Análisis

manuel campo vidal

Sánchez juega al límite en Barcelona

Desoyendo a los más prudentes de su entorno, Pedro Sánchez lleva el viernes el Consejo de Ministros a Barcelona, justo un año después de las últimas elecciones, tras el choque de trenes del pasado otoño. El independentismo lo recibe enfurecido y sus radicales "buscan un muerto" al que algunos aspiran. Cuesta escribirlo, pero así de duro y extremo es. Un muerto para relanzar el procés decaído internacionalmente y volver con lo de que "España es Turquía"; un muerto mejor que 62 víctimas, como en la guerra de independencia eslovena en 1991 que Torra presenta como ejemplo a seguir, con rechazo generalizado, incluido del Gobierno de Eslovenia. Un muerto provocado por "la movilización a pesar de los costes personales", como reclamaba, y después matizó, el ex conseller Comín, fugado con Puigdemont a Bruselas. Un muerto, de un lado o de otro, como teme Moncloa.

La ofensa de Sánchez resulta insoportable para la radicalidad independentista: un Consejo de Ministros en Barcelona como si fuera Sevilla o Valencia. Y peor aún: mostrará un Ejecutivo dispuesto a gobernar con la aprobación inmediata de algunas inversiones y transferencias eternamente aplazadas. Eso resulta inadmisible porque retrata enfrente a un Govern que no gobierna desde hace años, porque está solo en lo identitario. Exactamente desde 2012 cuando Artur Mas "prefirió agitar banderas que pagar facturas", como dice el presidente gallego, Núñez Feijóo. Después empeoró, porque Puigdemont agitó y vulneró la leyes en el Parlament. Y Torra, siempre a peor, agita ahora la calle y anima a apretar a los CDR. Pero nada de gobernar.

Las voces más sensatas de Cataluña tratan de evitar ese segundo choque de trenes. Nos confiesa su tristeza y su desdén Joan Manuel Serrat, que cree que "de todo esto no sale nada. Hace falta que dos quieran, tanto para hacer política como para follar. Yo no veo dos". Y hasta el diputado de ERC Joan Tardà, en sintonía con el líder encarcelado Oriol Junqueras, advierte de que "la república no se construye con pasamontañas". Pero cuando la calle se incendia por encapuchados y los Mosos los persigues, el president Torra los desautoriza, como hace unos días. Acto seguido los encapuchados cortaron una autopista 15 horas a placer o abrieron sus peajes buscando simpatía entre los automovilistas.

En ese escenario de tensión se reunirá el Gabinete. Sánchez se la juega. Puigdemont pide que la reunión sea entre los dos gobiernos, España y Cataluña. No se acepta porque lo de Barcelona del viernes no es una cumbre entre países, sino un acto legítimo del Ejecutivo en territorio español, que le puede costar de dos a cuatro años de cárcel al que lo impida, según el Código Penal.

Cumbre no, pero reunión con Torra sí; primero la rechazó y después "ya veremos". Recordemos que Torra es el representante del Estado español en la comunidad autónoma catalana y lo será mientras haya autonomías y no se supriman, como propugna Vox. El presidente del Gobierno español de visita oficial en Barcelona debe pedir esa reunión y así lo ha hecho por carta su vicepresidenta, Carmen Calvo, indicando sólo que "sería conveniente", no implorándola por los Presupuestos, como difunde la extrema derecha. Que allí Torra hable de autodeterminación no tendrá más trascendencia porque la respuesta ya se la ha adelantado Sánchez: "Cualquier diálogo y avance en el marco de la Constitución". Al límite.

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