La macumba de Orfeo

'Orfeo negro', el filme con el que Camus conquistó Cannes y Hollywood, regresa al mercado en una completa edición

27 de mayo 2010 - 05:00

Orfeo negro es un auténtico clásico polémico, menos visto que vilipendiado, siendo en realidad un título coyuntural y no exento de atractivos que tuvo la mala suerte de coincidir con el nacimiento oficial de una vanguardia, la Nouvellevague, que, además, se caracterizaba por nacer ajustándole las cuentas a una determinada tendencia del cine francés, académica y carente de alma. Porque Orfeonegro, Palma de Oro en el mismo Festival de Cannes que acogiera en su programación a Los 400 golpes o Hiroshima, mon amour y Oscar a la mejor película extranjera al año siguiente, en 1960, era una película francesa, lo que puso peso en la balanza conservadora nacional frente a los nuevos espíritus contestatarios e irritó profundamente a esa intelligentsia brasileña que por entonces cocinaba la furiosa y brechtiana estética del hambre con la que se identificaría lo mejor del Cinemanovo brasileño. Camus, para estos últimos, era un turista, uno que sólo buscaba exotismo superficial y que rellenaba el colorista encuadre con su idealizada visión de un país oprimido, enfermo de analfabetismo y superstición.

Pasados los años, la película con la que Camus ensayó la universalidad del mito órfico es reconocida y citada sobre todo por los amantes del la música, pues adaptaba una pieza teatral -OrfeudaConceição- de Vinicius de Moraes y se estructuraba alrededor de una protagónica banda sonora de Antonio Carlos Jobim y Luis Bonfa que internacionalizó con el poder que irradían los premios masivos muchos logros de la bossanova que con anterioridad sólo disfrutaban los iniciados. A los melómanos se les habían unido, ya en el siglo XXI, algunos gallinazos seudoperiodísticos que escribieron sobre el aciago destino de Breno Mello, el ex-futbolista Orfeo de Río de Janeiro, una vez que la muerte lo emparejara con el héroe mítico, olvidado en un piso del barrio Tristeza (sic) tras una vida de excesos e imprudencias, como prueba en carne y hueso de las elegiacas advertencias de la canción capital del filme, A felicidade. Siguiendo de cerca a nuestro Alfonso Sánchez, crítico escasamente citado hoy día, quizá lo mejor, como casi siempre, sea ir a contrapelo con respecto al sentido tutor en torno a Orfeonegro. Es decir, probar a ver a Camus no como enemigo de jóvenesturcos, sino como ejemplo para esas nuevas generaciones con las que compartió palmarés en Cannes, pues si es cierto que el francés carecía de estilo propio, también lo es que en su poco prolífica carrera profesional (algo no muy común en alguien que gana Palma y Oscar con una misma película) sólo buscó llevar a cabo proyectos personales, siendo así fiel, hasta que se disolviera en el anonimato televisivo, a esa política de autores desde la que siempre se le miraba mal. Orfeo negro, transcodificación del mito órfico que coincidiera con el testamento que Cocteau le dedicara al poeta y músico, es, también, algo más que la celebración de una cultura amada -más allá de que la corriente de amor nos parezca o no superficial- y el reflejo de un país visto en eterna algarabía y sudoroso movimiento pélvico, ya que la densidad textual que aquí se teje no oblitera del todo el comentario social. Éste se hace presente, sobre todo, en el último tercio del filme, muerta Eurídice y con Orfeo inmerso en la despojada y surrealista búsqueda de su cadáver. Fue ahí, en esa coda kafkiana y nocturna, donde Camus logró robarle un puñado de imágenes a la música.

Director Marcel Camus. Con Breno Mello, Marpessa Dawn, Lourdes de Oliveira, Jorge dos Santos, Lea Garcia. Avalon/Fnac.

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