"No soporto la magia amanerada ni a los novelistas exhibicionistas"

El autor regresa tras el inesperado éxito de 'Mentira' con 'Manual de la oscuridad', la historia de un ilusionista de renombre mundial sumido de repente en la ceguera

El escritor Enrique de Hériz (Barcelona, 1964), durante la reciente presentación de su libro.
Francisco Camero

19 de julio 2009 - 05:00

Enrique de Hériz todavía recuerda impresionado los espectáculos de Pepe Carroll, aquel mago que tomó prestado su apellido artístico del autor de Alicia en el País de las Maravillas y que fue tan popular en los años 90 que acabó presentando programas de televisión. Los recuerdos del escritor van un poco más lejos, cuando un Carroll aún anónimo actuaba en pequeños locales. "Su capacidad de contar historias era brutal. Uno empezaba tratando de no apartar la mirada de las manos y a los diez segundos él con su discurso te había transportado a una especie de lugar flotante en el que eras víctima de cualquier cosa porque ni te acordabas de mirarle las manos", dice Hériz. De esta fascinación por la magia surgió en parte Manual de la oscuridad (Edhasa), una novela protagonizada por Víctor Losa, el mejor ilusionista de su tiempo, heredero de una larga tradición familiar, un tipo que cree saberse todos los trucos hasta que el mundo le hace uno que resulta terrible: la desaparición del mundo. Que sigue ahí, pero él, tras quedarse ciego, ya no lo ve.

-¿Qué tipo de inquietud hay detrás de esta novela?

-Me obsesioné con la idea de esta novela de una manera anecdótica, por una visión en mi imaginación de un hombre parado en una escalera estrecha y oscura, sin saber ni quién es ni si sube o baja ni adónde va. En realidad todas mis novelas empiezan así, con el vislumbre de un conflicto. Entonces resolví que ese hombre iba a ser mago.

-¿Y qué le interesó de ese hombre parado en la escalera?

-El impulso que me llevó a eso fue totalmente irracional, como yo creo que debe ser. Casi siempre que un novelista dice que escribió tal obra por tal o cual motivo, está dando una respuesta teórica y a posteriori. Mi interés es casi retórico: me fascina que alguien pueda someterse al asombro absoluto viendo algo que desde antes de empezar sabe que es un truco, me fascina por lo que se parece a los mecanismos de la novela.

-Se parecen en el artificio...

-Sí, pero hay leyes importantes. No es lo mismo un truco que una trampa. Tampoco es legítimo que se engañe al lector. Hay muchas normas casi morales. Se debe tener un dominio profundo de la técnica, pero cuanto mayor sea, más importante es que no se exhiba. Yo no soporto la magia concebida para la televisión, amanerada y de grandes gesticulaciones, ni a los novelistas exhibicionistas que necesitan hacer un despliegue permanente de técnica y estilo.

-¿Llega más lejos la literatura o la magia?

-Creo que hay algo que sitúa a la literatura por encima: su capacidad para incorporarse a la memoria y por lo tanto a la formación personal de quien la disfruta. Un excelente espectáculo de magia puede provocar un asombro momentáneo mayor, pero más olvidable. Incluso, me atrevería a decir, los pocos magos que logran dejar esa huella más allá de ese asombro, lo consiguen no por lo que hacen con las manos o con la prestidigitación, sino por el discurso que acompaña a eso, de alguna manera están haciendo literatura también.

-Hay toda una tradición literaria de la ceguera. ¿De qué manera encaja su libro en ella?

-Inevitablemente la ceguera -y pienso en Saramago, que es el ejemplo más obvio- tiene tantos valores simbólicos que meter hoy en una novela a un personaje ciego parece que casi obliga a hablar de una ceguera moral de la humanidad entera y cosas así. Pero yo me resistía a hacer eso, porque cada vez más creo que el territorio del novelista es el de la concreción absoluta. O sea, uno no habla ni de magia ni de ceguera, sino de Víctor Losa, el mejor mago del mundo, que se queda ciego. Quizá lo que he aportado sea una limitación de esa dimensión simbólica.

-Se documentó con una rehabilitadora experta. ¿Qué aprendió, cuestiones prácticas aparte?

-Di con una joya. Es formadora de otros técnicos y es la gran depositaria de todo el conocimiento teórico-práctico en España en este momento. Y sospecho que además, por ser buena lectora, supo qué tenía que explicarme. Yo llevé a la primera reunión una libretita con cientos de preguntas; a la cuarta me preguntó si pensaba estar charlando durante semanas, me sacó a la calle con los ojos tapados y me sometió a la agresión sensorial de salir al centro de Barcelona sin ver nada. Eso me metió en lo que para mí es la parte más interesante de la novela: la incomparablemente humana facultad de ponerse en el lugar del otro, por decirlo así. El ciego está poniéndose permanentemente en el lugar del otro. Yo creo que entendí esto, para beneficio de la novela, espero; que el ciego sólo puede terminar saliendo hacia adelante si es capaz de ponerse en el lugar de quien va a ser él mismo en el futuro, si es capaz de dejar de imaginar sobre lo que era, lo que ha perdido, lo que ya no puede ser.

-Mentira, su anterior obra, fue un éxito incluso fuera del país. ¿Le condicionó de alguna manera?

-Lo viví con enorme sorpresa, porque yo, que he sido editor, creía que ya no era posible, en este contexto industrial-editorial, que a un libro así, al margen de los canales de promoción, etcétera, le pudiera pasar esto. Si jugara a ser un escritor agobiado por el éxito sería un cínico. Lo que me ha dado es mucha más libertad para escribir lo que yo creía que debía escribir. Por otro lado, precisamente por haber sido editor vivo lo que llaman éxito y lo que llaman fracaso con una distancia creo que saludable.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último