La inspiración de Johannes Moser
Teatro Cervantes. Fecha: 25 de mayo. Programa: 'Manfred. Obertura'', de R. Schumann; 'Concierto para violonchelo y orquesta en re menor', de E. Lalo; 'Sinfonía nº 3 en mi menor, Op. 56, 'Escocesa, de F. Mendelssohn. Intérpretes: Orquesta Filarmónica de Málaga. Director: Sebastian Lang-Lessing. Solista: Johannes Moser (violonchelo). Aforo: Unas 700 personas (tres cuartos de entrada).
Después del gran fiasco vienés, la Orquesta Filarmónica de Málaga volvía a reencontrarse con su público natural. Siguiendo la clásica estructura de obertura-concierto-sinfonía, y con el significativo título de Paisajes románticos, el programa recorría el imaginario completo del romanticismo a través de las obras de Schumann, Lalo y Mendelssohn: el arquetipo del héroe literario, inspirado en el Manfred de Byron; la evocación de la Historia y de un pasado glorioso en las ruinas de un castillo escocés; las fuerzas de la naturaleza; pasando por el exotismo y la luminosidad del folklore (en este último caso, más intuido que otra cosa). En definitiva, una huida del racionalismo y su tendencia a la uniformidad: una búsqueda en la sensualidad, la intensidad de sentimientos y la particularidad, que deriva en esta música tan poética como atormentada, siempre conmovedora.
La dirección corrió a cargo de Sebastian Lang-Lessing, que cerraba la extraordinaria nómina de directores invitados por la OFM de esta temporada. La impetuosa entrada del Manfred de Schumann fue toda una declaración de intenciones, que tuvieron su confirmación en la ejecución de la Sinfonía Escocesa de Mendelssohn. Lang-Lessing se mostró vehemente y enérgico, llevando a los músicos malagueños a exprimir hasta la última gota la tensión emocional y el potencial expresivo de estas obras.
El gran triunfador de la velada fue, no obstante, el violonchelista germano-canadiense Johannes Moser (al que ya hubo ocasión de disfrutar hace un par de años en el María Cristina). Moser responde al perfil de músico joven, desenfadado, con aspecto de estrella pop, que irradia una seguridad apabullante, contagiosa y, sobre todo, justificada. Tras esta apariencia jovial hay un intérprete de primer orden, fresco, vigoroso, técnicamente impecable, pero también capaz, según la ocasión, de una sutil elegancia o gravedad. Moser, además, toca un Guarneri de 1694 con un sonido sublime.
Su memorable interpretación del Concierto para violonchelo y orquesta, de Edouard Lalo, fue una perfecta combinación de entrega, desparpajo y madurez de principio a fin. Acaso ofreció la mejor versión posible de la partitura del compositor francés, desplazando a la orquesta a un segundo plano.
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