Por un gramo de colesterol
Crítica de Teatro

La ficha
*** 'Souvenir'. Teatro Echegaray. Fecha: 13 de junio. Producción: Factoría Echegaray. Dirección y música original: Fran Perea. Texto: Pablo Díaz Morilla. Reparto: Steven Lance, Ángel Velasco y Esther Lara. Aforo: Cerca de 300 personas (lleno).
Como la cabeza de su protagonista, Solomon Shereshevski, Souvenir es un artefacto escénico en el que suceden muchas cosas. De hecho, su mayor valor consiste en su habilidad para mostrar una superficie amable, reconocible, limpia y precisa mientras debajo se acumulan episodios muy distintos, algunos perturbadores, otros directamente trágicos, en diversos grados de hondura. Esta apreciación tiene su origen en el fabuloso texto de Pablo Díaz, que funciona como un puzzle bien calibrado y que resuelve con sabiduría el reto de contar lo que no alcanza a ser contado por cuanto no puede caber en un mero discurso; precisamente, Díaz presta atención al espectador a la hora de lanzar asideros significativos, pero más aún al crear personajes de poderosa raigambre emocional y al servirlo todo en un discurso teatral coherente que busca en todo momento la complicidad (más que necesaria, aquí imprescindible) de quien observa. Pablo Díaz demuestra su altura dramatúrgica al considerar que en el caso de Solomon Shereshevski, un periodista ruso de asombrosa capacidad mnemotécnica que en los años 20 recibió el primer diagnóstico de hipermnesia (trastorno que extiende hasta lo insondable la memoria a largo plazo y que impide el olvido natural de los recuerdos), había una obra de teatro como la que ha escrito. Una pieza que juega a ser comedia romántica, drama político y otros muchos géneros al mismo tiempo, que hace muchas preguntas sin esperar respuestas y que ofrece un espejo rotundo en el que mirarse.
Pero el reto de llevar esta historia a escena no era menor: si la materialización de todo montaje obliga a tomar decisiones, no es difícil imaginar que en esta ocasión se han contado no pocos descartes dolorosos. Lo cierto, en cualquier caso, es que Fran Perea ha sabido tomar las decisiones correctas para llevar el espectáculo a buen término. Su labor en la dirección de actores, como por otra parte cabía esperar, es más que notable, sobre todo a la hora de pulsar el equilibrio entre las distancias que continuamente se reducen y se amplían entre los personajes: el triángulo protagonista reclama una paradoja incesante entre atracción y repulsión y aquí Perea acierta al dar credibilidad tanto a las motivaciones internas como a sus expresiones externas, lo que implica especial mérito dado que casi siempre se formulan en sentido contrario. Souvenir se sustenta en un duelo a muerte entre cabeza y corazón (ambos heridos o, cuanto menos, fuera de la norma en los tres personajes) y el director maneja tan sensible material con soltura y mucha verdad. Si el texto de Pablo Díaz es un pasaporte al lucimiento interpretativo, Fran Perea pone coto a cualquier atisbo de sobreactuación con éxito. Es posible, incluso, que en alguna escena el celo por el equilibrio haya sido excesivo y falte un pelín de carne. Digámoslo de otra manera: la dirección de actores es magnífica, pero se nota demasiado que se ha puesto a régimen. Y a veces, oiga, uno se harta y, aunque sepa que no es lo debido, decide echarse algo de colesterol a las venas, aunque sea para darle más sentido a la dieta al día siguiente. En cuanto a la labor interpretativa, el reparto sale bien airoso de su reto, que tampoco es manco, aunque no todos llegan a la meta al mismo tiempo. El texto pesa en momentos en los que tanto los actores como el público menos deberían reparar en él.
Una inmensa red neuronal y unas puertas surrealistas que evocan un tanto la magia que sembró Dalí en Recuerda de Hitchcock constituyen una escenografía impactante que en algunos pasajes, especialmente los más íntimos, pide a gritos una presencia menor. Por su calidad de objeto caleidoscópico, Fran Perea aporta a la obra diversos tonos y afina bien su instrumento, si bien resuena con más brillo en las escenas más sutiles (el número del circo no llega a afectar como promete). Souvenir, en fin, se bebe como un buen vino. Aunque haya quien reclame una tapa de callos. O algo peor.
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