La maternidad cubista de María Blanchard

Detalle de la 'Composition'.

22 de marzo 2015 - 05:00

DEBIÓ de ser muy duro pasar por esta vida con el nombre de María Blanchard. El estigma de la tara física, la caída en desgracia al no poseer la gracia de la belleza, la aceptación -limitada, ¡cómo no podía ser de otra manera!- dentro de los entornos masculinos, el baile concedido por mor de su singularidad (un baile amargo, por otra parte, de hechuras limitadas también; solamente hay que ver cómo Blanchard, al igual que otras féminas vanguardistas, apenas han existido hasta hace nada). Esa singularidad que la devoraba, por un lado, y que la hizo construir una obra particularísima dentro del cubismo, por otro, se prorroga en el Museo Carmen Thyssen (C/ Compañía, 10) hasta el 5 de abril. Una pieza única, Composition avec tache rouge (1916), descubre las pinceladas de una maternidad donde se cuela el rojo -intenso- de un corazón. Así, mientras Braque y Picasso echaban un pulso visual, María se dedicaba a introducir el color, dirigiéndose acaso a su futuro público, ayudándole a percibir mejor ese lenguaje deconstruido en planos que en este caso representaban una gran ficción para ella (fue mujer sin hijos). La butaca parece balancearse, y pueden reconocerse dos figuras blancas: seguramente la de la artista rusa Angelina Beloff, compañera de piso en aquellos tiempos, y la del churumbel que acababa de concebir con Diego Rivera. El mismo pintaría otra maternidad -siguiendo los rigores cubistas- por esas fechas, aunque radicalmente diferente. Mientras el pecho rosado destacaba en el cuadro del mexicano, en el de Blanchard es un latido humano el que parece saltar desde el centro del lienzo. Rodeando esa creación inanimada, con el espíritu doliente de una artista que echó raíces en Montparnasse para encontrarse con sus iguales, libres; y que escribiría una de las páginas más sobresalientes del arte del siglo, con la fuerza de su pintura.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último