En el trayecto que cada día hago, a veces en autobús, de mi casa a la oficina me da tiempo a darme cuenta de que la gente está muy bien informada de todo lo que está ocurriendo y que, a pesar de ello, sigue luchando cada día. Paga el IVA, da los buenos días, tira la basura en el contenedor asignando a cada residuo y a la hora adecuada. La gente, a pesar de la precariedad económica con la que vive, aplastada por la dura situación laboral, sigue dejando propina a los camareros, no se lleva el periódico del bar donde toma su café sin tostada, ni rellena el sudoku a boli. Esos mismos que, cada vez creen menos en los representantes políticos, siguen participando voluntariamente en ONG,s y asociaciones y asisten, de manera pacífica, a manifestaciones y concentraciones cada vez que asesinan a una mujer a manos del odio machista o en defensa de la educación y la sanidad públicas o cuando desahucian a una familia de su vivienda. Siguen guardando minutos de silencio ante una catástrofe ecológica o para evitar el expolio del patrimonio de la humanidad a manos de la Iglesia.

Esos ciudadanos, que se sienten administrados por personas poco capacitadas para entender el concepto de vergüenza, pagan religiosamente sus multas, pagan la hipoteca, los impuestos, el recibo del agua y la luz, aunque suponga no tener yogur en el frigorífico. Siguen cuidando los libros que les han prestado en el colegio. Siguen haciendo cola en el Servicio Andaluz de Empleo, currículo en ristre, perfectamente actualizado y protegido en su funda de plástico. Caminan por la acera, conducen el coche por la calzada y la bici por el carril bici.

Erasmo de Rotterdam dedica a su amigo Tomás Moro la obra Elogio de la Locura. En ella parece querer convencer al mundo de que la insensatez, la estulticia o la locura son el origen de todas las bondades, diversiones y deleites que el ser humano disfruta, acompañadas de la ebriedad, la adulación, la pereza, la ignorancia. Fue la ironía lo que hizo grande a Erasmo. La serenidad democrática y la capacidad de distinguir el grano de la paja es lo que nos hace grandes, muy grandes, a los ciudadanos aunque en ocasiones creamos que nos volvemos locos. Pero no es locura sentir ira ante la barbarie, lo será si no reconducimos esa ira hacia una activación democrática que busque la transformación de este sistema maltratador de los débiles. Es posible que algunos parezcamos acomodados, fruto del cansancio o de la desafección, pero es un acomodamiento subversivo, no lo duden.

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