los agricultores bereberes en el zoco en protesta por la subida de impuestos decretada por el gobierno del Protectorado. Y, efectivamente, no llevábamos una semana en la casa del farmacéutico, cuando nos concentraron a todos los españoles en los jardines de la casa del capitán, mientras una multitud de bereberes, con sus azadas al hombro, se dirigía hacia la mejanía, en tanto que los soldados, armados, la rodeaban para protegerla. A mi me parecía emocionante todo aquello, conforme se acercaba aquella riada humana, mi alma mutaba hacia la de mi héroe el Capitán Trueno. Era mi alter ego. Ahora, cuando recuerdo el pasaje vivido, creo que los mayores sí que pasaron miedo. Estoy convencido de que, en aquellas agrestes y hermosas montañas del Rif, para los españoles nunca dejó de estar presente la amenazante figura del caudillo rifeño, formado en la Universidad de Salamanca, Abd el-Krim el Khattabi y “el desastre de Annual”. Pero nada pasó, eran gente pacífica y, tras presentar sus quejas al capitán, se marcharon por donde vinieron, cada uno a su aldea de la kábila de Beni Ahmed.

Ese año lo pasamos ya de okupas en la casa del farmacéutico. Para mi fue una delicia, ya que en la casa había cantidad de objetos con los que yo disfrutaba jugando, botes de cristal, probetas, matraces, ampollas que contenían hilos quirúrgicos para coser heridas (con estos me divertía mucho porque descubrí que echándolas al fuego explotaban con una enorme e intensa llamarada) y otros objetos propios de una botica y laboratorio. Pero de todo lo que había en la casa, lo que más me alucinaba era una enorme águila disecada.

Telata Beni Ahmed fue para mi tan impactante que nunca la olvidé. Tampoco ese año lo olvidó mi madre, ya que fueron tantas mis travesuras, y algunas con una probabilidad bastante alta de riesgo físico, que decidió dejarme en Málaga con mis abuelos. Cuando volvimos para pasar el verano, Telata se vino conmigo, en mí corazón y en mi mente. Ya nunca más volvería a verla, pero su influjo me marcó para toda la vida. Telata cubierta con más de un metro de nieve, aquellos caminos abruptos por los que, caravanas de bereberes, venían todos los martes a comerciar al zoco, aquellos montes con sus fascinantes cuevas y sus bosques, las noches en las que los bereberes, sentados en la puerta de sus casas de barro y paja, alrededor de una candela, fumaban kifi en su sebsi (pipa larga de madera terminada en una cazoleta de barro del tamaño de un dedal,) asando bellotas… ¡Ah, fascinante Telata Beni Ahmed! La de mis recuerdos infantiles. Y los rifeños, los bereberes, orgullosos, honestos y amables, tanto que siempre me dejaban montar en sus burritos para subir la cuesta que unía el zoco con la mejanía.

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