Cultura

La eficacia de la fórmula

Patio de arcos del Instituto Vicente Espinel. Fecha: 4 de julio. Compañía: Pata Teatro. Texto: Agustín Moreto. Versión y dirección: Josemi Rodríguez. Reparto: Carlos Cuadros, Fernando Jiménez, Virginia Muñoz, Macarena Pérez Bravo, Norberto Rizzo, Manuel Salas, Enrique Asenjo y Patricia Espejo. Aforo: Un centenar de personas (casi lleno).

Por tercer año mantiene Pata Teatro su envite veraniego del Siglo de Oro, de nuevo en el hermoso patio de arcos del IES Vicente Espinel (rincón de reveladores resultados en uso escénico con nocturnidad premeditada), con una de las comedias más resultonas del repertorio de la época, El lindo Don Diego de Agustín Moreto. Así que aquí no hay interrogantes ni enigmas: Pata Teatro quiere hacer reír al público, y Moreto entregó un instrumento ejemplar para lograrlo. Y ya está. Lo que ocurre es que, en realidad, el título escogido es casi lo de menos. La representación presenta los mismos y felices resultados que los dos años anteriores, lo que demuestra que la compañía ha encontrado la fórmula; y la fórmula no es otra que la ofrece el mismo Siglo de Oro, aplicada por doquier en su alcance y su estética. Y, oigan, la fórmula funciona cuatro siglos después. Vaya que sí.

Lo mejor, por tanto, vuelve a ser la sabiduría con la que Josemi Rodríguez aborda tanto la versión como la puesta en escena, beneficiada por el entorno, cierto, pero a la vez limitada por el mismo. El montaje refuerza sin pudor los arquetipos (aquí se evita el desdoblamiento que acusaban algunos actores en las producciones anteriores, con mucho acierto), subraya la comicidad y hasta se abona en ocasiones al trazo grueso, pero siempre con elegancia e inteligencia. La ambientación reposa en el vestuario e invoca la imaginación del espectador, ya excitada por lo idílico del espacio, para trazar las geografías; y sí, El lindo Don Diego es una pieza tan divertida como tonta y evidente, pero la dirección añade más leña al fuego con pequeños gags sembrados acá y allá (la espada que no quiere salir, la maceta con la que se tropieza Don Juan) buscando, y encontrando, una aproximación proverbial a la comedia en su acepción más puramente barroca. El lindo Don Diego es un juguete, y aquí el juego llega a ser, en su pericia, adictivo. De modo que sí, el público se lo pasa en grande reconociendo al presumido, al galán, al simple, al liante, a la doncella y a la avispada como tales, sin más complejidades; y después de tanto tiempo, tantos tumbos dados al teatro, tanto matar al padre y tanto resucitarlo, la manera de llevarse el gato al agua sigue siendo la misma. Así lo demuestra el respetable, que sale con una sonrisa de oreja a oreja.

Pero nada de esto tendría sentido sin un reparto en estado de gracia: Carlos Cuadros se lleva su Don Diego al exceso y triunfa de largo, el grandísimo actor que es Manuel Salas regala matices fabulosos, hay que ser de piedra para no caer rendido ante Virginia Muñoz, y vaya cómo dice el verso Enrique Asenjo, por citar algunos. Todos geniales. Y perdices para todos.

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