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Libros | Pálido Fuego
Málaga/La edición española de La peste blanca de Karel Çapek que acaba de poner en circulación Pálido Fuego no es la primera que ve la luz: en 1937, en plena Guerra Civil, apareció la primera versión en castellano sólo unos meses después de que la obra llegase a los lectores en el checo original. Víctor Kauffmann y Federico Pascual firmaron aquella traducción incipiente, alentada por el propio Çapek, quien mantenía una estrecha relación con España. Tanto el autor como los traductores cedieron los derechos de tal edición “en beneficio de la España republicana”, y es que Çapek tenía un notable interés en la mayor y más rápida divulgación de su texto teatral, en el que alertaba de la expansión del fascismo en términos epidemiológicos. Tanto fue su empeño que La peste blanca fue llevada al cine en el mismo 1937 por el realizador también checo Hugo Haas, en una película titulada El esqueleto a caballo (aunque finalmente pasó a la historia conocida como La enfermedad blanca) con guion del mismo autor. Finalmente, Çapek murió en diciembre de 1938 en Praga, con lo que no llegó a conocer el desenlace del desarrollo del fascismo ni de la guerra contra la que tan severamente había advertido en su obra. Aquella primera traducción española desapareció prácticamente del mapa, pero la editorial malagueña Pálido Fuego recupera ahora la obra para el lector en lengua castellana con una nueva traducción a cargo de José Luis Amores, quien ha mantenido el título La peste blanca por más que la solución La enfermedad blanca se ajuste más al original Bilá nemoc “en un pequeño homenaje a nuestros antecesores de profesión con el que conservamos su liberalidad titular”, tal y como explica el propio Amores, también editor y responsable de Pálido Fuego, en el prólogo. Por el valioso rescate llevado a cabo, y por la tremenda actualidad de la obra, el lanzamiento constituye uno de los episodios más felices de cuantos ha brindado el mundo editorial en España en lo que va de año.
Considerado autor visionario y pionero de la ciencia-ficción, Karel Çapek (1890-1938) escribió novelas, relatos y obras de teatro en las que recurrió al género fantástico para abordar de manera amplia las complejidades de su tiempo. En su pieza teatral Robots Universales Rossum (RUR), estrenada en 1920, apareció por primera vez el término robot, derivado del checo robota (trabajo duro). En novelas como La krakatita (1923) y especialmente la sátira La guerra de las salamandras (1936), su mayor éxito, dio cuenta de su posición pacifista cuando la escalada internacional parecía conducir irremediablemente a un nuevo conflicto armado de consecuencias atroces. Justo esta posición es la que le condujo a escribir La peste blanca casi como si de un manifiesto se tratase, con la intención de fomentar la lectura y las representaciones de la obra allí donde fuese posible cuando el apogeo del fascismo era un hecho consumado. Pasado el tiempo, la actualidad de La peste blanca llega a ser sobrecogedora en este 2020: Çapek describe en su obra una epidemia mortal originada en China que se expande por todo el mundo a velocidad de vértigo. Los científicos trabajan a destajo en busca de un remedio que no llega mientras el recuento diario de víctimas sumerge a la población en un profundo desánimo. No pocos detalles son de hecho escalofriantes, como la consideración por parte de algunos ciudadanos de que los medios de comunicación están fomentando el alarmismo y exagerando las cifras para inculcar el temor general. Pero Çapek desplaza este eje a otro hemisferio: en una ambientación no explícita, aunque fácilmente identificable con Alemania, aparece un médico que demuestra tener un remedio capaz de acabar con la peste blanca en apenas unas semanas. No obstante, el médico en cuestión rompe el juramento hipocrático y da a conocer su antídoto únicamente a cambio de una condición que exige a todas las naciones del planeta. Si los gobiernos quieren salvar a sus ciudadanos, tendrán que ceder. Lo que parece una cuestión razonable, se convierte en un obstáculo insalvable en un mundo marcado a fuego por el fanatismo y el nacionalismo. En su obra, Çapek dejó bien claro hasta qué punto el fascismo es capaz de conducir a los hombres a destruirse a sí mismos por las excusas más irracionales. Y describió el procedimiento que siguen los discursos totalitarios para implantarse en una sociedad atemorizada. En este sentido, La peste blanca resulta también de una actualidad pasmosa y, desde luego, no menos escalofriante.
“Çapek quería luchar contra un agente infeccioso político cuya erradicación, ochenta años después, se está demostrando laboriosa, por decir lo menos. Pensó que contra la ignorancia de ideologías totalitarias, antidemocráticas y ultranacionalistas sólo cabía fortalecer el sistema inmune del pensamiento. Lamentablemente, como bien sabemos, la distopía se impuso”, escribe en su prólogo José Luis Amores, quien se ha basado para su traducción principalmente en la versión inglesa de Michael Henry Heim con la mayor fidelidad al original checo gracias a la colaboración de G. Cebula. Con esta propuesta, la editorial Pálido Fuego (que, de momento, ha puesto a la venta La peste blanca exclusivamente a través de su página web) recupera un clásico del siglo pasado que reivindica su categoría, precisamente, en su capacidad para mantener su vigencia intacta tanto tiempo después. La vacuna del pensamiento seguirá siendo, ay, la más necesaria.
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