El jardín de los monos

Por el país de los cátaros IX: Albí (II)

Por el país de los cátaros IX: Albi (II) Por el país de los cátaros IX: Albi (II)

Por el país de los cátaros IX: Albi (II) / Luis Machuca

Escrito por

Juan López Cohard

EN el interior de la catedral de Albí un esplendoroso festival de colores, impregnado de una simbología cargada de misterio, envuelve el gran espacio de la enorme nave. La bóveda, como el cielo iluminado por un estallido de fuegos artificiales, contiene el fresco seguramente más grande del mundo. Intensos azules nunca igualados y oro conforman un exuberante follaje de arabescos y representaciones bíblicas. Multitud de ojivas, nervaduras y arcos formeros, apoyados y absorbidos por los propios muros, la sostienen. Todo es profuso y todo está establecido dentro de un orden concertado.

La nave está dividida por la deslumbrante galería del trascoro. Otra bellísima obra de encajes labrados en piedra blanca que contrasta sorprendentemente con el reposado ambiente de penumbra que rodea la colosal nave, tan sólo iluminada por la discreta luz que entra por las altísimas y estrechas vidrieras. De divinas proporciones, la galería presenta cinco huecos separados por unas columnatas con hornacinas. Los dos de los extremos son las puertas que dan paso al deambulatorio y el del centro, con puerta del mismo formato, se abre a un extraordinario porche que ocupa los tres huecos centrales. Es soberbio el trabajo realizado en la piedra, del que me llenó de admiración las fascinantes y audaces claves de bóveda (dovelas centrales de arcos y bóvedas) del porche, famosas por su singularidad y descaro.

La galería del trascoro se remata en su parte superior con una diadema de tres franjas de inusitados trabajos de calados. La primera, con dos ojivas por hueco rematadas con un florido pináculo; la segunda con un pequeño baldaquín encima de cada ojiva y, la tercera con dos arcos de medio punto entrelazados encima de cada puerta que se culminan con un pináculo de la misma altura que las columnatas y, sobre los huecos intermedios, una celosía de auténticos encajes de bolillos.

Preciosas las imágenes, talladas en piedra y policromadas, de Adán y Eva

Las columnatas que enmarcan la puerta central conservan en sus dos hornacinas superiores las preciosas imágenes, talladas en piedra y policromadas, de Adán y Eva y sostienen otras dos tallas de madera de María y Juan que miran al sencillo crucifijo que remata el pináculo de la puerta. Las hornacinas restantes están vacías y se desconocen las esculturas que contenían ya que fueron destruidas, o desaparecieron, durante La Revolución Francesa, entre 1789 y 1799.

El deambulatorio gira en torno al coro y nos cuenta con imágenes la Biblia. Simbólicamente nos muestra la gestación del advenimiento de Cristo. Es el recordatorio para los herejes cátaros que aún pervivían cuando se construyó la catedral, de que también el Antiguo Testamento, y no solo los Evangelios, conforman la fe cristiana. En él pudimos contemplar un auténtico desfile de extraordinarias y sobrecogedoras imágenes policromadas de los personajes bíblicos. Algunas sorprendentes como las de Judit, Jeremías, o Ester, así como las de otros muchos personajes que son verdaderas obras maestras del arte alto-medieval. Pero especialmente, nos llenó de admiración las esculturas en piedra policromada que se encuentran en la parte posterior de la galería: Una representación de la Anunciación, con la Virgen y un ángel arrodillado enfrente; es bellísima e impactante.

En el coro ya está presente el Cristo Redentor. Nos encontramos de lleno con el Nuevo Testamento. En él están representados todos los personajes de los Evangelios, comenzando por la Virgen con el Niño Jesús en brazos que se encuentra detrás del altar. Imágenes, emblemas, escudos de armas, angelotes y, por montera, la bóveda de azul y oro. ¡Sobrecogedor! Y en el centro de la galería Santa Cecilia, a quién está dedicada la catedral y que, al ser patrona de la música parece dirigir las silenciosas voces del coro de los ángeles.

Un fresco de espectaculares dimensiones representa el Juicio Final

Veintinueve capillas se adosan al muro perimetral de la nave. Pero lo verdaderamente curioso se encuentra en la fachada interior de los torreones que sostienen el campanario. Bajo el soberbio órgano del siglo XVIII, precioso por cierto, nos encontramos con un fresco de espectaculares dimensiones que representa el Juicio Final. Con una extraordinaria factura de trazos y colores, la pintura, con sobrecogedor realismo, nos muestra a los condenados en el Infierno, a los que están en el Purgatorio, a clérigos y personajes destacados (entre ellos parece ser que están Blanca de Castilla, San Luis y Carlomagno, –¡vaya usted a saber!–), a los apóstoles, todos vestidos de blanco, se representa también el Cielo, los pecados capitales y multitud de simbolismos del Juicio Final; pero… ¡Oh, dolor! Todos miran a Dios y Dios no está. A alguien, en el siglo XVIII, se le ocurrió abrir un enorme hueco y quitó al Todopoderoso Juez de en medio ¿Casualidad? ¿Fue un cátaro? Al fin y al cabo los cátaros no creían en ese dios justiciero. De cualquier forma la pintura es una auténtica obra maestra en la que merece la pena detenerse y escudriñar todos sus detalles.

Ya fuera de la catedral paseamos por la ciudad. Albí conserva su aspecto medieval, tanto en su trazado como en la gran cantidad de edificaciones que se conservan muestra de su esplendoroso pasado. Después de detenernos en la casa natal de Toulouse Lautrec, paseamos hasta el Puente Viejo y, recorriendo la orilla del Tarn, llegamos hasta el Puente Nuevo desde el que se puede contemplar, como ya señalamos, la mejor vista de la ciudad rodeada por sus verdes colinas.

Después de comer, en horas en que el calor era bastante sofocante, decidimos visitar el Palacio de la Barbie, ese palacio-fortaleza que fue antigua sede arzobispal y que se construyó entre el s. XIII y el s. XV. Su nombre procede del término medieval “bisbia”, esto es “obispado”, y en él sobresale su soberbia torre del homenaje y sus cuatro potentes torres cilíndricas que se yerguen en sus vértices. El palacio alberga en la actualidad, desde 1922, el Museo de Toulouse Lautrec, con la mayor colección de obras del artista que fue conservada por la madre tras su muerte. La evolución de su obra corre paralela a la de su vida: Su juventud en Albí, su estancia en París, su vida en Montmartre, su plenitud sumida entre las artes y el libertinaje y su regreso, alcohólico y enfermo, a su Albí natal donde murió a los 37 años de edad en septiembre de 1901.

Es difícil describir lo que se siente ante las estremecedoras obras de Toulouse Lautrec

Me es difícil describir lo que se siente ante las estremecedoras obras de Toulouse Lautrec. Sus maravillosas pinturas como Un dog-cart, La inglesa del Star, El doctor Tapié, En el salón de la rue des Moulins, El lavandero de la casa, Un examen en la Facultad de Medicina de París, entre muchos otros bellísimos lienzos. Sus geniales dibujos: El baile del Eliseo Montmartre, Resaca, Chocolate bailando, por citar algunos. Sus espléndidas litografías, como la de La Goulue y la môme Fromage, o sus sublimes carteles, como el de La Goulue realizado para el Molino Rojo y en el que aparece en primer plano Valentin el sin huesos, o el que realizó para El Divan Japonés con su intima amiga la bailarina Jane Avril, sin olvidarnos del conocidísimo cartel del Ambassadeur Aristide Brouant en su cabaret.

Cuando salimos del museo, ya avanzada la tarde y con el sol apaciguándose, decidimos cenar en la misma Place de Sainte-Cecile. Nos atrevimos con una típica ensalada albigense compuesta de salchichas, albóndigas, morcilla y rábano con hígado de cerdo salteado en vinagre caramelizado. Regada, como no podía ser de otra forma, con un vino de la ribera del Tarn que, por cierto, es donde se conservan los viñedos más antiguos de Francia. Después de cenar volvimos a la catedral para contemplar los frescos de la bóveda iluminados. Diariamente se hacen unos pases especiales, previo pago, claro está, en los que iluminan el interior durante unos minutos para no dañar las pinturas. Mirar la bóveda iluminada es contemplar el Cielo.

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