Cuando el futuro nos alcance: realidad de las distopías
THE RUNNING MAN | CRÍTICA
La ficha
**** 'The Running Man'. Ciencia ficción. Reino Unido. 2025. 133 min. Dirección: Edgar Wright. Guion: Michael Bacall, Edgar Wright. Música: Steven Price. Fotografía: Chung Chung-hoon. Intérpretes: Glen Powell, William H. Macy, Lee Pace, Michael Cera, Emilia Jones
La semana pasada se estrenaba La larga marcha y ahora le toca el turno a The Running Man, dos novelas distópicas publicadas por Stephen King bajo el nombre de Richard Bachman. No es que King esté en racha. Es que nunca ha dejado de estarlo: desde que en 1976 Brian De Palma adaptó Carrie hasta hoy, más de 50 películas, telefilmes o series se han basado en sus novelas. Un récord.
The Running Man fue llevada al cine en 1987 por Paul Michael Glaser con Schwarzenegger en su primera década de oro –Conan, Terminator, Ejecutor, Depredador, Desafío total- como intérprete. Esta nueva versión es muy superior. La dirige Edward Wright, buen realizador televisivo inglés y muy interesante director de cine que debutó en la gran pantalla en 1995 con la parodia-homenaje a Leone y a Eastwood A Fistful of Fingers (en alusión a A Fistful of Dollars, nuestra Por un puñado de dólares) para regresar a la pantalla en 2004 con otra parodia, Zombies Party, tras la que insistió en tomarse a broma otros géneros con Arma fatal (2007), Scott Pilgrim contra el mundo (2010), Bienvenidos al fin del mundo (2013), Baby Driver (2017) y la estupenda Última noche en Soho (2021), la culminación de su revisitación de géneros y edades del cine con una inmersión a la vez en el Swingin London de los años 60, el terror de la Hammer y el giallo de Bava o Argento.
Su filmografía lo perfila como el director ideal para afrontar esta nueva versión de la novela de King/Bachman. Y el resultado lo confirma. Otra vez en un futuro distópico, otra vez en un mundo empobrecido, otra vez en unos Estados Unidos totalitarios: todo como en La larga marcha. Y todo a la vez, distinto. En parte porque la trama se centra en la manipulación televisiva, con la mentira, las falsas noticias y el entretenimiento de telerrealidad entre lo estúpido y lo bárbaro como única realidad: algo que en parte hoy es realidad y Bradbury prefiguró en 1953 con la pantalla gigante de televisión que llena la vida de la mujer del bombero Montag.
Un hombre desesperado sin recursos para atender a su familia y a su hija enferma se inscribe en un concurso televisivo en el que los participantes han de sobrevivir a una caza humana mientras los telespectadores hacen sus apuestas (la investigación sobre los “safaris de la muerte” en Sarajevo durante la guerra de Bosnia arroja una cruel luz de realidad sobre esta ficción). Quien sobreviva cobra una fortuna.
Glen Powell es el desesperado concursante, Jayme Lawson es su explotada mujer, William H. Macy y Daniel Ezra son su única ayuda, Lee Peace es el maestro de los cazadores de hombres, Josh Brolin y Colman Domingo son el productor y conductor del concurso: todos perfectos en un casting calculado a la medida exacta de los personajes que interpretan. Edward Wright la dirige guardando un difícil equilibrio entre espectáculo y entretenimiento, en el que la violencia es un factor esencial, y la distancia crítica necesaria -ayudado por toques irónicos y humorísticos- para que los espectadores de la película no se conviertan en los de la cruel telerrealidad que se denuncia. No es fácil, pero lo logra.
La película es tan vigorosamente crítica como espectacular y entretenida, aunque quienes hayan leído la novela de King/Bachman quizás echen de menos su mayor carga política. La tiene, y desasosiega pensar que hoy el mundo que imaginó el novelista en 1982 y filmó Paul Michael Glaser en 1987 se parece mucho más -Trump persiguiendo inmigrantes o justificando que se descuartice al periodista Jamal Khashoggi, los ya citados safaris de la muerte, fake news, telerrealidad, redes- a aquella distopía. Cuando el futuro nos alcance, podría decirse parafraseando aquella película también distópica de Richard Fleisher. Es entretenimiento, por supuesto, pero con sustancia.
Tienta pensar si este director, tan dado a juegos con los subgéneros del cine popular, tenía en mente aquella película distópica retro-futurista de gladiadores televisivos llamada Bronx, lucha final del rey del porno gore Joe D’ Amato.
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