Cultura

Lo que dice el cuerpo, calla el alma

  • 'tres desnudos' Mina de plomo sobre papel. 65,5 x 50 cm. Fechado: 1920. Donación de Bernard Ruiz-Picasso. 'Málaga Hoy' presenta a sus lectores, una por una, las 155 obras de Pablo Picasso que componen la importante colección permanente del Museo Picasso Málaga, legado fundamental del artista

UNA de las muchas paradojas que encierra el arte es su búsqueda de determinada esencia de la especie humana, que podría considerarse el alma, mediante el estudio y el desarrollo del cuerpo como objeto estético. La belleza de la anatomía, su simetría y su precisión, han constituido un orden preferente en cuanto a representación desde que el primer homínido aprendió a dejar sus figuras impresas en la roca. Sin ese afán por el cuerpo, el arte clásico nunca habría sembrado sus efectos, el Renacimiento habría quedado como una mera parodia y las vanguardias habrían perdido su sentido. La perfección del cuerpo humano, sus misterios y sus abismos comparables a los del espíritu, también sedujeron a Picasso. O, mejor, a todos los Picassos: el clásico, el cubista, el de la etapa rosa, el de la etapa azul, el redescubridor de la cerámica. Un ejemplo especialmente significativo se encuentra en el dibujo Tres desnudos, que puede contemplarse en la colección permanente del Museo Picasso Málaga.

El malagueño realizó esta obra, aparentemente sencilla, en 1920, después de un largo viaje a Italia que resultaría determinante en la recuperación y eclosión de las influencias clásicas. El conjunto que presentan las tres figuras recuerda las Tres Gracias, con un porte distintivo y a la vez melancólico, cargado de cierta pesadumbre traducida especialmente mediante los rasgos limitados de los rostros, parcos en elementos pero muy expresivos. Las figuras exhalan, eso sí, una naturalidad absoluta y huyen de cualquier canon o arquetipo, aunque precisamente por su constitución cotidiana reivindican cierta belleza para la que Picasso se muestra generoso. Son asimismo monumentales, grandes y desproporcionadas, muy al gusto de la época. Lo más sorprendente es que el artista se entrega a las musas del arte clásico después de varios años de recreación de las formas desde el cubismo. A menudo, de hecho, los visitantes del Museo Picasso consideran que este tipo de trabajos son posteriores a las refriegas cubistas, cuando son anteriores. Hay aquí un sentido de regreso a la matriz, pero también de indagación continua, de creador puesto a prueba respecto a sus primeras fuentes una vez que ha sacudido los cimientos del arte. La lección es evidente: con Picasso no pueden establecerse direcciones, consecuencias, previsiones ni causas, ni siquiera una evolución lógica. En Picasso impera la libertad. No busca, encuentra. La Historia del Arte se topa en su obra con la crítica definitiva a sus postulados.

Estos Tres desnudos están realizados con una mina de plomo sobre papel. Un vistazo con cierta profundidad permite comprobar el proceso: Picasso no borra los trazos que emplea hasta llegar a la versión definitiva, sino que los mantiene para dar cuenta de su gestación. Sorprende, especialmente, contemplar cómo uno de los rostros que finalmente tiene los ojos cerrados los tuvo una vez abiertos. Pronto, sin embargo, el testigo descubre que estos cuerpos dicen los misterios del alma mediante los detalles que hacen única la obra. Las mujeres componen un círculo afectivo, como un gran corazón en cuyo centro las manos entrelazadas (precisamente, el elemento más elaborado del dibujo) soportan la mayor parte del peso de la escena. Es una ternura evocadora, perpetua, reforzada cuando Picasso decide directamente dejar en blanco el hueco entre los brazos y permitir que el aire busque su sitio. Con ello, el pintor renueva completamente el viejo género del desnudo al dibujarlo de una manera completamente nueva: con una intención dirigida a las emociones, de las que el cuerpo no es mero contenedor sino motor primero.

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