El sueño y la pesadilla de Poe

Llega a la cartelera 'El enigma del cuervo', una mirada en forma de 'thriller' al autor de 'El corazón delator' al que encarna John Cusack inspirándose más en sus personajes.

John Cusack, caracterizado como Edgar Allan Poe, en una escena de 'El enigma del cuervo'.
Simón Cano Le Tiec

29 de junio 2012 - 05:00

Los escritores que pueden verse a sí mismos como auténticos genios suelen abandonar este mundo por todo lo alto, entre aplausos y caóticos homenajes, y fue la ironía lo que envolvió los últimos días de vida de Edgar Allan Poe. Sus dantescos personajes, que visitaban la oscuridad con demasiada frecuencia, le harían compañía tras décadas de sollozos y gimoteos al silencio y a la pérdida, algo que él, muy probablemente, también habría acabado haciendo. En cierta manera, a la hora de revisar aquel prudente y sabio poema ( y aquel famoso busto de Palas), El cuervo, la pesadilla en la que Poe se hallaba inmerso resaltaba la existencia de un pánico propio de moribundos o infelices que han depositado sus esperanzas en los alucinógenos. Afirmar algo así sobre Poe sería un tanto descabellado y atribuirle el mérito de una de sus obras más trascendentales a un estado emocional muy similar a la drogodependencia lo sería aún más, pero cuando uno comprueba que todas las posibles causas de su muerte pudieron darse por una enorme fragilidad mental, la razón se apodera de todo. Además de sumergirse bajo aquellos voluminosos ríos de tinta china, también solía visitar los vaivenes de los vicios de la época, que, para bien o para, mal, pudieron escribir algún que otro párrafo de sus últimos cuatro años de vida.

Los ensayos sobre el celuloide que Roger Corman, padrino de la serie B de los años 60 y 70, le dedicó al escritor, fueron los que más justicia le llegaron a hacer a Poe en toda la historia del cine. Encontrar en ellos tantas connotaciones sobre el temor de la mente humana y las diversas facetas emocionales del terror, los convertían en las puntualizaciones más objetivas de Edgar Allan Poe. La réplica de James Mctiegue, con El enigma del cuervo, que se estrena hoy en las salas, se luce a través de la estética noir, puesta de moda en su filmografía con la popularísima V de Vendetta, cinta que se ha desaprovechado como ensayo social, que únicamente ha servido para rendirle culto a la revolución vox populi, y para personalizar la posterior generación 15-M. John Cusack, si bien rinde como un Poe destinado a trabajar como asesor policial, también lo haría perfectamente si todo el montaje de Mctiegue con respecto a su muerte hubiese supuesto un biopic, y no un mero ejercicio de suspense que funciona muchísimo mejor de lo que cabría esperar, sobre todo tras ver la estela de thrillers policiales que se estrellan sin apenas haber comenzado su campaña publicitaria.

Aun así, la interpretación de Cusack no sólo es brillante, sino que la templanza de su personaje no se asemeja en nada al Poe de carne y hueso, sino al enorme protagonista de El cuervo (si bien muestra un contundente paralelismo mental con el autor), capaz de confrontar la naturaleza de la belleza más oscura, y materializar su ira en un baño de esbozos literarios, propios de las genialidades narrativas (y líricas) de Edgar Allan Poe. Sin embargo, desde las maniobras de Mctiegue no se denota una gran pasión por un personaje que es víctima de la era digital, de que tenga que corretear por las tenebrosas calles de Maryland con revólver en mano, y de que deba mostrar una cara de circunstancia ante un cadáver mutilado, algo que al verdadero Poe, muy probablemente, le hubiera traído sin cuidado, y mucho más tras el soliloquio social que vivió tras la muerte de su esposa. Que muriese rodeado o no de humanidad y moralidad importa bastante poco si, en algún momento, su creatividad dio pie a una obra realmente atroz, grotesca y electrizante. Puede que, en sus sueños más profundos, ya quisiese yacer bajo aquel busto de Palas.

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