"La crisis exige dotar de contenido social a la construcción europea"

El catedrático francés, uno de los mayores conocedores de los movimientos migratorios, abrió ayer en el Ateneo el ciclo 'Luces y sombras de la Unión Europea'

Sami Naïr, ayer, en el Ateneo, durante la entrevista.
Pablo Bujalance / Málaga

31 de marzo 2009 - 05:00

El poder de convicción de Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 1946), catedrático nacionalizado francés, asesor del gobierno socialista de Lionel Jospin y autor de libros como En el nombre de Dios y El imperio frente a la adversidad del mundo, es de una contundencia que no deja lugar a dudas. Ayer volvió a demostrarlo en el Ateneo, donde abrió el ciclo Luces y sombras de la Unión Europea, organizado por la Diputación provincial, con una ponencia sobre los nuevos muros de Europa y los desafíos que plantean.

-¿En qué medida difieren los nuevos muros de Europa de los que se levantaron tras la época colonial?

-Tradicionalmente, Europa se construyó como algo coherente. La única coherencia que precedió a la construcción de Europa fue, tras la Segunda Guerra Mundial, el acuerdo entre Francia y Alemania para no volver a una situación de guerra. La gran transformación tuvo lugar en los años 70, a partir del golpe estado financiero que hicieron los EEUU convirtiendo el dólar en una moneda que podía flotar a nivel mundial sin referencia a su propia riqueza. Eso obligó a los europeos a incrementar el proceso de construcción continental para afrontar la competitividad de esa moneda y la revolución tecnológica que empezó en aquellos años. Y ahí hemos tenido la creación de un sistema en el que las monedas europeas podían competir menos y trabajar de manera conjunta frente a un sistema monetario que se había vuelto anárquico por la influencia del dólar. Si ya desde la Segunda Guerra Mundial el dólar funcionaba como una moneda internacional, los americanos decidieron, a partir de las crisis económica generada por la Guerra de Vietnam, que el dólar no tenía nada que ver con su propia riqueza y así la ofrecieron a los europeos. Esto provocó la necesidad de crear un espacio europeo más coherente. Y el primer muro fue este sistema. Después, en los 80, especialmente tras la llegada de Jacques Delors, hemos asistido a una radicalización de la construcción europea como espacio distinto y casi opuesto al resto del mundo. El tratado de Maastricht y la moneda única se han convertido en un sistema de exclusión, algo que sufrió España antes de su entrada en la Unión, ya que se temía que España iba a llenar Europa de inmigrantes. A partir de entonces los muros se levantaron, y el más evidente es el que se sitúa frente a las regiones fronterizas de Europa. Desde el momento en que se decide ir más allá de la cuestión económica para construir un espacio administrativo y político, se construyeron las fronteras.

-Nada que ver con la versión oficial.

-Volvemos al ejemplo de España. Uno de los argumentos que se esgrimieron a favor de su entrada en la UE era la consideración del país como nueva frontera: serán ellos los que tengan que enfrentarse a la inmigración del sur, no nosotros. Se le adjudicó un papel de tampón, de escudo. Ahí se pueden ver mejor los límites del estado de derecho prevalente en Europa. Hay un discurso interno sobre los valores europeos y una realidad externa. El discurso interno dice que estamos construyendo un mercado libre, una libre circulación de personas, una ciudadanía, mientras que la realidad externa cierra las fronteras, no reconoce derechos. Así hemos llegado a la directiva promulgada el año pasado en el Parlamento Europeo que topa claramente con los valores de la Unión Europea; al menos tres o cuatro puntos plantean problemas de derecho.

-¿La crisis económica ha venido a responder a esa política?

-Los europeos tuvieron conciencia de la situación de crisis económica mundial antes de que estallara, porque desde hace cinco años hay una profunda crisis de legitimidad en la construcción europea. No se confía en ella. No es que la gente la desprecie, es que quiere otra, otra que pueda aprovechar a los colectivos humanos, generar trabajo, frenar la destrucción del medio ambiente. Los gobiernos temen volver al pueblo y decir claramente lo que hay. En Francia, el 55% votó en contra de la Constitución, no por miedo, sino porque se les había presentado un texto que legitimaba el liberalismo. Nunca habíamos visto una cosa así en la historia de ningún país, salvo en la Unión Soviética con el comunismo. Por eso se les dijo que no. Y por eso ahora el gobierno francés se ha negado a proponer a referéndum el Tratado de Lisboa. Tiene miedo.

-¿Qué peores consecuencias pueden esperarse de la crisis?

-La consecuencia de la crisis puede ser una vuelta al proteccionismo de los estados naciones, aunque el proteccionismo es una cuestión muy compleja que prefiero no tratar desde un punto de vista ideológica. Entiendo que en algunos momentos puede resultar necesaria, no hay más que ver el caso de Obama. La historia de los últimos 30 años del liberalismo económico ha prohibido el uso de una serie de palabras, como proteccionismo, pero la realidad es la que hay. La única manera de salir es poner en marcha una política económica coordinada a nivel europeo, primero entre los países del euro, y luego emplear esa política, si es que los países del euro no quieren que la crisis sea irrecuperable, en función de una demanda, tal y como están haciendo ahora los americanos. El proyecto de la construcción europea es un caso histórico, pero hay que llenarlo de contenido social. Los alemanes están dando dinero a los bancos, pero luego el gobierno no entra en los consejos de administración, no se preocupa de comprobar a dónde va el dinero. No practica una política de déficit, lo que por otra parte es lógico porque ellos controlan el Banco Central, que no es más que un gran Bundesbank. Hay que afrontar la realidad. Obama dice que el dinero tiene importancia, pero que lo más importante es lo social. Y tiene razón.

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