El robo del Louvre 'revive' la figura de Eugenia de Montijo, la emperatriz medio malagueña de moda en el siglo XIX

Los autores de la sonada sustracción se llevaron una diadema y un broche suyo, joyas estrella de la exposición de la Galería de Apolo en el museo francés

El robo de joyas en el Louvre: "Ha sido de película, digno de James Bond"

Una imagen del museo del Louvre y Eugenia de Montijo.
Una imagen del museo del Louvre y Eugenia de Montijo. / EP / José Luis Delgado

El sonado robo del Louvre en París el pasado sábado ha puesto de actualidad la figura de Eugenia de Montijo, la emperatriz medio malagueña de moda en el siglo XIX. Los autores de la sustracción se llevaron una corona y un broche suyo, joyas estrella de la exposición de la galería de Apolo en el museo francés. El comando llevó a cabo un robo de película en apenas siete minutos. Aunque perdieron parte del botín en su huida, entre ellos la preciada diadema imperial de Montijo. El Ministerio de Cultura galo confirmó esta misma semana que había sido recuperada.

Eugenia de Montijo (1826-1920) nació en Granada el 5 de mayo de 1826. Su madre fue la malagueña Enriqueta María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo y de Teba e hija del escocés William KirkPatrick. Este, exiliado en España en su juventud por apoyar a la casa de Estuardo en sus pretensiones dinásticas, ejerció de cónsul de los Estados Unidos en Málaga. Eugenia se ha convertido con el tiempo en una andaluza tan universal como su compatriota Mariana Pineda.

El broche de la emperatriz Eugenia, uno de los objetos robados del Museo del Louvre.
El broche de la emperatriz Eugenia, uno de los objetos robados del Museo del Louvre. / Efe / Louvre

La aristócrata, concebida como un personaje crucial en la Europa del siglo XIX, contrajo matrimonio con Napoleón III (1808-1873) el 30 de enero de 1853. Se convirtió entonces en emperatriz de Francia hasta el 4 de septiembre de 1870. "Fue coetánea de Galdós, pero sus episodios nacionales los escriben Stendhal y Flaubert. Prima del ingeniero jefe, fue la madrina de la inauguración del Canal de Suez. Su hijo sobrevivió a la guerra con Prusia y murió en Sudáfrica a manos de los zulúes", explica el periodista Francisco Correal en un reportaje publicado en Diario de Sevilla.

'La emperatriz del pueblo'

Al casarse con Napoleón III, la emperatriz intenta ganarse al pueblo francés con pequeños gestos desde el inicio: desde el mismo atrio de la catedral de Notre Dame deja el brazo de su esposo, se vuelve hacia los miles de ciudadanos que la observan y, ostentando en la cabeza la citada y preciada diadema que había pertenecido a sus dos predecesoras, se inclina haciendo una elegante reverencia. En un instante, los franceses allí congregados pasan de la indiferencia gentil al entusiasmo y las aclamaciones estallan por doquier. Fue uno de esos actos que la harían famosa, con los que el pueblo llano empezó a amarla con locura.

La granadina con raíces malagueñas conoció la revolución industrial, las guerras franco-prusianas, la vida victoriana, la época de oro de Francia e Inglaterra e incluso la primera Guerra Mundial. Rafael de León, el poeta de la copla, le dedicó una canción: "Eugenia de Montijo, qué pena, pena, que te vayas de España para ser reina. / Por las lises de Francia, Granada dejas, y las aguas del Darro, por las del Sena. Eugenia de Montijo, qué pena pena".

Uno de los capítulos de su vida más fascinante la relacionanda directamente con la inauguración del canal de Suez. A bordo de su yate particular, acompañada por sus damas de honor, recorrió las aguas del Nilo para ser en noviembre de 1869 la madrina de estreno. Una apuesta impresionante de ingeniería que dirigió Fernando de Lesseps, que había sido embajador de Francia en Madrid y era primo de Eugenia de Montijo.

Sus años culminantes de gloria, señalan en la web de la Real Academia de Historia, fueron 1867, con la Exposición Internacional de París, y 1869, cuando Eugenia realizó un viaje triunfal a Egipto para representar al imperio francés en la apertura del Canal de Suez, de cuyo proyecto había sido gran defensora, apoyando con entusiasmo a su ejecutor, su primo Ferdinand de Lesseps. En 1870 comenzó su declive con la declaración de la guerra franco-prusiana que condujo a Francia al desastre.

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