La épica del 'underground' para una historia de amor

Pablo Bujalance

22 de noviembre 2008 - 05:00

La balada de Ricky y Ronny significó ayer el regreso a Málaga de los belgas Anna Sophia Bonnema y Hans Petter Dahl, que ya actuaron en el Cánovas hace tres años con La habitación de Isabella, de Jan Lawers, cuya representación constituyó un hito en la historia del teatro de esta ciudad. La nueva propuesta, concebida al completo por ambos, comparte muchos de los logros estéticos de la Needcompany pero los ofrece de una manera más íntima, en un formato más sencillo aunque no más pobre. La balada de Ricky y Ronny, presentada como una ópera pop de bolsillo, es una historia de amor ambientada en plena destrucción del mundo de puertas adentro. Sus protagonistas, como ordena el género, cantan todas sus intervenciones a partir de la música electrónica de Dahl, tan hermosa como la que compuso para Isabella y también tan deudora de David Bowie. Pero los hallazgos meramente teatrales son los más interesantes: el dúo volvió a demostrar ayer que la compañía belga es hoy la verdadera depositaria del teatro épico de Brecht, aunque su montaje tenga poco de narrativo y mucho menos de intención ideológica. La admirable soltura con la que levantan tan discretamente la cuarta pared, la modificación en directo de la producción musical y el uso de las proyecciones (en esta ocasión mediante un bellísimo final animado) se ponen aquí al servicio del corazón, no de la Historia.

La balada de Ricky y Ronny es, en gran medida, una reflexión de la vida en pareja como ensayo o laboratorio de los diversos contratos sociales, y aquí Bonnema y Dahl han bebido tanto de Müller como de Strindberg a la hora de conciliar los pasajes de mayor expresividad romántica con los de una desatada violencia verbal. La escenografía sexual, rematada a base de cueros, tacones y medias empleadas como máscaras, recuerda inevitablemente a los numeritos lujuriosos de The Velvet Underground para la Factory, aunque el momento más estremecedor viene de la mano de la canción en la que Ricky, vestida de rosa, lamenta en solitario la suerte del hijo no nacido, entre babas, espermas y ataúdes. La asunción del amor como respuesta posible más allá del mal resulta creíble, como este teatro sincero y libre.

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