De la correspondencia mantenida con la pintora malagueña María Bueno nació El ajuar, el espectáculo que Teresa Nieto (Tánger, 1953), figura esencial de la danza contemporánea en España, Premio Nacional en 2004 y reconocida con otros muchos galardones (incluidos varios Max), estrenó hace ya dos años y que presenta mañana viernes en el Teatro Echegaray dentro del Ciclo de Danza. Con esta propuesta Nieto se despide de las tablas como bailarina: el próximo viernes 13 estrena en el Teatro de la Abadía en Madrid Las cuatro estaciones, la primera producción de su compañía en la que participa exclusivamente como bailarina y coreógrafa.
-¿Cómo se convierte en movimiento una escritura a cuatro manos como la que compartieron María Bueno y usted?
-De entrada, conviene aclarar que la relación entre María Bueno y yo no terminó muy bien. Ella vino a verme hace algunos años al Teatro Cánovas, nos conocimos y luego yo fui a ver una exposición suya. Empezamos a escribirnos y así nació la idea del espectáculo. Después María vino a Madrid para empezar a darle forma y a partir de ahí se torció todo a nivel artístico. No sé, pienso que tal vez ella no entendió bien cuál era su papel en el proyecto. Lo cierto es que aquello terminó como el rosario de la aurora y me vi obligada, como creadora, a sacarlo todo adelante sola. De modo que aquella correspondencia estuvo en el origen de este trabajo, pero sólo en el origen.
-De cualquier manera, ¿cuenta El ajuar lo que su título indica?
-Eso, y más cosas. Ya el término se refiere a algo antiguo que pertenecía en exclusiva a las mujeres, algo que ellas llevaban al matrimonio y que conservaban durante toda la vida. Pero los tiempos han cambiado, y el ajuar es ahora el propio mundo de las mujeres, lo que llevamos con nosotras a todas partes. En gran medida, nuestro ajuar somos nosotras mismas. Una idea en la que quería incidir es que el ajuar era antes algo heredado y que siempre se mantenía igual, se guardaba intacto, sin cambios. Pero ahora las mujeres disponemos de la libertad para cambiar nuestro ajuar a nuestro aire.
-El ajuar entraña también un vínculo familiar, ¿más como condena que como seguridad?
-En este espectáculo el ajuar funciona, principalmente, como un lugar: el espacio reservado a las mujeres en las casas, donde las abuelas, madres e hijas se relacionan y expresan sus afectos de una manera más abierta, también físicamente, que en el mundo de los hombres. Yo misma recuerdo bien cómo era este espacio en mi casa, y a menudo siento una nostalgia que he querido volcar en el espectáculo, por más que detrás haya una historia con momentos buenos y malos. Todo esto se me mezcló con el presente y con mi decisión de dejar de bailar. Había una relación entre el relevo generacional que se da naturalmente de madres a hijas y el que se da entre los artistas veteranos que dan, o deben dar, paso a los jóvenes.
-¿Hay en ese espacio para las mujeres algo de la habitación propia de Virginia Woolf?
-Sí, algo hay, porque yo he podido encontrar esa habitación propia con la edad. La mayor parte de mi vida la he compartido con otros: salí de la casa de mis padres para casarme, luego llegaron mis hijas, luego sus novios. Pero ahora sí vivo sola, y aunque al principio no me resultó sencillo ahora percibo esta soledad como una conquista de mi propio espacio.
-En cuanto al relevo, ¿es entonces El ajuar el testamento definitivo de una bailarina?
-Sí, así es. Cuando dije por primera vez que quería dejar de bailar tenía 50 años. Ahora tengo 62 y lo he conseguido al fin. Ya iba siendo hora. Lo que pasa es que la gente nunca me ha creído. Yo decía, "en el próximo me retiro", y todo el mundo a mi alrededor respondía "pero cómo lo vas a dejar ahora, si bailando pareces una niña". Los halagos no me lo han puesto sencillo. Cuando estrené El ajuar afirmé que ya se trataba del intento definitivo. La gente seguía sin creerme, pero yo ya sabía que había llegado el momento. Durante un tiempo no me ha sido fácil estar al otro lado, pero ya lo voy superando. Todavía me quedan algunas funciones de El ajuar, y no descarto hacer alguna colaboración de vez en cuando, porque el escenario me gusta más que comer con los dedos. Pero, honestamente, la mejor decisión para mí ahora es la que he tomado.
-Con tanto dado a la danza, ¿aprender a dejar de bailar no será como aprender a enmudecer?
-Sí, pero es que yo tenía claro que no quería ser Alicia Alonso. Les pedí a todos mis amigos y colegas que cuando me vieran patética en algún momento en el escenario me avisaran al instante. Ha llegado la hora de que brillen otros. El problema es que, como te decía, sólo he recibido incredulidad y halagos. Pensé que dejarlo iba a ser un drama, pero qué va, no lo ha sido para nada: he sabido hacer el tránsito con cabeza, bajando sin prisas, quedándome poco a poco en un segundo plano, sin darme un batacazo. Así ocurre en El ajuar, donde mi compañera Sara Cano hace un trabajo espléndido y yo me quedo un poquito atrás. Ahora tengo que acostumbrarme no a enmudecer, sino a adoptar otro lenguaje. Preparando Las cuatro estaciones me ha costado mucho montarlo todo fuera de mi fisicidad, desde los cuerpos de los demás. Pero estoy dispuesta a aprender.
-Y en todo este tiempo, ¿le ha dado usted más a la danza, o ha sido ella más generosa con usted?
-Ante todo, la danza ha sido mi profesión. Y eso quiere decir que muchas veces me he pasado más tiempo delante de un ordenador que bailando. Yo he sido coreógrafa porque quería bailar, no al revés: tuve la oportunidad de bailar mis propias coreografías y la aproveché. En cada uno de los trabajos que he hecho lo he puesto todo de mí: alegrías, penas y muchos otros sentimientos. ¿Sabes lo que me apena? Dejar de bailar en un momento de crisis, tan malo y tan ingrato como éste. Me parece triste que me haya pillado esta época nefasta justo al final. Los jóvenes que trabajan ahora en la danza tienen la esperanza de que las cosas cambiarán y llegarán rachas mejores, pero yo ya he desechado esa esperanza. Me quedo aquí. Me he hecho mayor y ya no puedo reciclarme a cuenta de la crisis. Eso sí, ten por seguro que seguiré dando guerra. Le pese a quien le pese.
-Con respecto a los jóvenes bailarines a los que ahora da usted paso, ¿es optimista en cuanto al futuro de la danza en España?
-Sí, ahora sí. Es que ha habido muchos años de sequía, en los que no veía a una generación detrás que nos empujara, que viniera abriendo paso, y eso llegó a preocuparme. La mayoría de los jóvenes bailarines que conocía se terminaron marchando. Pero de un tiempo a esta parte la situación es muy distinta, hay gente haciendo cosas muy interesantes con las mismas ganas que yo tenía cuando empezaba, queriendo comerse el mundo. Eso me deja muy tranquila. Ahora bien, hay que tener claro que la danza en este país nunca va a ir bien, sencillamente porque no le interesa a nadie: ni a los políticos, ni a los programadores ni al público. Si el futuro finalmente se presenta distinto será gracias a los artistas que empujan ahora.
-¿Y hay mimbres para una evolución artística en correspondencia con ese talento?
-Te seré sincera: lo más interesante e innovador que se hace ahora en la danza contemporánea en España, en mi opinión, viene del flamenco, de gente como Israel Galván, Rocío Molina y Belén Maya. Para mí, ésta es la danza contemporánea real. Me da pena que a menudo quienes hacemos danza contemporánea no nos hayamos arrimado más a la danza española, que no hayamos querido contaminarmos del flamenco, seguramente por una cuestión de prejuicios. Demasiada gente ha querido ser muy moderna mirando a Bélgica y ha pensado que Córdoba es muy bonita pero muy atrasada.
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