La promesa de un cielo
El lienzo de Van Gogh 'Molino de agua en Gennep', que puede verse ahora en el Museo Carmen Thyssen, revela no pocas claves esenciales de su autor
Cuando Vincent van Gogh (1853-1890) pintó Molino de agua en Gennep ya era un perfecto desconocido de 31 años que vivía en Eindhoven y que tenía convenientemente desatados todos los demonios que le atormentarían hasta la muerte. Por entonces le dio por practicar la pintura al aire libre reproduciendo los molinos de agua que había cerca de su casa familiar, en Neuen, y el que puede verse en este testimonio es, ciertamente, el que existió en Gennep, en el río Dommel. El lienzo apaisado, con unas dimensiones de 85 por 151 centímetros, es el mayor de cuantos dedicó a este tema. Actualmente forma parte de la Colección Carmen Thyssen y hasta el próximo 20 de abril puede verse en la actual muestra temporal del Museo Carmen Thyssen Málaga, Courbet, Van Gogh, Monet, Léger. Del paisaje naturalista a las vanguardias. Tener a mano todo un Van Gogh constituye una oportunidad única, pero lo cierto es que este cuadro encierra ya algunas de las claves fundamentales que el genio mantuvo hasta el final.
Lo primero que sorprende a quien observa la obra es su tonalidad, pálida y cetrina, lejana al argumento del color como explosión que definiría a Van Gogh más tarde y que tendría su eclosión en la etapa francesa. Lo cierto es que el mismo hermano de Vincent, Theo, recriminó al pintor la excesiva oscuridad de su pintura. Pero, tal y como recuerda la directora artísica del Museo Carmen Thyssen, Lourdes Moreno, Vincent se mostró especialmente orgulloso de este trabajo "por todo lo que había aprendido haciéndolo". El empeño que puso en terminarlo, de hecho, no fue precisamente escaso: en una carta a Theo escrita en la tercera semana de noviembre de 1884, Van Gogh escribió: "Estoy atareado con un cuadro bastante grande (de más de un metro) de un viejo molino de agua en Gennep, en la orilla opuesta a Eindhoven. Quiero rematar la obra al aire libre, aunque seguramente será el último cuadro que pueda pintar en el exterior este año". Y, ciertamente, lo fue. Aunque para culminarlo tuvo que soportar temperaturas bajo cero del crudo otoño holandés. Tanto le gustó a Van Gogh el resultado que decidió reproducirlo en una acuarela, hoy desaparecida. Sí se conserva la que pintó su amigo Anton Kerssemakers, según Moreno "el único discípulo que tuvo Van Gogh", quien acompañó al artista durante todo el proceso.
La clave del Molino de agua en Gennep se encuentra así, en gran medida, en el aprendizaje. Al observador también puede llamarle la atención un contraste singular: el cielo que domina el paisaje es insobornablemente gris, aunque su reflejo en el río es azul. Uno de los dos debió ser antes de otro color, y de hecho así sucedió. El mismo Kersemmakers relató que, mientras trabajaba en el cuadro, Van Gogh ensayaba el uso del bálsamo de copaiva, una sustancia empleada en la pintura al óleo para retrasar el proceso de secado. Kerssemakers ya le había advertido de que empleaba demasiada cantidad, pero el maestro tuvo oportunidad de comprobarlo por sí mismo: "El cielo del cuadro se derretía, por lo que tuvo que rascar la pintura con una espátula y volverlo a pintar", dejó escrito el discípulo. Lo curioso es que Van Gogh decidió dejar el tono azul en el reflejo del agua, y Lourdes Moreno admite la posibilidad de una intención al respecto: tal vez la promesa de un cielo limpio tras las nubes.
De hecho, Moreno subraya que en el lienzo está ya presente el principal argumento artístico de Van Gogh: sus propios sentimientos, especialmente la soledad que nunca supo asimilar. Él no reproduce el paisaje, sino que se proyecta en lo que ve. Y esto le distingue especialmente de los impresionistas, de los que, según Moreno, "se quiso distinguir siempre, por más que supiera de su influencia. Cuando Van Gogh dice que prefiere pintar los ojos de una persona a una catedral, está tomando distancias". Pero también está presente en el cuadro la preocupación social de un artista que sólo un año después pintó Los comedores de patatas y que vendía reproducciones gráficas de sus cuadros a precios asequibles entre los obreros de Eindhoven: su soledad y su frío son también los de los trabajadores del molino, apenas tres figuras maltrechas en el lienzo. Para ellos el azul también era una promesa.
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