Cultura

La inquietud y la delicadeza

  • José Abad propone en 'El acero y la seda', un libro con ilustraciones de José Ruanco, un evocador viaje al territorio del Japón medieval y onírico

Hasta hace muy poco, a los occidentales nos ha resultado difícil discernir qué hay de verdad y qué de leyenda en nuestro imaginario del país del sol naciente, un Japón idealizado, exótico, onírico. En los últimos años, sin embargo, y de la mano de Kawabata, Yoshimoto, Endo, Mishima y sobre todo de Murakami, la literatura oriental y la japonesa en particular están viviendo un auge en España. Todos estos autores brindan la oportunidad de acercarnos a las complejas realidades de una cultura tan apasionante como desconocida y estereotipada.

Pero también desde aquí se proponen nuevas miradas a ese siongular territorio, que es tan real como literario. Así ocurre en El acero y la seda, publicado por la editorial Traspiés, compuesto por cinco relatos -Holocausto, Kagemusha, El vuelo incierto de la libélula, El vuelo inquieto del gorrión y Un cerezo en flor y un charco de sangre-, y obra de José Abad. Un libro donde el profesor, escritor y colaborador del Grupo Joly explora la ambición, el honor, la fragilidad y la lealtad, manejando la intensidad con precisión.

Bajo el tema y los personajes que protagonizan cada historia, se deslizan otros temas secundarios sin los cuales el corazón del relato no latiría con tal fuerza. Así, la persecución de Oda da pie a una detallada, a la vez que concisa y poética, descripción de una naturaleza cómplice y a al mismo tiempo implacable. Las descripciones son tan gráficas que las imágenes van cobrando forma entre las líneas. La tensión no parece descrita sino filmada.

Una enigmática persecución en la que en ningún momento conocemos al perseguido, hasta el punto de llegar a pensar que tal vez no existe, nos llena de inquietud y desasosiego en Kagemusha. ¿A quién busca Oda? ¿A quién persigue? ¿No perseguiría este hombre misterioso entre las sombras su propia identidad? "Nadie huye si no se siente perseguido", leemos en varias ocasiones. Sea como sea, el relato deja al lector sumido en la inquietud. En el prólogo del volumen se explica el significado de la palabra kagemusha (sombra, doble), lo cual conecta este relato con otros anteriores, y muy célebres, de Poe, Stevenson, Kafka, Saramago o Hitchkock, por citar sólo algunos de una vasta nómina de creadores que a lo largo de la Historia se han dejado seducir por la enigmática figura del doble.

El último relato, Un cerezo en flor y un charco de sangre, es el más poético del libro y el que presenta un componente más metaliterario. Como se advierte en ese mismo cuento, "al abrir un libro el lector debe estar dispuesto a correr ciertos riesgos". El tema principal es un duelo pero está salpicado, por una parte, de reflexiones sobre el azar, el destino, la amistad, la admiración del alumno al maestro y, por otra, de reflexiones metaliterarias -¿cómo puede conocer el mundo un poeta?-, la relación del texto con el lector y la función de la literatura. Tejidos con sabiduría, temas principales y secundarios, todo el cuerpo del relato se ofrece al lector como un texto sutil, sencillo, conmovedor y poblado de silencios. Como diría el propio Abad sirviéndose de uno de sus personajes creados para este volumen, el maestro Senbei, "una buena fábula, como el filo de una katana, puede hacerte un profundo tajo".

Si todo lo dicho no fuera suficiente para despertar el interés de los que aún no conocen el libro, hay que destacar que se trata de un libro ilustrado. Un entramado armónico de texto e ilustraciones, perfecto antídoto para la intoxicación producida por abuso de soportes electrónicos. Imágenes y texto capaces de expresar sin condicionarse las unas al otro. José Ruanco, el autor de las ilustraciones, no trata de reiterar con sus imágenes lo dicho en el texto por José Abad, sino que a través de ellas propone nuevos sentidos al texto, siéndole fiel, abrazándolo sin estrangularlo. Y si ya hemos hablado del binomio desasosiego/sutileza que recorre el texto, también las imágenes coquetean entre la inquietud que evocan y la delicadeza con la que se deslizan. Pinturas exquisitas que sugieren luces y sombras que se diluyen delicadamente en las aguadas.

Éste es el libro de dos amigos, Abad y Ruanco, y esa complicidad que se aprecia en la fotografía de la solapa es la misma complicidad que en el libro mantienen el texto y la ilustración. Escritor y pintor nos entregan un libro que se lee y se relee con placer, que se acaricia, se admira y se regala, más aún sabiendo como sabemos que "los caminos del escritor y el lector están destinados a encontrarse".

El libro está ilustrado por el pintor José Ruanco, que consigue componer un entramado armónico de texto e imágenes.

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