La humildad de los grandes
Kurt Wolff. Trad. Isabel García Adánez. Acantilado. Barcelona, 2010. 208 páginas. 20 euros.
Siendo todavía estudiante en la Universidad de Leipzig, a los 21 años, Kurt Wolff (1887-1963) empezó a trabajar como editor. Trabajó primero para Ernst Rowohlt y creó más tarde su propia firma, que tuvo que liquidar en los tiempos negros de la inflación. Eligió luego el camino del exilio y fundó, ya instalado en Nueva York, Pantheon Books. En sus catálogos figuraron escritores incontestables como Franz Werfel, Gustav Meyrink, Robert Walser, Karl Kraus o Heinrich Mann, pero más allá de los nombres propios está su labor como inspirador de colecciones legendarias, Der Jüngste Tag (El día del Juicio) o Der neue Roman (La nueva novela) entre muchas otras. Como todos los editores que merecen ese nombre, se ocupó de formar a los lectores, en lugar de adularlos para hacer fortuna.
No escribió nunca unas memorias. El grueso de este libro, que es lo más parecido a un balance, está formado por intervenciones radiofónicas donde Wolff reflexionó, muy juiciosamente, a propósito de un oficio que amaba y al que dedicó toda su vida. Hay también una escueta pero imprescindible semblanza biográfica de su segunda mujer, Helen y, cerrando el volumen, las cartas que intercambiaron el editor y Franz Kafka. Wolff fue un hombre esforzado, entusiasta, inteligente y honesto, muy alejado del fatuo divismo de otros colegas cuya única especialidad son las relaciones públicas. El modo como descubrió el talento de Kafka y lo estimuló a seguir adelante no merece más que elogios. La correspondencia entre ambos retrata perfectamente la personalidad vulnerable y exquisita del extraordinario fabulador checo: es una regla que casi nunca falla, la humildad con la que se expresan los grandes.
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