No son del todo diferentes, pero desde luego no son lo mismo. De entrada, el turista tiene bastante peor prensa que el viajero, aunque en muchos casos son la misma persona en diferente fase del viaje. Una parada a comer en el camino hacia nuestro destino de vacaciones nos hace viajeros, pero somos turistas en el chiringuito junto al hotel o apartamento. La diferencia, en este caso, es que la actividad del turista es más previsible que la del viajero, pero no es la única. Si preguntamos en la calle encontraremos quien limite la condición de turista a los que viajen por placer, excluyendo a los viajeros por razones de trabajo o estudio, pero incluyendo a excursionistas (visitantes que no pernoctan).

Este criterio contradice las definiciones al uso en los organismos dedicados a medir el fenómeno, para los que solo es turista quien pernocta durante al menos una noche lejos de su residencia, con independencia de la motivación. También añade el criterio de una duración limitada en el tiempo, normalmente menos de un año, aunque excluye a los desplazados temporalmente por razones de destino laboral o estudios.

La cosa se va complicando porque el turismo de negocios se nutre de ciertos desplazamientos por motivos profesionales, como la asistencia a eventos o congresos, pero deja fuera al trabajador que se desplaza por una obra puntual o reparación y al estudiante universitario en lugar diferente a la residencia familiar. Tampoco son viajeros porque no existe la motivación por la visita al lugar de destino, que sí encontramos en el excursionista, tan habitual en el turismo de circuitos en Andalucía. En sentido estricto, el excursionista no es turista porque, aunque responde al mismo tipo de estímulos para desplazarse, no realiza pernoctación, pero es viajero y su actividad está indiscutiblemente incrustada en el ámbito del turismo. Convengamos entonces que el concepto de viajero es más amplio que el de turista, al que incluye, y que el turismo se alimenta con la actividad que ambos realizan.

Distinguir entre viajeros y turistas responde a la irresistible tentación de etiquetarnos, pero también a la necesidad de cierta precisión en el conocimiento de las actitudes, por sus implicaciones organizativas. También pueden parecer cercanas las aspiraciones a una vida feliz y a una vida interesante, pero las diferencias entre ambas son significativas y ayudan a entender la distancia entre las preferencias del turista convencional y el viajero. En términos prácticos significa que son pocos los lugares que pueden ofrecer una estancia plácida y organizada al turista, pero muchos con capacidad para satisfacer la inquietud del viajero.

Cualquier entorno urbano medio en Andalucía reúne las condiciones para detener y revertir la envolvente del declive en algunos de ellos, conectando con el interés del viajero por la memoria recuperada de un pasado industrial o del paisaje vecinal. El inicio de la temporada alta más esperada de la historia del turismo andaluz puede ser el momento propicio para pensar en el viajero, es decir, en el turismo, como pilar sobre el que levantar estrategias de regeneración urbana y de entornos vecinales en el medio rural.

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