Cultura

La tríada maldita

  • Entregado a proyectos cada vez más radicales, Scott Walker firma un hito de la música cinematográfica reciente, la banda sonora de 'The Childhood of a Leader'

"Hace que la banda sonora de Pozos de ambición parezca la de Las navidades de Charlie Brown". Así describe irónicamente Winston Cook-Wilson en su reseña para Pitchfork el nuevo trabajo del escurridizo y misterioso Scott Walker (Hamilton, Ohio, 1943), la música original para el filme de debut de Brady Corbet The childhood of a leader, estilizado retrato de la vida de un inquietante niño de familia acomodada en la Francia de 1918, educado en un ambiente autoritario y severo y destinado a ser un dictador años más tarde, una película basada en un relato de Jean-Paul Sartre aún sin estreno comercial en España y que pudo verse en el SEFF'2015 con un recibimiento bastante desigual por parte de la crítica especializada.

En efecto, la banda sonora de Walker para el filme de Corbet se nos antoja como uno de los grandes hitos músico-cinematográficos de las últimas temporadas, en la estela de los scores de Jonny Greenwood para Paul Thomas Anderson (Pozos de ambición, The Master) o el de Mica Levi para Under the skin, de Jonathan Glazer, una nueva incursión a fondo en la zona de sombras y la experimentación de vanguardia con la que el otrora crooner juvenil de culto prosigue su particular camino de investigación sonora sin concesiones difícilmente asimilable a los actuales moldes de la industria discográfica de la que un día fuera estrella pop rutilante.

Aislado en su particular torre de marfil, alejado de la vida pública y las salas de conciertos, entregado a nuevos proyectos discográficos cada vez más radicales (Tilt, The Drift, Bish Bosch, Soused), Walker ya había trabajado con anterioridad para el cine. Léos Carax lo reclamó en 1999 para su fascinante e incomprendida Pola X, una cinta en cuyo score el compositor pudo alternar las texturas de la orquesta con un amplio set de guitarras eléctricas y baterías que protagonizaban uno de los pasajes centrales de la película bajo la batuta enfebrecida de Sharunas Bartas.

Presencia rotunda en la película de Corbet, donde irrumpe siempre un punto por encima del volumen habitual, la música de Walker, un auténtico quiebro de ritmos en el que la orquesta parece funcionar a cuchilladas, enturbia la película hacia unos extremos que las imágenes y la narración tal vez no acompañen, siendo, sin duda, un elemento protagonista por encima del habitual servicio funcional que suele cumplir en el cine.

Esa autoconciencia musical como elemento significativo de primer orden se pone ya de manifiesto desde el momento en que Corbet y Walker deciden incluir el clásico pasaje de afinación de la orquesta como parte del discurso sonoro, en un prólogo sobre los títulos de crédito que anticipa la abrupta irrupción de la sección cuerda en el pasaje de Obertura, un tour de force de tensión creciente en el que no es difícil experimentar un grado de violencia altamente desasosegante que retornará para los créditos de cierre en el corte Finale. Walker se mueve aquí siempre en los límites de la afinación y la tonalidad, da paso a los metales en contrapunto, diseñando una fuga instrumental salpicada de disonancias, ostinatos, clusters y golpes secos y explosivos de percusión que someten al oído a un verdadero ejercicio de resistencia, especialmente con la aparición de timbres agudos de difícil reconocimiento y origen incierto.

Pero los que hayan visto a Walker en acción en la grabación de The Drift en aquel documental de Stephen Kijak, donde el compositor insistía una y otra vez en la captura del sonido peculiar de una maza metálica golpeando un gran trozo de carne animal, no se sorprenderán al escuchar estos fragmentos músico-dramáticos en los que, además de la orquesta sometida a una nueva gimnasia interpretativa, también hay hueco para los efectos sintetizados y la electrónica ambiental más ominosa.

La música parece anunciar así de manera mucho más poderosa y explícita ese destino de nuestro protagonista, que es también el destino trágico de la Europa del XX entre dos guerras mundiales, un destino fraguado por líderes acechados por el gen del mal o la locura y alimentado por la deriva populista de los tiempos.

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