Cultura

El mejor color del infierno

Los más recalcitrantes fureros malagueños recordarán con cariño las representaciones de Manes allá por los 90 en el luego desaparecido Centro de Exposiciones de Renfe. Aquella explosión de fuego, violencia y desolación que empleaba a un público siempre en movimiento como elemento escénico propio supuso para muchos una auténtica revolución: el teatro no era una recreación cotidiana para ser vista, sino un animal peligroso para ser cazado, o comulgado. Desde entonces, precisamente, las visitas a Málaga de La Fura dels Baus se han producido con montajes realizados para escenarios tradicionales, como su recreación del Fausto de Goethe, la mirada a la pornografía de XXX, el episodio de Carles Padrissa para el espectáculo colectivo Striptis y la última y fallida versión de la Metamorfosis de Kafka. En estas propuestas, la puesta en pie de una naturaleza misteriosa entre la cochambre, la carne y la máquina se quedaba en un mero pasatiempo de transgresión y polémica. Afortunadamente, La Fura ha regresado este fin de semana en silencio, sin hacer ruido, pero con un regalo que ha devuelto, para alborozo de muchos, aquella magia que nacía tras los límites rotos del teatro, el pensamiento y las artes plásticas.

Sub transcurre íntegramente a dos metros bajo el agua. Esto es, en la bodega del Naumon. Allí, los cinco actores convierten el espacio vacío (no en vano, vuelve a percibirse la inspiración de Peter Brook) en un verdadero infierno, en un paisaje apocalíptico en el que el hombre tiene ya poco que hacer y decir más allá de exterminarse. Realmente, el único elemento escénico determinante es el público, que casi llena el recinto y obedece unánimemente a los estímulos: ellos son la población que muere de sed, contada en los versos de Rafael Argullol. Luego, los ganchos y poleas administran los atrezzos de la tragedia, junto a peceras sucias en los que el ser humano es expuesto como criatura de feria, el primer pez de la tierra. Hay luchas encarnizadas en el aire, cuerpos envasados al vacío, fuego, pintura y agua arrojadas a los espectadores, anatomías paridas por el plástico que descienden desde el cielo, contenedores que escupen y gente que se bebe su propia orina como solución a la sed, todo bajo la banda sonora del gélido Love me tender.

El público, claro, es sometido a un importante desgaste físico, aunque termina consolándose con la tortura que se infligen los miembros del equipo artístico. Como ocurría en Manes, sorprende la capacidad de la compañía para distribuir a la masa, como hace con las luces y las proyecciones: en cuestión de segundos, los propios actores y otros tipos vestidos con monos azules abren pasillos y corros allí donde es necesario, con un escrupuloso cuidado de la seguridad e incluso de la visibilidad de lo que ocurre. Fue en este sentido en el que, ya a finales de los 70, La Fura dels Baus llamó la atención en toda Europa, cuyos más importantes creadores escénicos se rompían la sesera ideando modos de participación del público con la cuarta pared de Brecht olvidada ya en el baúl de los recuerdos. La agrupación catalana llevó las posibilidades que se abrían al extremo y concibió el aforo como escenografía, haciendo de cada representación un acontecimiento único con una pureza inaudita. El Sub que acontece en las entrañas del Naumon ha recuperado para La Fura estos registros y colores: los mejores para representar el infierno, aquéllos en que quienes pagan su entrada también ponen el estómago al servicio del drama.

Seguramente por la salud física de los asistentes, el montaje dura poco más de una hora y termina sabiendo a poco. De cualquier forma, la exploración fronteriza del arte, con un lienzo final en el que la creación vuelve a surgir del barro y del frío (en una significación macabra de la esperanza), queda consumada para la posteridad. Bienvenidos sean estos demonios venidos del mar, como esta rara especie.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios