Crítica teatro

De la virtud de la comedia al derroche lacrimógeno

Seis clases de baile en seis semanas. Teatro Alameda. Fecha: 4 de marzo. Texto: Richard Alfieri. Dirección: Tamzim Townsend. Reparto: Lola Herrera y Juanjo Artero. Aforo: Casi lleno.

Seis clases de baile en seis semanas tiene los ingredientes básicos de cualquier comedia: ya saben, dos personas de condiciones y orígenes muy distintos, hasta irreconciliables, que terminan convirtiéndose en uña y carne. La cuestión es que el montaje dirigido por Tamzin Townsend (quien desdice aquí, al menos en parte, mi particular convicción de que su ingenio se corresponde de manera proporcional a la calidad de los textos, como sí demostró en sus lecturas de El sueño de una noche de verano y Un dios salvaje de Reza) funciona precisamente mejor en los presupuestos más elementales del género, en ese trasvase de fuerzas contrarias que terminan necesitándose mutuamente. Ello se debe, especialmente, al trabajo interpretativo: Lola Herrera y Juan Artero presentan composiciones individuales muy interesantes (en el caso de Herrera vuelve a disfrutarse aquí la gran actriz que ha sido siempre, perfecta en gestos, posición, dicción y en una imponente demostración de equilibrio físico; Artero resulta singularmente revelador, brillante por momentos, aunque su construcción presenta ciertos elementos exagerados y sobrantes en los que se intuye el sello de Townsend, si bien no llegan a molestar) y además juntos emiten una química resultona, una conexión divertida. Los actores son, con mucho, lo mejor de la propuesta.

Cabe lamentar, no obstante, la manera en que la obra de Alfieri se traiciona a sí misma, añadiendo pasajes lacrimógenos para una falsa tragicomedia a mansalva, con escaso rigor y menos prudencia. Los pasajes en que ambos protagonistas se cuentan sus miserias, donde abundan todo tipo de enfermedades y reveses, desinflan de hecho el tono de la acción y además no conducen a ningún puerto. En cuanto a la escenografía, la producción debería eliminar cuanto antes las proyecciones visuales, todas ellas dignas de la hoguera y herederas de los peores vídeos domésticos de bodas. Por lo demás, insisto, merece la pena disfrutar del buen trabajo de dos cómicos muy bien avenidos.

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