Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, le decía Don Sebastián a Don Hilarión en La Verbena de la Paloma. Atónito me he quedado. El extraordinario periodista sevillano, mi gran amigo Javier Caraballo, en una agradable cena en Málaga, en la Plaza de las Flores (que no hay más bonito nombre para una plaza), me explicó lo que era y en qué consistía la tan manoseada inteligencia artificial (IA). Tengo la impresión de que he llegado tarde para entender estos revolucionarios avances informáticos, ya que apenas alcanzo a utilizar mi PC como máquina de escribir; eso sí, “inteligente”, ya que el Word me corrige, a veces más y peor de lo que debiera, me señala, subrayando en rojo, los errores ortográficos, y me permite buscar sinónimos y antónimos, a más de alguna consulta en Google.
De su explicación de la IA, lo de “artificial” me quedó meridianamente claro, pero lo de “inteligencia” me dejó dudas y me puso a cavilar. Para entenderlo tenía que experimentarlo, tenía que “hacer la prueba que es más necesaria”, como los doctores de “El rey que rabió”. Y la hice poniéndola en un aprieto, mandándole hacer un soneto, como a Violante. Acordándome de que, según se rumoreó, el papa Pio XII murió de hipo, se me ocurrió preguntarle a Chatgpt: ¿Me puedes hacer un soneto dedicado a mi amigo Pepe que murió de hipo, cual epitafio al más puro estilo quevediano? Claro que si -me contestó- y esto escribió: “¡Ay, Pepe, gran hombre de noble acento, / que en su pecho el hipo se instaló, / con bravura luchaste, más el viento / del destino fatal no te perdonó. // De pronto te ahogó una sacudida, / y en vez de alma, te salió un suspiro. / Hipo tras hipo, ¡vaya despedida! / Al final, el hipo fue tu giro. // Ni la ciencia, ni la fe, ni el cura / pudieron librarte de tan vil mal. / Te fuiste con un brinco de ternura // y aquí nos quedamos, con tu final. / Así, Pepe, en tu muerte tan jocosa, / hiciste del hipo una cosa famosa”.
Si mi admirado amigo me dejó atónito con su explicación, Chatgpt me dejó alucinado con el soneto, esa renacentista inmortal composición. Era artificial y, no solo inteligente, era más lista que el hambre, de eso no tuve duda, pero me dejó un ‘trilema’: ¿Quién escribió el soneto? ¿De quién era la autoría? ¿Mía, de Chatgpt o de Quevedo?
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