“Barcelona posa’t guapa”
Edogawa
En la cultura japonesa hay fascinación por lo horrible y no es raro que lo horrible se ayunte con el erotismo.
Antier releí un cuento de Edogawa Rampo, pseudónimo de Hirai Taro. Su nombre artístico es -sonrían- Edgar Allan Poe pronunciado a la japonesa (Edogaw' Aram Po). Suya es la extraordinaria historia de un enamorado que se metamorfosea en sillón, para que su amada se siente sobre él. Pero voy a escribir de otra, intitulada La oruga.
Cuando leí esta crudelísima historia, pensé en Freaks, de Tod Browning, y en Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo. Técnicamente, el cuento es imperfecto por la acumulación de horrores e innecesarias repeticiones, pero su fuerza perturbadora queda intacta. Arranca, eso sí, de forma impecable, con gran economía expresiva, concisión y una forma despiadada de encaminarse sin desvíos a su objetivo.
Basta una pincelada breve e ingeniosa para que la desazón de Tokiko, la esposa, quede descrita:
…un regusto amargo, como el de una berenjena asada, que detestaba, se le quedó en la boca.
La misma concisión y un gran detalle zoológico nos pintan su morada:
Vivían en un alejado distrito […] Entre las casas había un campo herboso sin caminos abiertos, por el que rayadas culebras reptaban a menudo con susurrantes frufrúes.
El marido de Tokiko sufrió horribles mutilaciones en la guerra y se convirtió en un cacho de carne (sic). Amputadas las extremidades, es un tronco con genitales y cabeza. La cara ha sido deformada y se ha quedado sordo y mudo. El vientre, hinchado. Solo gime y golpea frenéticamente la cabeza contra en suelo para expresar su impotencia; a veces se desplaza torpe y viscosamente con el empuje de sus cuatro cortos muñones.
Sin embargo, Tokiko:
… empezaba a sentir una desquiciada necesidad de satisfacer su lujuria […] ¿De dónde salía ese frenético deseo, se preguntaba? ¿Podía achacarse al misterioso hechizo de ese cacho de carne?
Con dos breves preguntas hemos entrado en la depravación made in Japan.
Conocemos la turbación de la mujer ante la condena de tener que cuidar al marido y, sobre todo, ante sus propios horrendos deseos. La turbación pronto deviene enfermiza lujuria y crueldad, y su delirio nos apresa. Encolerizada, Tokiko se arroja sobre el cacho de carne y lo tortura con:
… aberrantes caricias, llevando los sentidos del deforme hasta un exasperado frenesí.
El monstruo la miraba, implorante, y la mujer gritó:
¡No me mires así!
Movida por repentino impulso, Tokiko le hundió brutalmente los dedos en los ojos y gritó: ¡Mírame ahora, si puedes!
Así lo cegó. Aterrada por su acción, huye de la casa. Cuando regresa, la creatura no está. Sale a buscarlo por los campos circundantes y un presentimiento la dirige hacia un pozo cercano. Entonces oye otro frufú, como el de las culebras, y después:
…un débil chapoteo por debajo del suelo, en lo que parecían las tripas de la tierra.
El ruido no es como la graciosa zambullida de la rana en el haiku de Basho, sino el sordo plof de un sapo que cae en la ciénaga de la que nunca saldrá.
Cicerón y César hablaron de turpitudo et deformitas. Edogawa Rampo conoce el concepto, pero no precisamente como asunto de risa.
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