El cielo boca abajo se volcaba

Amancio Prada | Crónica

Amancio Prada rindió homenaje a Rafael Pérez Estrada en su concierto en Gibralfaro, dentro del Festival de Guitarra Pepe Romero, y trazó un abrumador itinerario sonoro y poético que incluyó el ‘Cántico espiritual’

Un cosmos de papel para detener el tiempo

Amancio Prada, este viernes, durante su concierto en Gibralfaro. / Álvaro Cabrera

El ábside de la Basílica de Nuestra Señora de África, en Argel, está presidido por el siguiente lema, escrito en francés: “Nuestra Señora de África, ruega por nosotros y por los musulmanes”. Amancio Prada pudo visitar el templo con motivo de un concierto que ofreció en la capital argelina y, al leer estas palabras, le vino a la cabeza esta advertencia de San Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”. El hallazgo de esta asociación le dio la idea para terminar una canción en cuya composición llevaba años trabajando, Oración reflexiva, que le había inspirado Georges Brassens y que incluye estos versos: “Tal vez ahora te preguntes / si vale la pena matar y morir / morir y matar por un Dios, por una idea / Tu patria es el aire / no tiene bandera / bandera no tengas”. Prada cantó la Oración reflexiva en su concierto del viernes celebrado en Gibralfaro, con el que tuvo su inauguración el Festival de Guitarra Pepe Romero, y certificó con ella una noche para respirar al fin libres de patrias, dioses y banderas, abrazados al canto y la poesía. La trayectoria de Amancio Prada es larga y fecunda, pero seguramente pocas veces ha sido su obra tan urgente, tan sanadora como en estos tiempos, con tal de que podamos demostrar nuestra indiferencia a un mundo despreciable empeñado en someternos. El público que llenó el recinto y que compartió las dos horas de recital con fidelidad silenciosa y complicidad de amigo pudo llevarse después semejante tesoro a casa.

Junto a Rafael Domínguez y Ángel Luis Quintana, en la interpretación del 'Cántico espiritual'. / Álvaro Cabrera

Vino Amancio Prada a Málaga a rendir homenaje a Rafael Pérez Estrada con el Cántico espiritual, del que el poeta era devoto, pero el tributo revistió más prendas. En la primera parte del concierto, el cantor leonés, solo en escena con su guitarra, revisó buena parte de su repertorio más popular con Pérez Estrada entre sus afluentes. Entonó, de hecho, El muchacho masai tras evocar el día en que conoció al escritor, en Málaga, en otro homenaje brindado a Gerald Brenan en 1983, en el que Prada interpretó el Cántico por mediación de Pérez Estrada. Dedicó también A Mercedes, en su vuelo, el estremecedor soneto deFederico García Lorca, a la memoria del autor del Bestiario de Livermoore, presente a su vez a través de pájaros cantores y extrañas estrellas que desaparecían en el pozo de la noche (Prada invocó a las estrellas en varias ocasiones y alzó la mirada en consecuencia; el cielo estaba nublado, pero todos sabíamos que estaban allí). Pero hubo también tiempo y espacio para Alegra titiritero entre otros himnos, así como para recordar la rebeldía de Chicho Sánchez Ferlosio ante el avasallador ridículo de presidentes entrantes y salientes y el verso rabioso y apasionado de Agustín García Calvo en Tú, cuya mano: “Tú eres mi ejército / y mis leyes / y mi dios / y mis padres / y mi patria”. “No sé por qué he traído está canción esta noche”, confesó Amancio Prada, pero muchos se lo agradecimos, por justa y necesaria: el cielo boca abajo se volcaba, sin remedio. Volvieron a sonar los versos de García Calvo en Libre te quiero y, sí, todo lo vivido confluyó en el vivir.

El cantor evocó emocionado su amistad con Pérez Estrada, sostenida desde que se conocieron en un homenaje a Gerald Brenan en 1983

Subieron después al escenario los violonchelistas Rafael Domínguez y Ángel Luis Quintana para la interpretación del Cántico espiritual, que fue grabado originalmente con violín y violonchelo y que el público pudo disfrutar así con una disposición instrumental más honda y tal vez más humana, más a flor de tierra (por cierto, ha sido todo un acierto programar en un festival dedicado a la guitarra a Amancio Prada, quien volvió a dar muestras sobradas de su calidad excepcional como guitarrista). Nuestro hombre rememoró la composición de su obra más conocida y divulgada, en una habitación destartalada en París a finales de los años 60, mientras en la habitación de al lado una inquilina pasional y su amante se encargaban de ambientar con sonoros alborozos carnales la mística desatada de los versos de San Juan de la Cruz, quien pagó cara su santidad y se reinvidicaba a sí mismo como creador de canciones, nunca de poemas. Prada no citó a la veleña, pero a lo largo de los nueve movimientos y las cuarenta liras de la obra se hizo bien vigente la presencia de María Zambrano, como otro lecho para dormirse en la luz. A modo de despedida, Adiós ríos, adiós fontes de Rosalía de Castro confirmó que nuestro encuentro sería inolvidable. Málaga celebró así con Amancio Prada una noche para mayor reivindicación de los quijotes, locos y santos que no reconocen más dios que el amor. Y, por más que otros agiten sus cadenas, patrias y banderas, este canto sigue, libre, irredento, con la vista puesta en las estrellas.

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