Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
En viene el loVox” se ha convertido en una advertencia recurrente, casi automática, dentro del debate político español. Cada cierto tiempo, cuando un partido necesita agitar a los suyos o desviar el foco de algún asunto incómodo, alguien pulsa el botón del miedo y reaparece el aviso solemne de que VOX está a punto de arrasar. Es un recurso eficaz, aunque previsible, porque permite movilizar emociones sin entrar en explicaciones detalladas. Sin embargo, este mensaje pierde fuerza cuando se recuerda que el supuesto lobo lleva años en el Parlamento y forma parte estable del escenario político. No estamos ante una irrupción inesperada, sino ante un actor asentado que refleja un malestar social real.
El uso constante de esta alarma facilita una política de trazo grueso, donde la complejidad queda relegada en favor de relatos simples. Así, mientras se dibuja a VOX como una amenaza inminente, se evita entrar en cuestiones estructurales: la dificultad para acceder a la vivienda, la precariedad salarial, la pérdida de confianza institucional, la tensión territorial o la sensación de que las decisiones se toman de espaldas a la ciudadanía. Es más cómodo señalar al adversario que asumir responsabilidades propias.
Cincuenta años después del franquismo, sorprende que sigamos atrapados en un marco simbólico que convierte cualquier debate en un enfrentamiento entre luz y tiniebla. Se usa el pasado como referencia emocional, pero rara vez como oportunidad para aprender. Esta lógica reduce al electorado a un espectador al que se advierte constantemente del peligro, mientras se le ofrecen pocas soluciones tangibles. Y en ese vacío, VOX encuentra espacio para crecer, no por magia, sino por la percepción de que otros partidos no escuchan o no responden a las inquietudes de amplios sectores sociales. El fenómeno merece un análisis más sereno. Demonizar a quien vota a VOX o ridiculizar sus motivaciones no solo resulta injusto, sino que profundiza la distancia entre instituciones y ciudadanía. Comprender por qué ciertos mensajes conectan es más útil que repetir, una y otra vez, que “viene el lobo”. La política debería centrarse en resolver problemas, no en teatralizar amenazas.
Quizá el verdadero riesgo no sea la presencia de VOX, sino la incapacidad del resto de fuerzas para renovar sus discursos, asumir errores y ofrecer certezas. España necesita menos dramatismo y más honestidad, menos consignas y más gestión. Porque mientras seguimos pendientes del lobo, el bosque continúa sin ser atendido.
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