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Una reflexión sobre España

El ‘españolizar’ a los niños catalanes ha sido un torpedo en la línea de flotación de Rajoy

11 de octubre 2023 - 00:30

El descarrilamiento financiero materializado en el año 2008 desencadenó una crisis honda, profunda, diversa y a distintas escalas que cambió el mundo. Desde la Globalización, a la creencia en el progreso sin límites, los efectos de los cracs inmobiliarios, el empobrecimiento general, la desigualdad creciente, los poderosos ajustes en el Estado de bienestar, hasta, incluso la emergencia del independentismo catalán o el Brexit en el Reino Unido.

Desde el mítico momento de 1992 hasta el 2007, la renta per cápita española ascendió en un casi 40%, alcanzando un máximo histórico de 24.000 euros por español; el 96,8 de la renta europea en ese momento. Hoy es solo el 79,2% de la Unión Europea y la renta per cápita seguía siendo la misma que en el 2007, después de haberse deprimido un 10% entre 2008-2013. Para colmo, después de la austeridad, llegó la pandemia y la guerra de Ucrania.

En un artículo publicado en El País, Daniel Fuentes enfatiza en estos datos oficiales del INE y titula de manera muy afortunada para el momento en que el vivimos hoy: “Mirar hacia atrás, vivir hacia delante”. ¿Esta compleja coyuntura política es el finiquito de la denominada Transición española? ¿Se quiebra España? ¿Solo cabe mirar hacia atrás para solucionar lo de mañana? ¿Los jóvenes comprenden una agenda política que no se parece prácticamente en nada con la de la Transición? Para nosotros no cabe duda de que la modernización española, el ingreso en la Unión Europea y las políticas públicas que se acometieron han contado en su base, también el crecimiento de la renta, con los acuerdos tomados y las políticas materializadas desde la Transición española.

Ahora bien, la polarización ideológica y social que nace con la crisis del 2008 han quebrado la interpretación matizada de las cosas. O todo es blanco o todo negro. Los acuerdos de la Transición española catapultaron a España a salir de una situación tercermundista para convertirse en la décima o decimoprimera potencia económica del mundo. No nos cabe duda. Ello no supone que haya miméticamente que mirarse en cómo se hizo al pie de la letra la Transición española ni tampoco finiquitar cualquier recuerdo a dicha memoria histórica muy provechosa para España.

La mayor parte de los ciudadanos españoles no vivieron la Transición, y desgraciadamente a los jóvenes no se les ha explicado sino con pasión extremosa e ideológica la modernización española; no participaron de ella, pero son sus herederos convencionales. Bien es verdad, que la agenda de los jóvenes está trufada de incertidumbre, desafíos monumentales en lo global y escasa confortabilidad mental en lo más próximo, y posiblemente de un exceso de bienestar material en buena parte de esa juventud. Ello en un contexto, como subrayamos, de suma polarización, pese a unos logros materiales que no se soñaban en 1975 para 1992. De sumo estrés, o puro fatalismo ante la hoja de ruta educativa, profesional, personal y de objetivos de vida. ¿Merece la pena el esfuerzo y el mérito? Para los que suscribimos este artículo, por supuesto, pero reconociendo que el lugar y la familia de nacimiento son todavía, desgraciadamente, los factores que más influyen en el éxito personal.

Ante la meta política en la que está sumida la sociedad española, convendría más allá de las reivindicaciones de las élites nacionalistas –las periféricas como también las españolistas– sobre la cuestión territorial versus la recentralización del Estado, subvertir los objetivos de las políticas públicas en las cosas de comer –logros sociales, educativos y económicos de la inmensa mayoría de los españoles, particularmente de jóvenes y mujeres–. Menos ruidos y más nueces.

Fácil de enunciar tal propuesta, empero la sociedad española camina a una italianización del mundo real, donde la vida económica sigue fluyendo pese a la inestabilidad política y el ruido polarizador. Como dice Krugman, “estoy bien, pero las cosas van fatales”. Todos los días nos encontramos en los medios de comunicación noticias de carácter excepcional, no se trata al mismo nivel de análisis y comprensión los proyectos sustantivos de cambio y progreso –la sociedad española es tolerante, adaptativa a la transformación, mucho más que sus políticos– de la mayoría social de este país y sus logros. Nos convienen liderazgos que apunten en este sentido, en los intereses de la mayoría de los españoles para mantener el sitio en la Unión Europea y la casi décima potencia del orbe terrestre. ¡¡¡Ay!!! Cuánto hace falta una política expansiva de la lengua española.

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