Los ignífugos | Crítica

Apología de la rata extranjera

Representación de 'Los ignífugos' de Ruth Rubio.

Representación de 'Los ignífugos' de Ruth Rubio. / Daniel Pérez / Teatro Echegaray

En la apertura de la nueva temporada de Factoría Echegaray, con un estreno marcado aún por la reducción sanitaria del aforo justo mientras la Junta de Andalucía anunciaba la deseada extinción de la medida, Los ignífugos parte del prodigioso texto de Ruth Rubio, reconocido con el Premio Romero Esteo que propone una relectura significativa de cierta tradición teatral. El texto se aproxima a cuanto sobre las relaciones familiares escénicas atisbaron las vanguardias escénicas del pasado siglo (por momentos, su desarrollo evoca ciertos tonos del primer Edward Albee) para llevar el asunto a un lugar completamente distinto, inédito en muchos sentidos y de gran capacidad evocadora. Ya en escena, el espectáculo propone una interesante exploración en la forma para iluminar el fondo: si las relaciones familiares corren en paralelo a las que establecen las ratas en un laboratorio, el escenario es el medio perfecto para escrutar los mensajes y multiplicar las intenciones. Hay mucha audacia en el montaje, sostenido en un proverbial equilibrio entre la repetición minimalista como antesala del asombro y la ruptura precisa y bien medida, como si se practicara sobre la mesa de un quirófano. Especialmente bien funcionan Los ignífugos en la representación de las tensiones que genera en un grupo estable la introducción de un elemento ajeno, o al menos considerado como tal, desde la incomodidad al odio pasando por la desconfianza y la disparidad lingüística.

La obra abraza sin pudor cuestiones relativas a la conducta humana en una acepción clínica para abordar desde su particular poética la verdad de esa relaciones. Incluso en sus momentos más duros, más asépticos y menos complacientes, la poética transpira en su dimensión más fiel, lo que revela mucho teatro vivido y aprendido aquí, mucha sabiduría y mucho que decir. El reparto asume al completo un reto harto difícil, en una maquinaria textual, corporal y gestual sin concesiones, y sale mucho más que bien parado. Si hay un teatro necesario, aquí está.

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