Análisis

carmen pérez

Universidad de Sevilla

Contra las cuerdas

Ayer se celebró una nueva reunión del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo. Su presidenta, Christine Lagarde, en la conferencia posterior que ofrece para explicar las decisiones que han adoptado, comunicó que esperan que la inflación en la zona euro termine el año en el 2,2%, en el 1,7% en 2022 y en el 1,5% en 2023. Reconoció la importancia del tema: "Hoy sólo hemos hablado de tres cosas: inflación, inflación e inflación", y volvió a reafirmarse en su diagnóstico: "La inflación seguirá subiendo, pero decaerá en 2022. Nuestro análisis es correcto". Sin embargo, cuesta confiar en estas previsiones.

Por una parte, porque no dejamos de escuchar que los altos precios de la energía, el encarecimiento de las materias primas y los cuellos de botella en las cadenas globales están contagiando poco a poco a todos los productos, conduciendo a una escalada general de los precios. Por otra, porque los datos concretos que vamos conociendo también se mueven en este sentido. Así, el Índice Armonizado de Precios al Consumo de la zona euro fue del 3,5% en septiembre, la inflación alemana subió al 4,6% en octubre o, centrándonos en España, el Instituto Nacional de Estadística justo ayer publicó el dato adelantado de la inflación de octubre, situándola en el 5,5% anual, un nivel que no se veía desde septiembre de 1992. Y no son sólo las cifras, ¡es que lo notamos a diario!

Lagarde explicó que el repunte de la inflación refleja en gran medida una combinación de tres factores. En primer lugar, los precios de la energía -petróleo, gas y la electricidad- se han incrementado notablemente. En segundo lugar, los precios también están subiendo porque la recuperación de la demanda asociada a la reapertura de la economía está superando a la oferta. Por último, los efectos de la finalización de la reducción del IVA en Alemania. Pero, para el BCE, aunque "tardará en disminuir más tiempo de lo previsto anteriormente", esto una situación coyuntural, que pasará en pocos meses.

Y así, en base a sus previsiones, decidió ayer mantener las tasas de interés y todas las medidas en vigor de su política monetaria sin cambios. Contrasta este comportamiento tan paciente con la postura de otros bancos centrales, que ya han señalado un movimiento hacia un endurecimiento de condiciones. Y también contrasta con el BCE de hace una década, que actuaba con suma rapidez en cuanto existían las mínimas presiones inflacionarias.

No lo tiene fácil. Al mismo tiempo que la oleada de noticias referentes al alza de la inflación, también está llegando otra sobre el empeoramiento en las expectativas de crecimiento. El BCE se encuentra como un púgil en dificultades para salir airoso cuando se ve arrinconado contra las cuerdas. Estarán rezando para que el alza en la inflación no se traslade a los salarios y tenga efectos de segunda ronda. Porque en ese caso se situaría -ya lo está- ante una comprometida situación de la que es difícil salir: no podría continuar con el inmenso apoyo monetario -pero realmente fiscal- que lleva una década suministrando, impulsando el crecimiento económico y ayudando a los Estados altamente endeudados. Y entonces, que Dios nos coja confesados.

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