"La belleza necesita un polo opuesto, un socio dialéctico: lo feo y lo bizarro"

Werner Hofmann. Historiador del arte

El director emérito de la Hamburger Kunsthalle, referencia de la crítica en el último medio siglo, pronuncia hoy en el Picasso, dentro del seminario '¿Qué es lo grotesco en el arte?', la ponencia 'La caricatura como estrategia'

El profesor Werner Hofmann, ayer, en la biblioteca del Museo Picasso Málaga.
Pablo Bujalance / Málaga

25 de octubre 2012 - 05:00

La oportunidad de conversar con Werner Hofmann (Viena, 1928) en torno a una mesa es uno de esos raros privilegios que ocurren una vez en la vida. Director emérito de la Hamburger Kunsthalle, a lo largo de su carrera ha sido profesor en la Universidad Albertina de Viena y en el gran trío de ases académico de Estados Unidos: Berkeley, Harvard y Columbia. En 1959 fundó el Museo del Siglo XX de Viena, que convirtió en referente internacional y que dirigió hasta 1969. Hofmann es además autor de numerosos ensayos sobre la arquitectura y las bellas artes, con especial atención a artistas como Braque, Courbet, Degas, Friedrich y Goya, entre otros. Hoy, este historiador, referencia ineludible del estudio crítico del arte en el último medio siglo, pronuncia a las 19:00 en el Auditorio del Museo Picasso la conferencia La caricatura como estrategia, dentro del seminario ¿Qué es lo grotesco en el arte?, integrado a su vez en el programa complementario de la exposición El factor grotesco. Hofmann, tan riguroso como elocuente, siempre ilustrativo y de preclara adscripción humanista, atendió ayer a este periódico y adelantó algunas de las claves fundamentales de su ponencia.

Encontrar a semejante titán al servicio de una realidad tan desprestigiada como la caricatura puede parecer una incongruencia, pero la paradoja forma parte del juego. Hofmann recordó que tras su formación en Viena marchó a París en 1949 para escribir su tesis doctoral y allí concibió el que sería su primer gran libro, La caricatura desde Leonardo a Picasso, publicado en 1956: "Ya entonces quise vincular la caricatura a dos nombres universales de la Historia del Arte, porque la caricatura es un arte, que cuenta con sus procedimientos y sus objetivos. El primero de ellos es mostrar al mundo en su mayor esplendor, en su mejor forma posible, pero hay otros".

El mismo profesor brinda la pregunta fundamental: "¿Es la caricatura una forma de protesta, o surge del juego con las formas? La caricatura es un elemento de controversia y crítica del poder establecido, pero a su vez se sostiene en dos ejes: uno es la crítica diaria a la situación social, y el otro es el que atañe al caricaturista con ambiciones artísticas, que ve siempre la posibilidad de cambiar todo en todo, de provocar una metamorfosis continua". Y con su férreo acento alemán, cita en castellano antiguo a Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, para ilustrar su idea: "Sobre cada fabla, se entiende otra cosa". Y hace lo propio con el italiano para citar a Leonardo: "El término de una cosa es el principio de otra". El caricaturista, por tanto, hace suya la filosofía de Heráclito y la traslada al arte. "Éstas son las teclas del piano", advierte el profesor.

Hofmann coincide con el discurso expositivo de El factor grotesco al señalar el Renacimiento como el origen de la caricatura: "En el Renacimiento, el ser humano aparece por primera vez como una figura bella y armoniosa, un criterio que no existía en la Edad Media: existían la hermosura de la Madonna, la frialdad del Diablo, pero no la enseñanza de las bellas proporciones. Y también en esta época la caricatura empieza a defenderse por sí misma como instrumento para hacer de la realidad algo feo a través de lo fantástico. Bajo el dictado de la belleza absoluta se creó una isla de la armonía y todo eso, pero a la vez apareció lo feo, lo bizarro, lo grotesco, que se convierte en un socio dialéctico de lo anterior. La belleza necesita y demanda un polo opuesto en la medida en que se hace teórica: eso es la caricatura. No es una casualidad que Leonardo y Miguel Ángel jugaran convirtiendo la armonía en disarmonía".

El profesor señala como verdaderos inventores de la caricatura, en el siglo XVI, a los Carazzis, que "se dedicaron a los grandes frescos y simultáneamente dibujaban pequeños chistes en sus libritos". Hofman toma entonces sus apuntes y nos regala uno: pinta un sencillo triángulo posado en una línea, como una aleta de tiburón que asoma en una ola. "Éste es uno de esos chistes que hicieron. ¿Sabes lo que es? Un cardenal quedándose dormido". Y añade como colofón uno de los fundamentos teóricos de Leonardo: "Cada persona tiene un aspecto físico determinado. Si sumamos toda la humanidad no encontraremos una sola belleza, sino una suma de bellezas".

En cuanto a la estrategia sobre la que versará su conferencia, Hofmann explica que la caricatura busca "una acentuación, una profundización de lo que tiene cada uno: La apertura de la fisonomía hacia dentro". Y recuerda el caso del último rey francés, Luis Felipe, de quien decían en el siglo XIX que tenía cabeza de pera. "Los caricaturistas de la época dibujaban figuras humanas con cabeza de pera, pero sin hacer referencia al rey. Cuando les acusaban de mofarse del monarca, ellos replicaban que no lo hacían, que había muchas personas cuya cabeza tenía forma de pera". Hofmann admite que, en tal caso, la pera se convierte en un objeto subversivo en cuanto su mera contemplación en un mercado o en plato basta para evocar la figura del rey: "Los elementos que se podrían apreciar como cómicos lo son a través del contexto. Nada es cómico por sí mismo. Depende del factor social. Pero, eso sí, la caricatura es siempre un ataque, produce una lesión, una herida".

En la actualidad, según Hofmann, la sociedad occidental se muestra mucho más tolerante con lo feo. El profesor recuerda el proceso por el que el pintor alemán George Grosz fue denunciado tras dibujar, en 1922, un Cristo crucificado con una máscara de gas: "La Iglesia y la sociedad se sintieron ofendidas, por más que Grosz no quisiera atacar tanto a la religión como a un mal uso de la misma. Pero hoy la cuestión sería muy distinta". Se impone preguntar entonces por la polémica en torno a las caricaturas de Mahoma en diversos medios europeos y en el famoso vídeo americano: "Hay que entender que un musulmán que habita un contexto cultural distinto siempre va a concluir que eso no puede ser permitido. Aún existen sociedades en las que el dibujo se puede interpretar como una distorsión intencionada que provoca una herida en el receptor. El Islam vive, en este sentido, en otro planeta". ¿Y si las caricaturas hubiesen presentado a un Profeta idealizado, en lugar de armado con bombas? "Habría ocurrido lo mismo porque se habría dado una representación del santo en un contexto profano. Para un musulmán eso es inadmisible".

Hofmann retoma sus apuntes y lee una amonestación medieval de Bernardo de Claraval: "Pero qué sentido tiene en los monasterios a la vista de los monjes lectores toda esa monstruosidad, esa extraña belleza deforme. Qué sentido tienen los simios impuros, los leones salvajes, los centauros deformes. Puedes ver muchos cuerpos con una sola cabeza y también un cuerpo con muchas cabezas. Un cuadrúpedo tiene cola de serpiente, un pez la cabeza de un cuadrúpedo. La diversidad de formas es tan grande que se antoja más grato leer en los mármoles antes que en los libros, y resulta preferible pasar el día admirando estos particulares que meditando sobre los mandamientos de Dios". Y añade al respecto: "De lo que habla es del destino del arte. La imagen no lleva a la verdad, sino que aleja de ella".

Sobre el poder futuro de la caricatura, Hofmann se muestra pesimista: "Cuando una deformación de Obama o de la reina Isabel se publica en un periódico y se acepta sin más, entonces ha fracasado. A la caricatura sólo le han quedado los chistes malos". ¿De la prensa? "Sí".

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