Eva contra Eva | Crítica

Apuntes de metateatro para cambiar de bragas

El elenco de 'Eva contra Eva', al completo, en escena.

El elenco de 'Eva contra Eva', al completo, en escena. / Javier Naval

Si el objetivo era trasladar la premisa de Eva al desnudo al mundo contemporáneo, donde los significados (y significantes) en torno a la mujer son decididamente distintos respecto a 1950 (lo que no quiere decir que sean siempre los más favorables ni, a estas alturas, los más justos), cabía apuntar, como quien no quiere la cosa, que si el asunto va de actrices tampoco el teatro tiene hoy la misma consideración de entonces. Uno de los grandes aciertos (sí, son muchos) del texto que firma Pau Miró en Eva contra Eva es justamente esta, si se quiere, analogía entre el teatro como manifestación cultural venida a menos y la resistencia de una mujer madura que casi se siente obligada a pedir perdón por querer seguir ejerciendo su oficio a pesar de los años cumplidos. Pero si se trataba de actualizar los presupuestos, el tamiz debía ser sin más remedio el de la postmodernidad, con lo que Eva contra Eva dispara directo a la sacralización de los ídolos de antaño para favorecer una puesta en perspectiva luminosa, sugerente y de una inteligencia en ocasiones sublime. Ya para empezar advierte el personaje interpretado por Ana Belén a su advenediza que no conviene a las actrices vestir las mismas bragas en el teatro y en la vida real, consejo que habría bastado en su momento para desmontar los desvaríos metodológicos que propició la adopción del psicoanálisis por parte del arte dramático. A partir de ahí, todo es un festín: el teatro es ese acontecimiento en el que basta subir la música y bajar las luces para que el público se ponga en pie y arranque a aplaudir. La identificación del escenario en pleno imperio de la liquidez con una suerte de crisol de chalados empeñados en ser otros para no tener que ser ellos mismos, condenados al fracaso en ambos casos, concede a aquella historia de egos, fantasmas y servidumbres funestas un relieve inesperado, en el que nada es tomado demasiado en serio para, precisamente, llegar al fondo de la cuestión una vez desprovistas las verdades de sus imposturas. Sí, lo que hace Pau Miró con Eva al desnudo es un portento de imaginación y lucidez dirigido al hemisferio más capaz, hábil y despierto del espectador. Pocas veces una película ha inspirado un objeto teatral tan afortunado para ahondar en la naturaleza y en las contradicciones del propio teatro. Únicamente el momento en que la Eva actual decide cantarle a la Eva de antaño, cuando el personaje de Ana Belén decide saltarse el guión y romper la cuarta pared, flaquea un tanto en relación con el conjunto, precisamente porque se trata, tal vez, del momento más serio, o al menos más merecedor de la exención postmodernista. A la reivindicación que Eva hace de sí misma por encima de lo que otros escriben para ella no le cabe mucho humor. O sí. Quién sabe.

Mel Salvatierra y Ana Belén, en acción. Mel Salvatierra y Ana Belén, en acción.

Mel Salvatierra y Ana Belén, en acción. / Javier Naval

En Eva contra Eva todo está bien hecho, bien medido y bien calibrado. En correspondencia con el texto, Sílvia Munt sabe subrayar la ironía con precisión y limpieza a la hora de conducir las emociones, aunque tal vez muestra un empeño excesivo en enseñar demasiado (el despliegue audiovisual se muestra eficaz en su función de espejo, aunque no tanto a la hora de mostrar, con consecuencias prescindibles, lo que pasa fuera de la escena con tal de alentar la ilusión del thriller). Ana Belén regala su mejor interpretación en años: su Eva conduce la ironía al filo mismo del cinismo, con una querencia autodestructiva que se despoja de lo trágico para abrazar cierta índole beckettiana, en una quietud entendida como revelación desde la que puede decir lo que le venga en gana y quedarse tan ancha. El resto del reparto cumple bien su cometido, sobre todo un espectacular Manuel Morón que firma algunos de los momentos más felices de la obra, como el asombroso final. Justamente, Sílvia Munt revela una singular maestría en la dirección de actores al favorecer registros propios de la comedia en un territorio que no es propiamente comedia y que de hecho mantiene las patas, todavía, en la tragedia, acaso el género más descacharrante, exagerado, desorbitado e imprevisible del canon aristotélico. Eva contra Eva es, en fin, una obra de altura para ser disfrutada por neófitos y amantes del teatro dispuestos al placer de la ironía.

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