La Viking odisea III: Comienza la odisea

EL JARDÍN DE LOS MONOS

Considerábamos que estábamos a las puertas de Escandinavia y nos parecía que estos alemanes del norte eran propiamente vikingos

La Viking odisea II: Una historia apasionante

El Rathaus de Hamburgo.
El Rathaus de Hamburgo. / M. H.

Aunque salimos de Málaga, y fueron varios los días de viaje que necesitamos para llegar a la ciudad de Hamburgo, consideramos que fue en ella donde comenzamos nuestro viaje a los países nórdicos. La expedición la componían dos vehículos con sus correspondientes caravanas. En una viajaban Víctor y Conchi con sus hijos, Víctor Jr. y Begoña, y en la otra, Nani y yo con nuestras hijas Mónica y Beatriz.

Nos dirigimos a un pueblecito rural muy pequeño donde vivía la familia de Tanja, la amiga alemana de Mónica con la que estaba pasando las vacaciones. En una finca agrícola residían sus abuelos y sus tíos Klaus y Ushi. En el amplísimo jardín de la finca acampamos nuestras caravanas. Tanja y su madre, Kristel, vivían en el mismo Hamburgo.

En una preciosa noche de verano, calurosa a pesar de la latitud en la que nos encontrábamos, recibimos el cariño y agasajo de aquella encantadora familia germana, con una cena festiva en la que pudimos saborear unas deliciosas carnes asadas y unas excelentes salchichas “premium” regadas con cerveza, una exquisita cerveza alemana que bebimos insaciablemente.

Aprovechamos los días que pasamos con ellos para conocer Hamburgo y Lüneburg. Considerábamos que estábamos a las puertas de Escandinavia y nos parecía que estos alemanes del norte eran propiamente vikingos. Los hombres, altos, robustos y orondos, con la huella evidente del efecto de la cerveza (la mayoría lucían una barriga muy similar a la de Obelix), y las mujeres, altas, rubias, hermosas y poderosas, como valkirias.

Hamburgo es la ciudad más grande de Alemania después de Berlín. A medida que te acercas a ella, impresionan sus enormes canales, las elegantes fachadas de ladrillo rojo de sus edificios y las altísimas grúas del puerto. Comenzamos nuestra visita en el mismísimo centro histórico, donde se encuentra el impresionante barrio de Speicherstadt, que es el mayor complejo de almacenes construido sobre pilotes de madera del mundo. Las fachadas góticas de ladrillo reflejan siglos de historia comercial. Aquí se almacenaban especias, alfombras persas, café y cacao. Cuenta una leyenda que, en el siglo XIX, vagaba entre los canales “el vampiro de Speicherstadt”, atrayendo marineros desprevenidos. La verdad es que se demostró que fue un vulgar ratero, pero la leyenda persiste entre los trabajadores del puerto.

La ultramoderna Hafen City, es el símbolo de la nueva Hamburgo. Aquí destaca la flamante Elbphilharmonie, la filarmónica construida sobre un antiguo almacén portuario. Subiendo al mirador “Plaza” se contempla un mar de tejados, canales y grúas. Y se puede observar que Hamburgo no está atravesada solamente por el río Elba, aunque sea el más importante por su relación con el puerto y su historia como ciudad portuaria, sino que también la atraviesa el río Alster y el río Bille, además de sus numerosos canales. Curiosamente Hamburgo supera en número de puentes a Ámsterdam y Venecia juntas.

A orillas del Elba, como ya nos apretaba el hambre, nos sentamos en un bar a tomar unas cervezas con fischbrötchen, famoso panecillo con arenque, cebolla, pepinillo y salsa remoulade. Aunque los más hambrientos se pidieron una labskaus, que es un plato tradicional de marineros hecho con carne en conserva, puré de patatas, remolacha y huevo.

En medio de la ciudad está el lago Binnenalster, lago artificial alimentado por el río Alster que parece una elegante postal relajante. Muy cerca está la zona del Jungfernstieg, plagada de boutiques de lujo y cafés. También nos encontramos con el Rathaus (ayuntamiento), una joya neorrenacentista, en el que se han rodado desde documentales hasta escenas de películas históricas. Cuentan que en su sótano hay una bodega de vinos tan antigua que incluso Hitler ordenó protegerla durante los bombardeos.

Llegado el atardecer y cayendo ya la noche sobre Hamburgo, dejamos a los jóvenes en casa de Kristel y Conchi, Victor, Nani y yo, nos fuimos a ver el famoso barrio rojo de St. Paulí. Uno de los más famosos del mundo, quizá tanto como el de Ámsterdam. El ambiente es vibrante: luces de neón, música en vivo, artistas callejeros… Especialmente en la calle Reeperbahn, conocida como “la milla del pecado”. Pero no todo es sexo y alcohol: también hay teatro (como el Schmidts Tivoli) y hasta ópera alternativa.

Entramos a tomar unas cervezas (la más famosa en Hamburgo es la Astra), en el Star Club, donde tocaban jazz, y allí nos enteramos, por un teutón que hablaba medianamente bien el español, que en los años 60 un grupo desconocido de Liverpool, que se hacían llamar The Beatles, dieron en esta sala sus primeros conciertos. Vimos en algunas tiendas de souvenirs, la figura de un pequeño marinero con un farol. Alguien (no recuerdo quién) nos ilustró sobre la figurita y nos dijo que representaba al “Hombre del Elba”. Parece ser que en el barrio de Moorfleet, junto al rio Elba, corre la leyenda de la aparición de un espectro cubierto de algas que advierte a los pescadores de las tormentas. Según los ancianos del lugar -nos dijeron-, si se te aparece caminando con su linterna no es para asustarte, sino para salvarte.

Al día siguiente visitamos la iglesia de St. Michel, símbolo de la ciudad, y no quisimos perdernos, de entre los muchos e interesantes museos de Hamburgo, el Miniatur Wunderland. Entramos en una gran nave industrial... y salimos en los Alpes. Luego en Las Vegas y después en la mismísima Hamburgo en miniatura. Todo bullía: trenes eléctricos surcaban paisajes de nieve, aeropuertos donde aviones despegaban de verdad, estaciones que anunciaban las llegadas en alemán, sueco o italiano. En la maqueta de Hamburgo, reconocí el propio museo que estaba pisando. Fue una pasada, como verse reflejado en un espejo mágico. Pasamos después por la casa museo de Johannes Brahms y recordamos que le dedico su “Sonata para piano nº2” a su ciudad natal. Así nos despedimos de Hamburgo.

Decidimos acercarnos a visitar una de las ciudades más bonitas de Alemania que nos cogía muy cerca: Lüneburg. Comenzamos por la Plaza del Mercado, el corazón de Lüneburg. Rodeada de edificios de ladrillo, góticos hanseáticos, muchos con fachadas inclinadas por el hundimiento del suelo (debido a siglos de minería de sal). Esta plaza te transporta a la Edad Media. El Rathaus (Ayuntamiento) es un edificio fascinante que mezcla estilos gótico, renacentista y barroco. Su construcción comenzó en el siglo XIII y se amplió durante 600 años. En su fachada luce la estatua de nuestro emperador Carlos V.

Tiene tres iglesias imponentes que sobresalen en toda la ciudad la ciudad: San Juan (St. Johanniskirche), famosa por su torre inclinada, San Nicolás (St. Nicolai), que está cerca del antiguo puerto, y San Miguel (St. Michaeliskirche), donde cantó Bach de niño como estudiante del monasterio. Pasamos por el Museo Alemán de la Sal, base de la riqueza de la ciudad, y acabamos en el Antiguo Puerto donde pudimos contemplar una impresionante grúa medieval de madera.

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