La Baviera Romántica XV: Regensburg

EL JARDÍN DE LOS MONOS

Nos sorprendió, porque no es solo un lugar de visita: es una ciudad que se vive, que se escucha y que se saborea

La Baviera Romántica XIV: Augsburg

Catedral de San Pedro. Regensburg
Catedral de San Pedro. Regensburg

Cuando salimos de Augsburg, llevados por la curiosidad y dado que Dachau se encontraba muy cerca, fuimos a visitar el KZ-Gedenkstätte (solo el nombre da pavor), que es el campo de exterminio que los nazis inauguraron en 1933. En él fueron asesinadas más de 50.000 personas. Testigo de ello son la cámara de gas y el horno crematorio (ambos reconstruidos), que se pueden visitar. Hay, además, un monumento a las víctimas, un museo documental y tres templos, dedicados a las religiones judía, católica y evangélica. Confieso que, aun siendo mucho más pequeño, me impresionó más este campo de Dachau que el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia.

En un principio, donde el río Regen confluye con el Danubio, hubo un asentamiento celta que se llamó Radasbona. Los romanos, allá por el reinado de Domiciano, a finales del siglo I d. C., comenzaron a fortificar la frontera danubiana del Imperio y construyeron un fuerte donde asentar a sus legiones, hasta que el emperador Marco Aurelio, en el año 179 d. C., colocó en ese lugar la primera piedra de Castra Regia (“fuerte del río Regen”), germen de la ciudad que hoy conocemos como Regensburg (Ratisbona en español). Vestigios como la Porta Praetoria, arco y torre del s. II, siguen custodiando el espíritu del Imperio. Hay quien asegura haber visto el alma de un soldado romano paseando por la ribera del río.

En la Edad Media, como ciudad imperial libre, vivió su edad dorada. Fue el centro político del Sacro Imperio Romano Germánico y, gracias a su ubicación estratégica en las rutas comerciales, se convirtió en una potencia económica. Recuerdo de la época es el Puente de Piedra (Steinerne Brücke), construido en el siglo XII, que no solo unía las orillas del Danubio, también conectaba culturas, ejércitos y leyendas; cuenta una de ellas que fue el propio Diablo quien ayudó a la construcción del puente a cambio de las primeras almas que lo cruzaran. Pero los ingeniosos ratisbonenses enviaron gallinas y gallos en primer lugar. Aun hoy, al cruzar el puente, a veces se oyen cloqueos lejanos burlándose del inframundo.

Ratisbona fue escenario de la Dieta Perpetua del Sacro Imperio Romano Germánico, una sesión parlamentaria que se extendió desde 1663 hasta 1806 (en 1810 quedó anexionada definitivamente al reino de Baviera), moldeando la política europea desde los fastuosos salones del Altes Rathaus, el ayuntamiento medieval. Y, bajo el dominio de los príncipes de la familia Thurn und Taxis, cuyo palacio aún deslumbra con su mezcla de lujo barroco e historia benedictina, Ratisbona dejó una huella en las comunicaciones postales de Europa, ya que dicha familia de la nobleza lombarda fundó el sistema postal europeo. Comenzaron funcionando como servicio de relevo de caballos y de carruajes entre numerosas capitales europeas y, en 1490, se convirtió en una empresa postal privada. En 1600, pasó a ser el Correo Imperial.

Muchas vicisitudes, como la Guerra de los Treinta Años o las guerras napoleónicas, han golpeado Ratisbona, pero la fortuna ha sido benévola con ella: pocas ciudades alemanas conservan tan vívidamente su pasado medieval. Algo que se puede comprobar en su deliciosa gastronomía. Junto al diabólico puente de piedra se encuentra la histórica taberna Wurstkuchl, en la que se pueden degustar unas salchichas negras al carbón que se vienen cocinando desde hace más de 500 años. En tan singular taberna, que a mí se me figuró la Hostería del Laurel con Tenorio y Mejía incluidos, nos deleitaron con unas raciones de Schweinebraten (cerdo asado), acompañadas de generosas Knödel (albóndigas de pan o patatas) y una soberbia cerveza oscura elaborada en la Abadía de Weltenburg, que ha estado fermentando su secreto desde el año 1050.

Ratisbona no tiene desperdicio. Su catedral, Dom St. Peter, se comenzó a construir en 1270 y tardó tres siglos en acabarse. Pese a ello, luce un bellísimo conjunto gótico florido, en el que destacan sus torres: dos altísimas agujas, de más de 100 metros, que enmarcan una majestuosa fachada que tiene una portada espectacular, decorada con estatuas y relieves de los siglos XIII-XIV. Del siglo XIII es el coro, obra magistral y preciosa, que, cuando se contempla, parecen escucharse los ecos de monódicos cantos gregorianos de los niños del Regensburger Domspatzen (célebre coro de la catedral de Ratisbona que tiene más de mil años). Sus capillas, frescos, vidrieras, esculturas y, en fin, toda la catedral es una auténtica maravilla. A su lado, la iglesia de St. Ulrich, del siglo XIII, antigua iglesia parroquial de la catedral, contiene el museo diocesano.

En la Plaza del Mercado (Alter Kornmarkt) podemos contemplar la Niedermünster, una iglesia conventual del siglo XII que contiene la tumba de San Enardo, obispo de Ratisbona. También se puede visitar una cripta (Erhardi Krypta) del siglo X y la Alte Kapelle, antigua capilla de la Corte, donde se encuentra la Palastkapelle, una capilla carolingia del siglo IX. Siguiendo con nuestro paseo por la ciudad, nos encontramos con la Dachauplatz, en la que se encuentra el Historische Museum, albergado en un antiguo convento franciscano de los siglos XIII-XIV, con una iglesia gótica, donde se conservan vestigios arqueológicos. Una galería contigua (la Staats) está dedicada a la pintura europea de los siglos XVI al XVIII.

Pero la ciudad medieval propiamente dicha se concentra entre la catedral y el antiguo Ayuntamiento. Allí nos encontraremos con la Baumburgerturm, una casa-torre de 7 plantas, del s. XIII, donde el emperador Carlos V, ya viudo de Isabel de Portugal, conoció a una jovencita de la burguesía local llamada Bárbara Blomberg. Se quedó prendado de su belleza y de su voz, pues cantaba muy bien, y fue durante años su amante. En 1547 le dio un hijo que fue bautizado Jerónimo (conocido como Jeromín). Carlos V decidió que su educación fuese en España y que se le rebautizase con el nombre de Juan. Fue, ni más ni menos, que Don Juan de Austria. Hay otra casa-torre de la misma época que tiene la fachada decorada por un gran fresco que representa a David y Goliat (la Goliathaus), y también nos encontramos con un asador del siglo XII. Llegados al antiguo Ayuntamiento (Altes Rathaus), podemos observar las distintas épocas en que fue construido: una fachada barroca con la Fuente de Venus del s. XVII, un torreón (Ratsturm) del s. XIII, otra fachada con un mirador con pináculos del XIV, entre otros elementos. En la fachada principal, un pórtico gótico florido nos da acceso al interior, donde, en la primera planta, se encuentra la Reichsaal. En esta sala era donde se reunía la Dieta Permanente del Imperio y, en ella, está el trono imperial, que data del siglo XVI.

En esta zona de la ciudad nos encontraremos con numerosas casas-torres de siete o más plantas, de los siglos XIII y XIV, entre ellas la Gasthof Goldenes Kreuz, donde se alojó Carlos V para sus encuentros con Bárbara Blomberg. En la Herrenplatz (plaza Herren), a orillas del Danubio, se encuentra otra de las puertas de la ciudad, la Prebrunntor, del s. XIV, y las iglesias de St. Jakob, que tiene una extraordinaria portada románica lombarda del s. XII, y de St. Blasius, dominica del siglo XV. Cerca se puede visitar el impresionante e imprescindible monasterio benedictino St. Emmeram, el más antiguo de Baviera, con la iglesia parroquial de St. Rupert, del s. XI, y su indescriptible iglesia abacial, que acoge una colección de tumbas de la época carolingia impresionantes.

Regensburg nos sorprendió, porque no es solo un lugar de visita. Es una ciudad que se vive, que se escucha y que se saborea. Es una postal animada donde los siglos te invitan a disfrutar de su romántico pasado medieval. Ratisbona encanta haciendo realidad sus leyendas, como la que cuenta que, en el Danubio, hay noches que se oyen los cantos de una sirena que se enamoró de un pescador ratisbonense. Una de esas noches, mirando al cielo, Kepler encontró las estrellas con las que siempre había soñado.

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